viernes, 26 de junio de 2020

Confinamiento. Sexto diario



Miércoles, 22 de abril
Desayuno con la radio puesta y a punto de la intervención del presidente del Gobierno en el Congreso. Seguidamente, y mientras miro el correo, le escucho y seguido al líder de la oposición. Cuando interviene el representante de Vox la apago, ya que la tendencia al vómito es irrefrenable. Hay algo en la derecha de este país que integra su identidad política y es el sentido patrimonial y casi dinástico que tienen del gobierno. Creo que piensan que, por razones de clase o estirpe, les pertenece. Que otros usurpan un lugar que no les corresponde. Es difícil entenderse bajo esos presupuestos. Entro en las redes y mi estupor aumenta. Es evidente que el gobierno en la gestión de la pandemia -única en el mundo y de la que casi nada se sabe y pocos estaban preparados- ha cometido errores y por tanto la crítica es legítima. Pero la total descalificación y el linchamiento generalizado es brutal. Leo y me entero del efecto Dunning-Kruger, el estudio de dos psicólogos americanos acerca de la relación entre conocimiento y afirmaciones de las personas. A mayor desconocimiento mayor es la firmeza de la aseveración y a mayor conocimiento aumenta la duda. En definitiva, nada que no recoja nuestro rico refranero: la ignorancia es compañera de la osadía. 

Jueves, 23 de abril
Festivo, patrón de Aragón y, sobre todo, Día del Libro. A las diez de la mañana hay una videoconferencia muy interesante que convoca la librería Cálamo con cinco editores locales. El motivo es el libro y la actual situación y que deriva en tres reflexiones que, aunque relacionadas, en mi opinión, son diferentes. Una es el confinamiento y la afectación de los libreros y editores, otro es el futuro del libro en papel y las librerías y otra el libro físico versus el libro digital. La limitación de tiempo -una hora y veinte minutos de charla- hace que se mezclen los temas y apenas haya oportunidad de intervenir. Para cuando vuelvan abrir las librerías ya me encargado tres libros. El peso del mundo de Peter Handke, Los diarios de Emilio Renzi de Ricardo Piglia y El libro del desasosiego de Fernando Pessoa. Me los regalo yo. Más tarde tengo una pequeña tertulia telemática con mis amigos. Por la tarde comienzo a leer un libro de Raymond Carver, Tres rosas amarillas, que me resulta muy interesante. Creo que representa muy bien a esa literatura que tan bien simboliza a la América profunda y pleno de un realismo descarnado. Se trata de un libro dividido en seis narraciones a cuál mejor.

Viernes, 24 de abril
Día con las rutinas habituales y que no merecen reseña. Es una pena que libros como el de Carver tengan defectos tan evidentes de traducción o corrección. Tengo que reconocer que cada día son más frecuentes en el habla y escritura de mucha gente que confunde el condicional perfecto con el pluscuamperfecto de subjuntivo en sus dos formas. Utilizar habría en lugar de hubiera o hubiese. Me molesta mucho. Pero lo que ya es terrible y de difícil arreglo es el mal uso y tremendo abuso del adverbio relativo de lugar donde. Sirve para todo y sustituye -economía perversa del lenguaje – a las expresiones en el que y en la que. Ejemplo: fue un partido donde no hubo prórroga. Un partido no es un lugar sino un encuentro y por tanto lo correcto es decir fue un partido en el que no hubo prórroga. Os invito a escuchar radio, ver televisión y leer prensa y veréis la cantidad de veces que se utiliza mal. Hasta el punto, repito, de que lo considero irreversible y veremos si pronto la RAE lo acepta. Perdón por este despliegue de purismo. Pero me gusta Carver. Mucho. Por cierto, he comenzado a escribir ese “me gusta” y “no me gusta” propuesto. No sé si es la forma solicitada. Lo veremos.

Sábado, 25 de abril
Hoy no puedo evitar un recuerdo a la revolución más hermosa de la historia. La Revolución de los claveles en Portugal. Me vais a perdonar por esta inserción directa de Wikipedia pero me emociona el recuerdo de haber visto los lugares en los que se produjeron los mejores momentos de esa aventura del país fraterno y vecino con el que siempre hemos convivido de espaldas. La revolución comenzó a las 22:55 horas del 24 de abril, con la conocida canción E depois do Adeus de Paulo de Carvalho, que había representado a Portugal en el Festival de Eurovisión unos días atrás, transmitida por el periodista João Paulo Diniz de la Rádio Emissores Associados de Lisboa, que era el primer aviso para que las tropas se prepararan en sus puestos y sincronizaran relojes. A las 00:25 horas del 25 de abril, la Rádio Renascença transmitió «Grândola, Vila Morena», una canción revolucionaria de José Afonso, prohibida por el régimen. Era la segunda señal pactada por el MFA para ocupar los puntos estratégicos del país fijadas por el puesto de mando del mayor Otelo Saraiva de Carvalho. Uno de los hitos de aquellas concentraciones fue la marcha de las flores en Lisboa, caracterizada por una multitud pertrechada de claveles, la flor de temporada. Una camarera, Celeste Caeiro, que regresaba a casa cargada con las flores retiradas de los adornos de un banquete suspendido por la situación, no pudo dar el cigarrillo que un aterido soldado le pedía desde un tanque en la plaza del Rossio, justo al inicio del Largo do Carmo, donde los tanques de los sublevados aguardaban nuevas órdenes en una tensa espera desde la madrugada. Como la joven sólo llevaba los manojos de claveles, le dio uno. El soldado lo puso en su cañón y los compañeros repitieron el gesto colocándolos en sus fusiles, como símbolo de que no deseaban disparar sus armas, extendiéndose la acción por toda la ciudad y generando el nombre con el que la revuelta pasaría a la historia. 
Hoy, no he sabido escribir nada más hermoso.

