viernes, 18 de diciembre de 2020

Sus labores

 

(Este texto corresponde al ejercicio literario "flujo de banalidades)

Pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Lo advirtió por la vibración en su muñeca del “smartwatch” que le habían regalado recientemente y que sincronizaba con el “smartphone” proporcionándole una cantidad de información que le parecía de utilidad. Kilómetros caminados, calorías consumidas, calidad del sueño y tiempos e intensidad de sus diferentes fases, variaciones del oxígeno en sangre durante el descanso y, además, muchos de los informes que contenía su móvil. Al comprobar que era un número con prefijo de Irlanda, dejó que sonara y no contestó, pues sabía que era una de esas llamadas en las que tratan de venderte algo que no deseas ni te interesa y que tienen la oportunidad de hacerlo en el momento más inadecuado. Estaba con su Dyson sin cables, últimamente adquirido, y que le había incorporado cómodamente a las faenas del hogar. Ya no tenía que arrastrar esa máquina entubada y con un cable de considerable largura y tener la precaución de que en los giros no golpeara todas las esquinas de la casa. Este nuevo aparato facilitaba mucho esa labor y la hacía, si no grata, al menos soportable. Los distintos accesorios de que constaba permitían el acceso a todos los rincones sin mayor esfuerzo y había quedado atrás ese dolor de riñones que siempre acompañaba a la finalización de la tarea. La llamada le sorprendió en el pasillo, quizás la zona más fácil de realizar debido a su falta de muebles, objetos y recovecos y a punto de entrar en el salón. 

Movió el macetero alto y de finas patas de madera de Valentí y luego el grande, con su hermosa planta, y cambió al accesorio tubular con su cepillo para hurgar en las esquinas y dejarlo todo limpio. Lo mismo hizo, con sumo cuidado, con la pareja de altavoces encastrados en una estantería de obra y de los que tan orgulloso se sentía. Eran dos Polkaudio, de siete vías y de gran potencia, que proporcionaban a cualquier volumen una calidad de sonido excepcional. El cableado era una banda ancha de dos centímetros, con sus vías derecha e izquierda, que se conectaban al amplificador, junto a otro cable redondo que comunicaba entre sí ambos bafles.
 
Cuando termine la faena, me relajaré y pondré a Michel Camilo y Tomatito, deseó.
 
Debajo del televisor tenía las figuras de tres guepardos de porcelana que los miraban de frente mientras veían una película. Uno era grande y los otros dos más pequeños y desiguales. Como una familia de tres miembros a la que habían bautizado como Simba y sus crías. Había que desplazarlos, pues se encontraban sobre una pequeña alfombra tunecina que había que retirar para su limpieza con el accesorio rascador. Volvió a notar la vibración en su muñeca y, al comprobar de nuevo el número, directamente colgó. Cambió el accesorio del aspirador por el de parqué y trasladó sin dificultad la mesa de centro gracias a las cuatro ruedas situadas en sus ángulos; ni movió el sofá ni el gran sillón que había hecho suyo y en cuyos brazos reposaban sus libros, sus mandos a distancia y su móvil. Eso para el próximo día, pensó. Continuó con los bajos de la mesa comedor y las sillas y debajo del otro mueble de almacenamiento. Paró el motor del aspirador y con un paño suave limpió la parte superior de los seis cuadros colgados encima de ese mueble y después de los cuatro que estaban encima del sofá. El dormitorio resultaba fácil, pues una vez desplazadas las mesillas el resto resultaba diáfano. Cambió de dispositivo para el baño, apropiado para el suelo era de cerámica granulosa. Cayó en la cuenta de que no había pasado por la habitación de invitados -en realidad la de sus hijos- y se dirigió a ella para el concluir el trabajo. Colocó el aspirador en su fuente de alimentación y observó, a través del depósito trasparente la cantidad de polvo acumulada. Parece mentira, se dijo, y parecía que estaba todo limpio. 

Llenó a mitad el cubo de la fregona, depositó un tapón de detergente y lo pasó por el baño común y luego por el del dormitorio. Tiró el agua al inodoro después de aclarar y escurrir bien la fregona. 

Por hoy, he concluido, pensó. Ahora escucharé un poco de música. 

