viernes, 16 de octubre de 2015

Indignación




Reconozco que me equivoqué. Tampoco tuve la intención de avanzar un pronóstico ni de realizar una apuesta. Pero si de alguna forma proyectaba en mi imaginación el futuro de este país o el desarrollo de su sociedad -allá por el comienzo de los años noventa-, ni por asomo intuí la notable regresión que estamos viviendo, especialmente, en los últimos años. Y fijo más mi atención en lo social que en lo político. Pensé que la secularización de nuestra sociedad, la tolerancia, la diversidad y, sobre todo, la cultura democrática sería hoy un logro a disfrutar. Y me encuentro con un retorno de códigos, símbolos y celebraciones que superan notablemente la exaltación que tuvieron en la dictadura. Las novias, casi como nunca, quieren ser “princesas”; las fiestas populares con reminiscencias religiosas adquieren esencias identitarias; las banderas y los símbolos recuperan agresividad; los ministros condecoran vírgenes; se cuestionan, en términos morales, logros que fueron aspiraciones de modernidad de hace años; y lo que me parece triste y muy peligroso es que la crispación, el enfrentamiento y la violencia –de momento verbal- se apodera del discurso social. Lo que evidencia a las claras que la democracia, que más que una forma de gobierno es una actitud, precisa de una pedagogía muy superior a la que nos hemos dado. Procesos que nos parecieron superados han mostrado una extrema fragilidad y su peor cara. Y en mi opinión, donde más se evidencia es en la indignación que producen las personas y sus ideas o manifestaciones y la laxitud en la condena de los hechos. ¿Cómo es posible que una sociedad ante hechos delictivos como los Gürtel, Púnicas, Blesas, Ratos, Bankias muestre una rechazo leve y resignación bovina y sin embargo reaccione con virulencia ante el cuestionamiento de una festividad, un símbolo o un sentimiento? ¿Cómo explicar que el rechazo crítico o la postura adversa provoque sentimientos de afrenta? ¿O acaso nos estamos desviando peligrosamente a considerar más graves las ideas que los actos? ¿Por qué manifestaciones legítimas -discutibles como casi todo- provocan reacciones tan indignadas y cercanas al linchamiento? Mal camino el que lleva a sacralizar símbolos y demonizar personas. Me suena tanto todo eso…