Domingo, 26 de abril.
Amanece esperanzador el día con la perspectiva de la salida de los niños a las calles. Verlos con sus patines, patinetes, correr, saltar o caminar simplemente de las manos de los padres, rompe la distopía que estamos viviendo y todo es más humano. Desde mi ventana, saludo a mi hija mayor y mis dos nietos. El mayor, aún es consciente del correcto uso de la mascarilla y camina tranquilo. El pequeño, inquieto como corresponde a su edad, se la toca, baja, estira, se toca la cara hasta que su madre decide quitársela. El contacto es en la distancia y la conversación telefónica. Los veo hasta el cruce de Goya – Gran Vía y desaparecen dirección a la plaza de San Francisco. He comenzado la lectura de los Dichos de Luder, también de Julio Ramón Ribeyro, que me está resultando tan atractivo como el anterior. Estoy viendo una serie de indudable éxito -seis temporadas- y que no ofrece más que tópicos clásicos de las series policiales. Pero está bien hecha y entretiene, algo que tampoco va mal en estos días. 

Lunes, 27 de abril.
Pongo la radio y escucho la palabreja de marras. Priorizar. No la soporto. Esa fiebre que nos ha entrado, influidos por expresiones anglófonas, de verbalizar los sustantivos, es una plaga que limita y envilece nuestra lengua. Expresión que se introdujo desde los foros económicos y de marketing y que se ha impuesto de forma definitiva arrinconando a la hermosa forma de dar prioridad. Priorizar, además de fonéticamente fea, es una voz con resonancias radicales, de orden, autoridad, firmeza y casi marcial, sustituye a dar prioridad, que significa conferir a algo importancia, pero desde actitudes amables, suaves, que otorga o dispensa consideración. Priorizar es norma y dar prioridad es concesión. ¿Acaso es los mismo priorizar que los ancianos tengan asiento en el tranvía que dar prioridad de asiento a los mismos? ¿No contiene una cierta bondad, serenidad y es fonéticamente más hermoso dar prioridad? Pues hoy se prioriza todo. Será el signo de los tiempos que vivimos. Yo, desde luego, seguiré dando prioridad. Y con una sonrisa.

Martes, 28 de abril.
Por la mañana, escucho cosas que cada día me asombran más. Para algunos, el Ministro de Sanidad es un “pobre hombre” y Manuel Castells, probablemente el curriculum más brillante de toda la historia de la democracia -Derecho, Económicas, Filosofía y Sociología, el profesor más joven de la Universidad de Paris y profesor en diez universidades americanas – es un “friqui”. Enmudezco. No sé si leer algo de Millás que me relaje, el Invierno en Lisboa de Muñoz Molina o La trilogía de Auschtwitz de Primo Levy. Señor, qué paciencia.

domingo, 21 de junio de 2020

Confinamiento. Quinto diario.


  
Miércoles,15 de abril
La mirada a mis ventanas exteriores me devuelve una foto fija de la vida, como si se hubiera detenido. Me rebelo ante esa irrealidad y me propongo la actividad permanente y la alegría de realizarla. Estoy solo y pendiente del final del programa de la lavadora que lo anuncia con su pitido. Saco la ropa y me encuentro a la vecina de enfrente y los dos en el tendedor. Imprevisto, establecemos un divertido reto de cuelgue. Ella braguita, yo calzoncillo. Ella braguita, yo calzoncillo. Así unas seis veces hasta que un albornoz y unas mallas rompen ese envite en el que hemos evitado, después del saludo, mirarnos. Ahora sí. Hablamos de tiempo y del encierro con una sonrisa. Sonrisa, no hay que perderte. Escribo un tuit que me inspira la figura de Aznar y que dice: “Hay personajes, en todos los ámbitos, que evidencian una disfunción psíquica. José María Aznar es un ejemplo. Pero no tanto por sus ideas, legítimas, como por su forma expresiva, su actitud y comunicación gestual. Creo que precisa tratamiento”. Me propongo una “desinfoxicación”, palabra que he aprendido del taller de escritura de Facebook. Se trata de disminuir la intoxicación informativa. Hago algo de ejercicio y después de comer y de una breve siesta reparadora, continúo con las “Prosas apátridas”. Había comenzado a subrayar fragmentos de texto, pero desisto. Es un libro para subrayar entero. Entre final de tarde y noche vemos dos capítulos de una nueva serie nórdica. Darkness es su título y al igual que la novela negra tiene registros diferentes a las series de otros países. Entornos sórdidos, frialdad en la comunicación y estéticas oscuras. Y psicópatas brutales. Está bien realizada y tiene un ritmo que atrapa.

Jueves, 16 de abril
Continúa la rutina. Lectura, capítulos de la serie y ejercicio físico. A las ocho de la tarde salida al balcón y aplausos. Veo pasar un coche de la policía nacional con una bandera saliendo de la ventanilla. La gente, en general, aplaude con reconocimiento y un punto festivo. En un balcón cercano a la Gran Vía observo a un ciudadano que no conforme con tener la bandera colgada la coloca sobre un mástil y la ondea, de derecha a izquierda, al viento. Me gustaría saber qué quiere decir con esa exhibición. En fin, como dijo el torero, estamos de tó. Recuerdo a Jorge Drexler cuando cantaba perdonen que no me aliste/bajo ninguna bandera/ vale más cualquier quimera/ que un trozo de tela triste. Obviamente es un día más y un día menos. Pero creo que no hemos superado la barrera esperanzadora de poder percibir ese día menos. De momento, creo que el cansancio suma y no resta.

Viernes, 17 de abril
He finalizado el taller de Escritura creativa en Facebook y me acompaña la decepción. En el fondo, poco más que una tertulia y unos textos comentados. Y nada menos que once horas, sí, divertidas, amables, pero nada más. Nos cuenta el profesor que hay algunos escritores –no sé si entrecomillar – que escriben cosas y tienen muchos seguidores. Desconoce que eso también se está dando en Instagram y que solo tiene el interés editorial de que pueden tener más facilidades para publicar, pues existe una cierta garantía de ventas. Son, en cierta medida, como los youtubers. Pero desde luego, el curso está muy alejado de las expectativas que me motivaron. Aún así, y como siempre procuro sacar algo positivo en todo lo que hago y como ya os comenté, he conocido a una editora independiente que me puede parecer de interés. Tengo un segundo libro en marcha, de estructura muy diferente al anterior, e intentaré alguna gestión para su posible publicación. He entrado en la web y es posible que me dirija a ella. El día no da para mucho más. Y las previsiones de confinamiento siguen siendo poco esperanzadoras.