Cambió de opción y de dispositivo y no puso la que había pensado. Miró hacia su giradiscos Sony que parecía reclamar su atención. Formaba parte de esos objetos íntimos y amados. Un aparato profesional, con un error de un tercio de treinta y tres revoluciones por minuto y un peso de aguja, también, de un tercio de gramo. Tomó entre sus manos el último disco de Carla Bruni que contenía, entre sus siete temas, una cortesía en español. Mientras escucha “Le petit guepard” y miraba a los suyos, sonó de nuevo el teléfono. Con la calma que a veces conlleva la irritación, colgó, clicó el icono de información del número, hizo descender la pantalla y pulsó la opción bloquear número. El tema de la Bruni había finalizado y comenzaban los acordes de “Porqué te vas”.

jueves, 10 de diciembre de 2020

El Hotel donde olvidé mis pantalones

 


Durante mucho tiempo no dejé de viajar a Andalucía, al menos dos veces al año, al punto de que se me hizo casi imprescindible ese cambio cultural y geográfico. Bien en dirección a Málaga o Sevilla habiendo, en ocasiones como esta, destinos intermedios. Casi siempre madrugaba mucho para estar disponible para el trabajo por la tarde, al encontrarme, en el hotel o la tienda de algún cliente, con el representante en la zona. En esa ocasión salí a mediodía con objeto de llegar con tranquilidad a dormir y comenzar la siguiente jornada a la hora del desayuno en la que me había citado con mi agente. Siempre tuve la sensación de que de Zaragoza a Madrid estaba de viaje -físicamente es obvio- pues el trayecto no me proporcionaba ninguna motivación ni sensación especial. Tomar la autovía A2 e ir pasando por las diversas poblaciones, solo percibidas por el cartel anunciador en las diferentes salidas y, en algunos casos, observarlas de lejos, producía escasas emociones; Calatayud, Santa María de Huerta, Medinaceli, Guadalajara, y el desvío por la radial dos en dirección a la autopista A4, es un trayecto cuyo único encanto reside en la música que te acompaña en el coche. Al menos yo, nunca le encontré otro. 

Una vez que te dejas caer al sur, ya atravesado Madrid, mi sensación era la de viajero. El trayecto largo por Aranjuez, Ocaña, Manzanares, Valdepeñas, en definitiva, por las llanuras de Castilla la Mancha, tenían algo de descubrimiento, de reminiscencias del pasado con sus molinos y Ventas, de próximo y ajeno a un tiempo. Las casas se aplanaban, distanciaban y disminuía el tráfico. Estabas en un viaje de extenso recorrido, pero con una mirada grata, descansada y apacible. Y, además, con la conciencia de que pronto se produciría esa emoción que siempre sentía al poco de recorrer las angostas curvas de Despeñaperros y acceder a Las Navas de Tolosa, La Corolina y Bailén, allí donde el General Castaños -aguerrido, valiente y humilde, como buen español- aceptó la espada que le ofreció el Mariscal Lefèvre, -vencedora en cien batallas- como nos contaba la épica Historia de España de mi infancia. 

Algo sucedía en mi ánimo al encontrarme en esos campos de Jaén, con sus tierras rojizas, sus elegantes olivos, su silencio y el sol aplanador que suspendía el tiempo. Un retorno a la placidez y serenidad de la niñez, a la vida enamorada y a una seguridad solitaria. Abandonaba el norte y me recibía el sur en un abrazo ausente. Disminuía la velocidad para disfrutar, gozoso, de ese trayecto que, contrariamente a lo habitual, deseas que se haga más largo. A ver si al regreso tengo ocasión de comprar un paté de perdiz en la Venta de Bailén, me decía. 

Con toda la calma, al poco tiempo llegaba a mi destino: la ciudad de Linares, famosa, entre otras muchas cosas, por los campeonatos del mundo de ajedrez que, a lo largo de los años, allí se han celebrado. Tenía una reserva en el hotel Aníbal, perdido en mi memoria después de tantos años de viajes y hoteles. Los adelantos actuales, con las aplicaciones de viajes, te dirigen hasta la misma puerta de tu destino. Aparqué en una explanada reservada a clientes y con mi maleta y mi funda de trajes me dirigí a la recepción. Después de hacer el registro y asignarme la habitación subí para instalarme. Ya en el ascensor tuve una extraña sensación de recuerdo a la que no di más importancia. ¡Cuántos ascensores de hoteles habré subido en mi vida! Abrí, con una de esas llaves pesadas, grandes y planas terminadas en una bola, la puerta de la habitación y dejé mi maleta sobre el mueble para ese uso destinado y la funda con mis trajes sobre la cama. Al mirar a la ventana y ver las ramas de los árboles y sus hojas sobre la forja del balcón, tuve la certeza de que allí había estado. Pero no recordaba ni el aparcamiento, ni la entrada, ni la recepción. Bueno, voy a organizarme, me dije. Y al abrir el armario, con sus desiguales perchas vacías, los vi. Mis pantalones de algodón gris marengo y finas rayas diplomáticas vinieron a mi memoria y llenaron una pérdida. Aquí, seguro que aquí, olvidé esos pantalones. 