Sábado, 18 de abril
Amanece un maravilloso día de primavera que proclama la vida, aunque por ahí hay unos bichos amenazadores. Abro las ventanas y aspiro algo más que aire. Un sentimiento, una sensación, un estímulo. La calle se ofrece como una tentación irresistible, aunque la prudencia y el sentido cívico se acaban imponiendo. Pero anima y alegra el día. Como soy insistente y poco conformista me meto en otro taller Fuentetaja titulado “Edición para escritores”, aunque esta vez he sido más prudente. Este solo dura cinco horas que, por lo que he comenzado a ver, son excesivas. Pero bueno, si algo sobra es tiempo, aunque haya que utilizarlo bien. Se trata, a grandes rasgos, de instruir en la forma de dirigirnos a un editor cuando tengamos interés en publicar algún texto. Carta de presentación, datos personales y breve biografía, sinopsis de la obra y manuscrito o parte del mismo. Insisto, cinco horas para esto que puedes encontrar en la página de escritores.org me parece tedioso y excesivo. Lo dirige el editor de Salto de Página que tampoco es un brillante comunicador. Según comenta, se publican en España unos 70.000 libros anuales, contando autores locales e internacionales, y de los cuales el uno por ciento de los manuscritos que llegan a las editoriales ven la luz. Anima tanto como el confinamiento. Bueno, de todas formas, terminaré el taller. ¡Ah! Me olvidaba de comentar que estoy durmiendo mejor.

Domingo, 19 de abril
“Si solo hablaran de cada tema los especialistas y expertos, el silencio sería más común y escuchar un hábito saludable”, ha sido el último tuit que he publicado en mi cuenta. Cada día me asombra más la insolencia de la ignorancia. Comprendo el agotamiento que nos puede producir este confinamiento, pero ¿no es suficiente la información de la gravedad de esta pandemia para que seamos prudentes y reflexivos? Yo no soy epidemiólogo, pero en mi opinión… y a partir de ahí se vierten una serie de comentarios acerca de la duración, procedencia, cuanto más, cuánto menos, formas, colectivos… Me asombra tanta estulticia.

Lunes, 20 de abril
Comienza la quinta semana de confinamiento y sigue mi asombro por lo que estamos viviendo. No sé, quizás hay momentos, fuera de la amable y privilegiada rutina, en los que las noticias y tus propias reflexiones te abruman. Estoy viviendo la situación más grave, colectivamente, de mi vida. Creo que nunca hubiéramos pensado en lo que está sucediendo salvo en libros y películas de ciencia ficción. Pero es real. Y dramático. Por primera vez, salvo la natural prevención, se adentra en mí un cierto miedo. Formo parte del grupo de personas más afectado y de más riesgo. Incluso el deseo de salir está perdiendo intensidad ante la necesidad de protección. Aquí estoy cómodo y me siento seguro y el exterior es una amenaza. Me propongo que no se apodere de mí ninguna y tristeza sino, por el contrario, disfrutar de lo que tengo que es más de lo que necesito. Solamente estoy privado de una parte de libertad. Que no es la fundamental. 

Martes, 21 de abril
Hoy, como todos los martes, tengo tertulia telemática y luego el taller de escritura. La tertulia se me está haciendo algo incómoda. Todos somos bastante diferentes y esa ha sido, en cierta medida, una cualidad. Pero cada vez se polariza más y eso me desagrada. Y el que sea en línea no favorece. Se carece de los matices de la presencia física y, además, en muchos momentos, hacen su aparición las dificultades técnicas. Hace tiempo, escribí un blog acerca de lo que yo entiendo que debe ser un debate. Quizás os lo lea si no tengo nada mejor que contaros. Sigo leyendo a Ribeyro y encuentro que dice que la felicidad completa no existe y ni el dinero nos la puede proporcionar pues, hay tres cosas que no da: la salud, la cultura y el amor. La salud porque es incontrolable, la cultura porque no se compra, sino que se adquiere con esfuerzo, y el amor porque se puede comprar un cuerpo, pero no el afecto ni la pasión. Sin embargo, yo creo que la felicidad, -si bien la salud es premisa indispensable- no sólo depende del bienestar y la posesión, sino que es, en buena medida, una consecuencia de la voluntad. Porque, en definitiva, la felicidad es un sentimiento íntimo. La reflexión sobre nosotros y nuestra vida influye en los sentimientos. Como decía Sandor Marai refiriéndose al amor no alcanzado, la razón ni inicia ni puede detener los sentimientos, pero puede domesticarlos. Creo que, al igual que puede domesticarlos puede potenciarlos. Pero se necesita esfuerzo. Y no es fácil.

lunes, 15 de junio de 2020

Confinamiento. Cuarto diario

  




Miércoles, 8 de abril.
¿Qué escribir? Me encuentro delante de la página en blanco sin saber de qué. Siempre la pugna entre el deseo de contar, de cumplir lo prometido y la dificultad de hacerlo sobre algo que tenga interés. Además, hoy ha sido un día plano. Atrapado en la rutina de un confinamiento que no nos permite salir a vivir. Inmersos en un silencio opaco. Recuerdo otro silencio. El que viví en pequeñas poblaciones de Euskadi en los años de plomo. Era un silencio expectativo. La convicción de que en cualquier momento podía romperse con estruendo. Ahora, no. Silencio de recelo, incierto y angustioso. Vacío.

Jueves, 9 de abril.
Duermo mal. Me despierto muy temprano totalmente despejado e inquieto. No sé a qué achacarlo. Además, me duele el brazo. Debe ser alguna contractura que me impide un movimiento y me provoca molestias. Doy unas vueltas y decido levantarme. Son las seis de la mañana y comienzo a leer en el sofá, escondido en una manta, las Prosas apátridas de Ribeyro. Después del culebrón de Yo, Julia me reencuentro con la literatura. Me parece un libro excelente y me hace disfrutar. Un par de horas más tarde, desayuno y a seguir la rutina. Camino por el pasillo de casa unos cuarenta y cinco minutos que suponen unos tres kilómetros. Miro el correo, leo la prensa -solo la gente que me interesa- y descubro que me faltan unas pastillas. Y son las que me ayudan a dormir. Me dejo el pantalón de chándal, cojo una cazadora y me pongo unas deportivas. Al salir siento que camino como si diera saltos -muchos días seguidos con zapatillas de casa- y es una sensación extraña. En la farmacia, a distancia, como si me tuviera miedo, el farmacéutico me dice los medicamentos que según la receta me puede dar. Decido llevármelos todos. Detrás de mí, alejadas, dos personas esperan a que termine. Todo con mucho cuidado, observando las recomendaciones. Me vuelvo dando saltos y al llegar a casa pienso en el pomo del patio, del ascensor, el botón de la luz. Entro, dejo las zapatillas y la cazadora y me lavo bien las manos. ¿Estaré limpio? 

Viernes, 10 de abril.
Me está mellando, por primera vez, esta situación. No sé porqué me levanto triste. Es Viernes Santo y sin embargo un día más. Desde mi agnosticismo siempre he contemplado con simpatía el bullicio de las gentes disfrazadas, con tambores, trompetas y carraclas. Me señala el corrector que esta palabra no la recoge el Diccionario de la Real Academia. La Wikipedia me dice que es una expresión de Aragón e incluso me proporciona imágenes del instrumento musical. Eso sí, bastante primario. No la borro. La Real Academia cada día me defrauda más. No recoger una palabra que, al menos, en una zona del país se usa habitualmente desde hace sesenta años y quitarle la tilde a solo en su acepción cuantitativa me parece un desatino. Veo que sí admite matraca. Resulta curioso porque esta expresión tiene múltiples acepciones y la primera se refiere al instrumento de sonido idiófono. Bueno, no quiero dar más la matraca. O la carracla.

Sábado, 11 de abril.
Tampoco he descansado bien y sigo con la lectura de Prosas apátridas. El hecho de no descansar satisfactoriamente hace que me duerma a ratos. O que dormite. Observo que me sucede algo muy curioso y que no sé si es habitual. Cuando me duermo en medio de una narración mi subconsciente sigue con ella y cuando despierto trato de encontrar el final de lo soñado y me doy cuenta de que no existe. Que he sido yo el que ha creado la continuidad del texto. Lo peor es que me gusta más lo soñado que lo que está escrito. Podría estar bien escribir dormido. Cosas de la mente. Después de comer, una siesta reparadora me deja como nuevo. Decido entrar en los videos de Fuentetaja y me encuentro con uno de “Escritura en Facebook” que me parece interesante. Lo dirige un tal Sergio C. Fanjul, un tipo divertido. Cada día hay más gente que escribe en ese medio y también en Instagram. Especialmente poesía. Escucho la presentación de los alumnos y aprecio un buen nivel. Hasta hay una editora. La verdad es que me pasa rápido la hora y media de la primera lección. Lo voy a seguir. A las ocho salimos al balcón a aplaudir. La ovación se convierte en una forma de empatía entre la gente. Se saludan y sonríen. Sonrisas en la distancia. Todo es distancia. 

Domingo, 12 de abril.
He descansado bastante mejor que estos días y lo aprecio física y psicológicamente. Afronto el día con mejor aptitud. Mañana, lunes, debo mirar a ver si me hacen una prueba médica. Un ecodoppler TSA de seguimiento pues tengo visita para el viernes con la neuróloga. Dudo que me lo hagan y además me apetece poco salir. Las noticias siguen siendo alarmantes. Continúo con la lectura, a ratos, y también con el taller en línea que por momentos me gusta más. Me divierte, sobre todo, el lenguaje y la sonrisa de la gente joven. Esas expresiones de machirulo, situación petarda, texto bastante pedorro, etc., en ellos, me resultan tiernos. Supongo que a Javier Marías le haría entrar en pánico. Reflexiono sobre la cantidad de gente que se ha equivocado de siglo y actúa con valores y maneras fuera del tiempo. Supongo que es algo generacional, pero de lo que me excluyo. Cada día tengo menos que ver con la gente de mi edad y eso me genera algunos conflictos. Como decía Aute…el pensamiento no puede tomar asiento, el pensamiento es estar siempre de paso. Hay mucha gente que dejó de caminar y, en mi opinión, es una forma de dejar de vivir. A la noche, finalizamos una serie de cuatro capítulos inglesa titulada La Víctima, de muy buena factura. Los ingleses hacen bien las series. Tan intrigante e interesante que nos lleva tarde a la cama.

Lunes, 13 de abril.
Como me temía, me dicen en Sanitas que la consulta será por teléfono y que les envíe un correo la foto de los resultados del ecodoppler. Me decido a salir para darles tiempo de hacerlo y recibir los resultados antes del viernes. Pues no. Debido a la situación actual han suspendido la realización de esas pruebas. No le doy más vueltas y como es un tema de seguimiento, y no urgente, lo pospongo hasta el mes de mayo. Me pongo a caminar por la pista atlética de mi pasillo unos tres cuartos de hora. Tres kilómetros. Después, comida mientras veo el informativo. Aparece un señor apercibiendo a otro de que no lleva mascarilla. -Caballero, caballero, le dice. No lo soporto. Esa expresión con reminiscencias hosteleras o de guardia civil me subleva. Tengo siempre la sensación de que me van a multar o servir unos calamares. Los italianos tienen el signore, los ingleses el sir, los franceses el muy usado monsieur, y nosotros una palabra tan bella, serena y respetuosa como señor. ¿A qué viene esa tontería de caballero? Además, siendo en apariencia una muestra de respeto nos es más que un intento de equiparación, de situar en el mismo plano. En ningún caso responde a la segunda acepción que le da la Academia de hombre distinguido, noble o cortés sino a la primera que es, simplemente, hombre adulto. No, yo no soy un caballero. Yo soy un señor.

Martes, 14 de abril.
Hoy he descansado bien y lo celebro. Ha sido el despertador quien me ha rescatado del sueño y hace días que no sucedía. Ducha larga disfrutando. Cuando me seco la barba y el poco pelo de la cabeza pienso el dejármelo en ambas zonas largo. Una pinta un poco rara. Rostro de confinamiento. Veremos. Luego de desayunar, videotertulia con mis colegas de los martes. Después, caminar y algo de ejercicio antes de comer. Un poco de lectura y aquí os espero.


jueves, 11 de junio de 2020

Confinamiento. Tercer diario.