Una vez instalado, bajé a recepción y pregunté:

- Disculpe, ¿el hotel ha hecho alguna reforma reciente?
- Claro, señor, hace un par de años. La mayor parte de las habitaciones no se han modificado pero la recepción sí; estaba justo en la parte contraria.
- ¿Y no tenían una sala homenaje con las fotos de todos los campeones de ajedrez que por aquí habían pasado?
- Se mantiene igual, señor. Si sigue el pasillo, el tercer salón se llama Ajedrez. Solo hemos cambiado la entrada de norte a sur.
- Gracias, muy amable.

Me dirigí al salón y contemplé la habitación con todos los cuadros y las fotos, casi todas con un ajedrez y un rostro.
Por una de las ventanas se veía la explanada de la plaza en la que una noche, esperando, vi llover a cántaros. Era este el Hotel. El hotel en el que olvidé mis pantalones.



 

martes, 24 de noviembre de 2020

Juntos




Hoy hace
cuarenta años
que decidimos
saltar juntos.
Nada sabíamos,
ni horizonte,
ni futuro, ni adversidades.
Nada.
Solo estábamos
nosotros,
saltando juntos
a la luz cegadora.
Nada más que nosotros,
juntos
de la mano.
Hasta hoy.
Que somos más

viernes, 20 de noviembre de 2020

Cinco piscinas y ella

 Este texto tiene como inspiración el relato de "El nadador" de John Cheever.