Miércoles, 1 de abril. Me asomo a la ventana y veo que cae una fina lluvia que hace que los embaldosados luzcan brillantes y solitarios. Ya son veinte días de confinamiento y lo más incómodo es la ignorancia y la ausencia del otro. El otro llegará, pero, ¿cuándo? Las noticias son alarmantes. Comienzo a saber de gente cercana que sufre la infección. Impresiona. El confinamiento es cómodo y, por tanto, muy soportable, pero el cansancio psicológico hace su mella. Necesitamos al otro para afirmarnos y lo que encontramos es distancia y miedo en los escasos momentos de salida. Son instantes en los que las ausencias, los temores y la preocupación se enrollan como un cable de teléfono y nos concentramos en nosotros. Nos es malo este hablar con uno mismo, ser tu propio interlocutor. Pero, aunque disciplinemos en el futuro ese hábito beneficioso, necesitamos el abrazo, el beso, la caricia del aire, sentir y compartir la vida. Lo necesitamos porque nadie nos asegura que no habrá otra vez. En cada instante nos estamos despidiendo y eso es lo que lo hace único y hermoso. Y solo se completa con el otro, que es quien le da sentido. Ojalá este momento forme parte de uno de mis futuros recuerdos.

Jueves, 2 de abril. Hoy mi sobrina cumple 9 años. Le preparamos un video con mis hijos que hace que la pequeña se emocione. Resulta fantástica la tecnología en estos momentos. Según me dice un amigo médico, están permitiendo que, casi hasta en las UVIS, los Smartphones acompañen a los pacientes. Es una minúscula ventana al mundo. Una música, unas palabras, una foto o unos vídeos puede hacerles sentir y combatir esa dura soledad. Sentir que afuera otros están con él. También tiene esa posibilidad lúdica que transmite empatía de una forma entre divertida y expresiva. Preparamos otro vídeo para una amiga que cumplirá años el sábado. Decidimos simular una carrera por el pasillo de casa y dedicarle el triunfo. Primero Carmen y el video queda muy bien. El mío, hay que repetirlo tres veces porque es incapaz de contener la risa y mantener el silencio. Yo, simulo una carrera de marcha atlética que resulta, de puro ridícula, muy divertida. Se lo enviamos a su hija para que lo añada a otro en el que hay más gente y nos dice que no puede parar de reír. Reír, reír…nos hace falta tanto. 

Viernes, 3 de abril. Unorthodox. Ha sido lo más interesante del día. Una serie en cuatro capítulos de unos cincuenta minutos que casi compone una película de largometraje. La comenzamos de seis a ocho de la tarde y la concluimos de diez a doce de la noche, además de veinte minutos de un making off muy interesante. Una joven judía, en Nueva York, perteneciente a un grupo ultra ortodoxo, después de una boda concertada, abandona ese mundo y escapa a Berlín con su madre que, en su momento, pudo huir de ese entorno. La historia, basada en hechos reales, conmueve, indigna, emociona y angustia. Es el contraste de la vida contra su negación. La religión llevada a sus últimos extremos -tengo dudas de que no sea extrema intrínsecamente- que convierte a personas de buenos sentimientos en fanáticos irredentos. Me recordó, por momentos, la asfixia de “Camino”, la película de Javier Fresser. ¿Cuántos dogmas abrazamos sin reflexión? ¿Cuánta irracionalidad estamos dispuestos a soportar? ¿Cuántos miedos nos llevan a refugios que nos ahogan y desprotegen? Son preguntas que nos pueden acompañar en estos días de confinamiento que tampoco nos han librado del sectarismo y el enfrentamiento más innoble. Me descargo, para más adelante, “El río baja sucio” de David Trueba. Me gusta mucho David. Tiene una fina ironía que te hace sonreír, y posee gran sensibilidad desde una aparente intrascendencia. Termino Yo, Julia, sigo con Prosas apátridas, y tomaré el de Trueba. 

Sábado, 4 de abril. La ventana se convierte en una tentación. El esplendor de un día luminoso hace más difícil el confinamiento que, a pesar de todo, se alivia con la esperanza futura. Se hacen extrañas esa luz y las ausencias. Ese mirar la vida interior sin el afuera. Se ven rostros, en las pocas personas que intermitentemente circulan, protegidos por mascarillas que construyen un escenario distópico que se repite y acecha. Me pongo a leer y establezco un mínimo espacio entre mi libro y la luz, en el que me encierro sin tabiques ni puertas. Y mejora mi sensación de plenitud. Ni siquiera requiero música. La pospongo hasta el atardecer como goce último. Como un desenlace armonioso que me procura serenidad y equilibrio. Mientras tanto…resisto la rutina.

Domingo, 5 de abril. Se nos ha ido, Luis Eduardo Aute. El tiempo, inexorable, nos despoja de referentes importantes en nuestra vida. Aute lo fue en la mía. Renacentista multidisciplinar en una época que salía de un tiempo oscuro y con un ansia de libertad…que venía con hambre atrasada. Poeta, pintor, escultor, músico, compositor, cantante -por presión de sus poemas- cineasta y, sobre todo, enamorado de la vida y del amor. Su música nos acompañó a lo largo de los años. Y como solo sucede con los grandes, algunos temas, por sí solos, justifican toda una carrera. Nos ha dejado en tiempos difíciles y duros. Sin poder despedirnos ni darle un emocionado adiós. Como llevando al extremo esa discreción, que fue siempre la expresión de su elegancia. Quizás mañana, al alba, nos vuelva a decir…que no todo fue naufragar/ por haber creído que amar/ era el verbo más bello. Que nos lo repita una y mil veces. Nos va la vida en ello.

Lunes, 6 de abril. Un día plano y pleno de rutina. Una buena noticia es que haya cien muertes menos. Lo más terrible es la soledad de los que se van y la de los allegados. La crueldad de que una vez ingresados, y si mueren, ya no se van a ver nunca más. Hablo con un responsable de enfermería del Hospital Miguel Servet y me dice que es lo que más les conmueve. El aislamiento que concluye en la muerte en soledad y la privación del adiós. Todo muy difícil e irreal ni no fuera porque es real. Sigo con mis ejercicios, cine, música y lectura. A punto de acabar Yo, Julia, me canso. Tiene todos los elementos para ser un best seller, pero no es otra cosa. Como un tebeo de romanos de mi infancia, pero en libro bien escrito y bien documentado. No me es suficiente. Un día más y un día menos. Matemáticamente son lo opuesto. Mirado desde la vida, es lo mismo. 

Martes, 7 de abril, Se me pegaron las sábanas. Me he levantado tarde y justo para la ducha, el desayuno y prepararme para la tertulia virtual de los martes. Un rato agradable con un monotema. Vamos más allá y proyectamos un futuro sanitario, económico y mundial. Llegamos hasta la oposición de la libertad individual y el bien común. En mi opinión, esa libertad individual forma parte del bien común. Una es consecuencia del otro. Un rato de debate entretenido y jubiloso que no ha llegado a la política. Cómo me cansa. Estéril y fuente de confrontaciones. Comida rica, noticias malas y un rato de siesta. A por los romanos y César Augusto. 

domingo, 7 de junio de 2020

Confinamiento. Segundo diario.


Me asomo a la ventana y veo la avenida vacía; a lo lejos una moto y un transeúnte paseando al perro. El estado de las cosas, pienso, es distópico. Nadie, hace pocos días, hubiera imaginado esta situación casi cinematográfica. De esas que nos cuentan un mundo inimaginable. Quizás, por primer día comienzo a estar muy preocupado. Observo con expresión seria. También compruebo que en estos momentos lo mejor y peor del ser humano se hace evidente. El contraste de los servicios públicos con las actitudes de determinados políticos mueve a la admiración y al asco. Me propongo -no puedo hacer nada- seguir con la rutina y forzar el mejor ánimo. Después de mis paseos caseros me pongo a leer. La lectura es un alivio en este estado de ánimo. Decía Michel Houellebecq que “no leer es conformarse con la vida”. Resistiré.

Pienso en mi compañera de taller, Elena, y su seria preocupación por el momento que vivimos. Uno de mis contertulios, médico, aunque alejado de la primera línea, me confirma la gravedad de la pandemia. Observo con estupor la enorme diferencia de actitudes y medidas en los diferentes países. Ignoro la transcendencia global que puede tener, pero a la vista de los resultados en aquellos que no han tomado medidas drásticas el desastre puede ser bíblico. Hoy, intentamos una tertulia telemática y la diferencia de dominio informático de algunos compañeros la hacen caótica. No sabemos si seguir con wasap, Google Duo, Zoom o Skype. En ello estamos. Tampoco es que tenga muchas ganas de hablar. Cambio de tema. Cada día soporto menos a la derecha de este país y sus medios afines. Muchas actitudes de la llamada “caverna mediática” me parecen repugnantes. No es una cuestión de diferencias de pensamiento político. Creo que, simplemente, es decencia. Me envía Elena un artículo de Muñoz Molina que reconforta. 

Ya estamos en viernes. Continuamos con la rutina, en la que hay variaciones de tiempos y momentos. Mi hija me confirma, por medio de un policía amigo, que van a multar a la gente que no haga una compra de cierta importancia. En definitiva, que no podemos salir todos los días a comprar el pan sino hacer una compra cada tres o cuatro días. Parece razonable. Este confinamiento reafirma el valor de las cosas básicas e importantes. La lectura, la música, el cine, el descanso, confirman que no es mucho lo que necesitamos; desde luego, es curioso detenerse en que estamos reducidos a lo básico y que, a mí, al menos, me está resultando placentero. Me altera pensar en un centro comercial o en grandes aglomeraciones. Lo único que nos falta es el otro. Las ausencias físicas, la falta de contacto. Cuando termine esta pesadilla, ¿volveremos a ser los mismos y a repetir los mismos hábitos y actitudes? ¿Aprenderemos algo o lo olvidaremos pronto? No lo sé. Carmen acaba de hacer dos mascarillas con pañuelos de algodón; no estoy muy seguro de su fiabilidad, pero para algo servirán. Sonrío al pensar en un amigo muy clasista que creo que se bordaría las iniciales. Un poco de humor ayuda.

Me levanto un poco tarde como corresponde a un supuesto sábado que se ha convertido en casi permanente. Cuesta abstraerse y escribir algo con lo que esta sucediendo. Hablo con mi hija Ana que está encerrada con mis nietos. Para ellos, en un piso de tamaño normal, es más duro. Pero tiene capacidad para asumir la situación. Me dedico un rato, unos cuarenta minutos a caminar por el pasillo que suponen algo más de dos kilómetros. Además del ejercicio físico va bien para tener esa abstracción, esa sensación de no hacer nada productivo e incluso de ridículo. Después de comer me quedo bastante rato dormido. Demasiado. Retomo la lectura que, conforme avanza, crece en interés. Comienzo una serie con dudas de su interés. No está mal, pero veremos. 

Domingo. Miro el correo y las redes y me encuentro con una frase, en mi opinión brillante, del famoso publicista Toni Segarra: “Ahora mismo hay que hacer lo más posible y decir lo menos posible”. Pero los políticos, los medios y las redes no hacen caso de semejante receta. Lástima. Me parece que voy a volver a ver “El Padrino”. Esta trilogía y su “making off” la disfruto todos los años. La habré visto unas veinte veces y como los grandes libros es inabarcable. Contiene todo. El poder, el amor, la corrupción, el crimen, la ambición, la maldad, la bondad, la fidelidad, la traición, la ingenuidad, el dolor…y la belleza. Una belleza arrebatadora. Es evidente que me apasiona. El gesto de Brando acariciando el gato o la mano de Dianne Keaton sobre el hombro de Al Pacino, valen que todo el cine que se hace en un año. Decididamente, la volveré a ver. Me hace sentir.

El lunes miro el correo y encuentro uno de mi hijo. En él me detalla las gestiones que ha hecho para salvar la situación que estamos viviendo en el plano económico. Me pasa los correos que ha mantenido con el gestor, con los bancos y con el propietario del local. Por teléfono me dice que no ha querido decirme nada para no preocuparnos. Me deja admirado de lo bien que ha hecho las gestiones y los logros que ha obtenido. Se me apodera un doble sentimiento. Uno de gran satisfacción y orgullo -como diría el emérito- y otro de una dulce nostalgia que conlleva la sensación de envejecimiento. La convicción de que hoy lo hace mejor de lo que la haría yo. Es su tiempo y no el mío. Me siento mayor, pero con una sonrisa. Me asomo a la ventana. La soledad es más evidente y el silencio más sonoro. Por la tarde, mi hija Estefanía me dice que si le puedo preparar una hoja de Excel -una especie de diario de caja con proyección a seis meses- para su despacho. La gestora les ha enviado una, pero en mi opinión no es lo más práctico para ellos. Me lleva el resto del día prepararla y a ella y a sus dos socios les gusta. La gestora les dice que, si quieren llevar la mía, le parece bien. Le digo, por grabación de voz, que lo que yo les envío es… la nota detallada…. ( y sigue todo un párrafo) que estudiaba en mis años jóvenes y que me sé de memoria. ¡Toma!, me dice orgullosa. El día termina bien.

Hoy martes es día de videoconferencias. La tertulia matutina que tenemos habitualmente, pero telemática. Bueno, un rato de charla agradable con polémica civilizada incluida. Seguidamente, caminata por el pasillo y a comer. Luego café, noticias dramáticas y me pongo a escribir estas líneas. Ahora lo dejo hasta las 19.00 h. que tendré mi taller de escritura. Me voy a leer.

miércoles, 3 de junio de 2020

Confinamiento. Primer diario.





El viernes las noticias comenzaban a ser alarmantes pero las autoridades todavía no habían establecido ninguna indicación al respecto. Solo algunas filtraciones y especulaciones en la prensa, de que se iba a proceder al estado de alarma. Esa noche, teníamos una cena en casa de unos amigos y mis hijos nos aconsejaban suspenderla; la verdad es que estuvimos dudando y tengo la sensación de que nuestros anfitriones siguieron con los preparativos y con la incertidumbre de si recibirían una llamada con nuestra anulación. Decidimos asistir y a la hora prevista acudimos. Por primera vez -creo que estaban ya las prevenciones en la mente de todos- nos saludamos como los japoneses entre risas y cenamos de forma breve y frugal. Después de un rato de charla y en la medida en que habíamos acordado retirarnos pronto, marchamos un poco pasada la medianoche. Al salir a la calle comenzamos a notar los primeros síntomas de lo que en los días siguientes iba a ser habitual. La dos grandes avenidas que debemos recorrer hasta su intersección estaban totalmente desiertas; algún transeúnte como nosotros, algún bar abierto y algún coche y taxi. Todo invitaba al recogimiento y al deseo de encontrarte en el confort del hogar.

A la mañana siguiente nos levantamos algo tarde para nuestra costumbre y mi hijo fue a su tienda con la firme intención de, además de observar la situación del resto de establecimientos, proceder a avisar a los clientes por medio de un pequeño letrero en ambos escaparates, de que debido a la situación sanitaria planteada -sin certezas todavía oficiales- era aconsejable el cierre sin tiempo definido. Y justo esa mañana, y a pesar de notables incertidumbres, la conjunción del miedo y la responsabilidad modificaron de forma radical los comportamientos y el pálpito vital de la calle y la ciudad. De momento, y en nuestros hábitos, sólo había habido un cambio; eliminamos el gozoso paseo matinal a lo largo del canal Imperial que nos suele suponer unos ocho kilómetros de ejercicio y dedicamos la tarde a la lectura y a finalizar alguna serie de televisión. Mientras no te asomaras a la ventana, no había nada especialmente extraño.

El domingo, la conciencia de no salir a la calle no se confrontaba con una costumbre frecuente en muchos fines de semana. Las labores propias de la casa, atender el correo y los wasaps, música y lectura. Un asado excelente con un buen vino y un rato de siesta; definitivamente terminamos una serie aceptable, pero de las que te alegras cuando finaliza; más música y lectura para acabar con una cena ligera. Después y por casualidad, vimos una película argentina del director Juan Vera y protagonizada por Ricardo Darín y Mercedes Morán. Un filme, El amor menos pensado, que te mantiene en una sonrisa permanente, con excelente guion y diálogos inteligentes. Y con algunos momentos verdaderamente brillantes. Cuando el amigo ve descubierta su infidelidad y que su mujer se ha enterado por medio de una foto en la que está con la amante disfrutando en una tirolina entre árboles, Darín le dice… -es terrible; mejor hubiera sido que te hubiera visto en la cama; no hay nada más pornográfico que la felicidad. De ahí a la cama a leer en diferentes medios de comunicación las noticias y artículos de prensa interesantes. Me dormí pensando que…no hay nada más pornográfico que la felicidad.

Hoy, lunes, ya es una jornada muy extraña. Las noticias son cada vez más alarmantes. El día es lluvioso y triste y las calles están tan vacías o más que ayer. Algún autobús, transeúnte o coche a lo largo de toda la avenida. He aprovechado para afeitarme del todo y descansar de esa leve barba que llevo desde hace muchos años. Carmen ha ido a la panadería y estaba todo tranquilo. He terminado Los pájaros de Bangkok de Manuel Vázquez Montalbán. La verdad es que le han pasado los años, pero después de tanto ensayo y lecturas de pensamiento necesitaba un descanso. Tengo que decidir lo que leer a continuación. Aunque directamente a mí no me afecte no dejo de pensar en el caos económico – el sanitario estamos comprobando su gravedad- que esta situación va a suponer. Cada día es más evidente que se precisa un nuevo orden mundial. Grandes economistas lo están advirtiendo. En fin, veremos. Estoy disfrutando de la restauración de mi viejo giradiscos que tiene unos cuarenta años. Es un Sony profesional, cuyo giro tiene un error máximo de un tercio de revolución por minuto y el peso de la aguja sobre el surco es de un cuarto de gramo. Es una joya y de una gran belleza. El piano, el saxo, la batería y la voz, las tienes en casa. Otro sonido. 

Hoy, martes, he tenido tertulia con mis amigos. Normalmente es física en los salones de un hotel de la ciudad. Teníamos la intención de hacer un chat, e incluso habíamos establecido un orden de intervenciones. Pero al final, ha sido una videoconferencia que se nos ha hecho muy corta. Mi mujer ha ido al mercado, con total normalidad, y yo procuro estar cómodo de vestimenta, pero tampoco en pijama; un aseo normal y una presencia que conjure la obviedad de la reclusión. Ahora, voy a comenzar -aunque extrañe no lo he leído- El proceso de Kafka y a poner música instrumental, ya que si hay voces me distrae mucho. El día tampoco acompaña y el ambiente nublado contribuye a esta sensación que tan bien expresaba Serrat en su Balada de otoño. Como apunte de final del día, estoy algo agotado de las redes sociales, móviles, tablets, y demás instrumentos de comunicación. Debido a la actual situación, la profusión de vídeos, chistes, comentarios, wasaps, etc. llega a hartar. El problema es que los que verdaderamente tienen interés -que los hay- se pierden ante tanta banalidad. Por otra parte, lo compulsivo del medio rompe una cierta serenidad indispensable para la lectura. No hay más remedio que el silencio y mirarlos cada cierto espacio de tiempo.

Miércoles con el mismo pálpito en las calles. Desde mi ventana observo la venida Goya desierta. El sol -no sé si tiene miedo al virus- sigue sin aparecer y contribuye a esa sensación de melancolía que hay que romper con música que emocione y anime. He decidido cambiar de lectura y voy a comenzar el libro de Santiago Posterguillo, Yo Julia. 

Necesito una lectura larga y que me atrape y veo que las críticas, en general, son positivas. Reivindico los pasillos. Hace tiempo que se pusieron de moda las casas sin ellos y en esta cuarentena he visto que son de gran utilidad. De la puerta a la ventana del salón y vueltas y más vueltas hasta hacer unos quince minutos por la mañana y otros tantos por la tarde. Unos dos kilómetros y medio que tonifican. Luego unos estiramientos. A las doce de la noche me llegan vía wasap las felicitaciones de mis hijos por el día del padre. No fallan. Me duermo contento.

Continúo con la rutina de todos los días y mis hijos me envían por correo electrónico su regalo: una renovación de mi suscripción a Filmin y dos libros que me espero a comprarlos físicamente en mi librería habitual y no dar negocio a Amazon y evitar gente por la calle repartiendo paquetes. Sigo disfrutando con discos que no había escuchado en cuarenta años y que tienen vigencia. Suena Pink Floyd. Filmin me viene muy bien ya que tiene algunas películas que quería ver y también alguna serie. A la noche vemos Intemperie, basada en la novela homónima de Jesús Carrasco que, en su momento, me pareció magnífica. Benito Zambrano ha hecho un buen guion y película. No alcanza la intensidad dramática del libro, pero se acerca. Estoy insertando los recuerdos de mi libro -cada día uno- en Instagram y me sorprende gratamente el éxito que está teniendo. En pocos días 120 seguidores. Y lo que más me gusta es que la mayoría son jóvenes. Llevo publicados en este medio digital la presentación y diez relatos. Me quedan 290. Así que hay para días. Leo un rato Yo Julia y me duermo.

Hoy, viernes, y dentro de unos minutos vamos a tener una video conferencia con mis contertulios. No sé qué método vamos a emplear pues wasap solo admite a cuatro y somos cinco. Al final los hacemos por Google Duo. Es una charla de una hora ya que uno de ellos, médico, está pendiente de que lo llamen. El virus llena todos los comentarios. Después sigo mi camino por la “pista” de mi pasillo y realizo los ejercicios habituales. Continúo con la lectura de Yo Julia que me está resultando más interesante conforme profundizo en ella. A la noche, comenzamos a ver la serie La maravillosa señorita Maisel, divertido comedia que nos retrotrae a los años 70, con buenas interpretaciones, sensibilidad y divertidos diálogos. Pero no deja de ser un divertimento amable. Finaliza la primera semana completa de encierro.

No he descansado bien esta noche y lo acuso en la mañana. Como hice ayer, y todos los días restantes hasta su finalización, inserto en Instagram uno de mis recuerdos. Al poco ya recibo esos “me gusta” tan agradables. La rutina del resto de los días continúa. Sigo con la lectura y reflexiono sobre que, en mis circunstancias y mis recursos, no siento demasiado agobio por este confinamiento. Me dice una amiga de San Sebastián que tiene un jardín precioso que, si no fuera por la tragedia que supone, ella está de maravilla. Hacía años que no vivía una situación tan placentera. Con menos espacio y recursos me ocurre lo mismo. Hago una videoconferencia con mi hija de Barcelona y mi hijo en Zaragoza y compartimos impresiones. También aprovechamos para orden y zafarrancho general en la casa. Por la tarde hablo con mi hija mayor y me dice que no lo lleva mal con mis nietos. Vemos la película Adiós, hijo mío, una producción china muy hermosa, pero con un tempo oriental y exceso de metraje. Creo que, al filme, de casi tres horas, le sobre casi una. Hay que hacer un cierto esfuerzo. Lo mejor que tiene la plataforma Filmin, es que quizás es la única que nos permite ver películas premiadas en muchos importantes festivales y que no tienen una buena distribución. Seguimos, después de la cena, con la información de la evolución del virus y otro capítulo de la La señorita Maisel. Hoy me ha cansado mucho. 

Este sábado lo inicio con un aseo más especial de lo habitual. Como si fuera de boda. Me arreglo la incipiente barba, peeling facial, manicura, etc. Creo que es una de las cosas importantes para combatir la situación. Hacer de cada momento algo especial. Ahora me prepararé el segundo café. Sigo el consejo de Juanjo Millás acerca de dosificar la información como la comida. Hay una pandemia de información que hay que controlar y sobre todo huir de los miles de expertos en todo que pervierten la sensatez que debe presidir el momento que vivimos. Así que algo de información de radio por la mañana y algo más a la hora de la comida y cena. Creo que hay que huir de todos esos magazines sensacionalistas y, sobre todo, de los comunicados virales de las redes. Puro terrorismo informativo. Tarde de lectura y videoconferencia. Me contraría e irrita bastante la cantidad de basura que circula por la red y en la que muchos caen. Descalificaciones gratuitas y sobre todo insultos. No lo soporto.

La rutina continúa el domingo. Me proponen mis contertulios una videoconferencia en la que no me apetece participar. Por la tarde veo una excelente película. De esas que te dejan el espíritu en paz. Call Me by Your Name es un filme que trata del despertar de la sexualidad y de la ambigüedad en la que se mueve el protagonista en una adolescencia en la que las dudas acerca de la homo o heterosexualidad están presentes y tratadas con exquisita sensibilidad. La media hora final es soberbia. Cena ligera, noticias más alarmantes acerca del corona virus y capítulo de La señorita Maisel. Me está gustando el libro de Yo, Julia.