Salíamos del trabajo por separado para evitar que nadie se preguntara a dónde íbamos, lo que aumentaba la sensación excitante de clandestinidad. Nos encontrábamos en la Cafetería Hispanidad -hoy desaparecida- y situada en la ribera sur del río junto al Pilar. Sonrientes, cruzábamos el puente hacia nuestro destino, el club deportivo en el que pasaríamos ese mediodía. Entramos y nos dirigimos a la piscina cubierta, recientemente construida con motivo del ascenso a primera división del equipo de waterpolo del club. En verano era poco frecuentada, lo que hacía más atractivo nuestro baño en soledad y aunque la humedad resultaba algo asfixiante estimulaba nuestro secreto. En el agua, me esforzaba por alcanzarla y ella no hacía mucho por evadirme; nuestros cuerpos jugaban entre roces y caricias y yo intentaba besarla y ella me devolvía un chorrito de agua acumulado en su boca. El juego del no pero sí, de la sonrisa que te llama, de la provocación y la huida entre risas cómplices. De vez en cuando, sujetos a la corchea uno frente a otro, retozábamos con nuestras piernas y nuestras miradas. Al poco llegaron los jugadores del equipo a entrenar y decidimos abandonar el recinto para ir a otra de las piscinas al aire libre. Nos dirigimos a la llamada de unoochenta, pues esa era la profundidad uniforme y tenía su origen en que había correspondido al camping de extranjeros -que no podían mezclarse con los nativos- de tiempos pretéritos. Por ese motivo, tenía poco recinto que la rodeara y era la preferida de las mujeres para tomar el sol al borde del agua y de parejas jóvenes. El agua estaba muy fría y la ducha, potente y abierta, resultaba heladora. La seguí, disfrutando de su cuerpo, de sus largas piernas y de esas nalgas juveniles altivas y traviesas. La rodeé con mis brazos y la arrastré, ante su resistencia impotente y divertida, saltando juntos al agua. Nos miramos en el interior de la piscina y al salir a flote, con una sonrisa luminosa, me dijo que estaba muy fría y me abrazó mientras yo me sujetaba con una mano a un asidero de la piscina. Mi pierna, entre las suyas, sentía su sexo y también el leve contacto de sus pequeños pechos y el roce de sus mejillas en las mías. Me soltó, y me lanzó un nuevo chorrito de agua al tiempo que me desplazaba con sus pies y escapaba a la escalerilla a la que solo pude llegar para alcanzar uno de sus tobillos que escapó deslizándose entre mis manos. Envuelta en su toalla, me propuso ir a las gradas de la de treintaytres, una piscina con trampolín que tenía esa longitud métrica que le daba nombre, y tomar el sol un rato. Nos tumbamos horizontalmente uno en cada grada, y ocupando yo la superior, no dejé de admirar ese cuerpo esbelto, de vientre plano, sus pezones erectos bajo el bikini color marrón, la pausada respiración tras el esfuerzo, sus ojos cerrados y los labios entreabiertos deleitándose con el calor del sol. Sigilosamente, bajé hasta la grada inferior y, arrodillado, la besé suavemente en los labios. Abrió los ojos, me apartó sonriendo y se sentó a contemplar a los bañistas mientras me tomaba la mano. Vamos al lago, le propuse. La llamábamos así porque tenía la forma irregular y ondulada de un lago y solamente tenía una cierta profundidad en una parte. Era más familiar y ruidosa, pues en un extremo los niños alborotaban gozosos, y decidimos jugar como ellos; ella, abría las piernas haciendo un túnel y yo, buceando, la levantaba sobre mis hombros, la mantenía unos instantes caminando, sintiendo su sexo sobre mi cuello, y la lanzaba al agua. Así una vez tras otras entre risas y sonrisas plenas de excitación. Fuimos a por nuestros bocadillos para la comida y decidimos ir hasta la piscina llamada pública, que había tenido el sobrenombre de “baños públicos” y que se había incorporado al club. En esa decidimos no bañarnos hasta más tarde. En la parte inferior, se desplegaba la ribera del río. Había unas mesas de piedra y nos sentamos a comer en una de ellas con nuestras coca colas, contemplando pasar el río y las vistas del Pilar. Por allí no iba casi nadie y nuestra intimidad era casi total. Con el último sorbo del refresco nos miramos y besé su boca mientras mi mano se deslizaba por el interior del sujetador acariciando su pecho. Ella, excitada, se apartó para chuparme y morderme la oreja y mi mano fue hacia sus muslos buscando su sexo. Sujetó mi mano y me dijo: No, aquí no. Seducido por la promesa la volví a besar y mi lengua jugueteó con la suya como un niño feliz con su piruleta. No tuvimos tiempo para ese último baño en la quinta piscina. Desde el puente miramos a la ribera viendo muy lejana nuestra mesa. Nos separamos en la cafetería para volver al trabajo por separado como al inicio. Felices, muy felices.

Desconozco si las piscinas se mantienen tal como las recuerdo.

A ella no la he olvidado.

sábado, 14 de noviembre de 2020

El noi de Poble Sec

 


“Llevo más tiempo con él que con mi mujer”, suelo comentar con una sonrisa y “tengo tanta o más sensación de fidelidad y lealtad”, añado. Desde el año 1967, con mis sufridos dieciséis años, me había fascinado -escuchado por la radio- su primer disco en catalán con su “Ara que tinc vint anys”, la maravillosa “La tieta”, “El drapaire” o la tierna “Canço de Bressol”, que abre con una copla en castellano. Dos años más tarde y con objeto de estar en condiciones de paliar la ruina económica de mi familia, adelanté el servicio militar -lo que conllevaba un compromiso de dos años- iniciando una de las etapas más duras de mi vida. Desde las ocho de la mañana hasta las tres en el cuartel de Artillería, a trabajar a las cuatro treinta hasta las veinte horas, estudiar, cenar y seguir estudiando hasta las dos de la mañana. Así acabé. Tres meses después de licenciarme, me detectaron unas infiltraciones pulmonares de tuberculosis e ingreso en el sanatorio de “El Cascajo” – nombre de terribles resonancias hace cincuenta años- y que hoy se llama Royo Villanova y es un hospital general. Pero no quiero adelantar acontecimientos. Durante esa dura etapa, apareció su primer disco en castellano titulado “La Paloma” y que musicaba un poema de Alberti entre maravillosas canciones como “El Titiritero”, “Poema de amor”,” Balada de otoño” o “Poco antes de que den las diez”. En esas noches de agotamiento, después de jornadas laborales y responsabilidades impropias de mi adolescencia, sus canciones, al acostarme y en mi pequeño tocadiscos y a mínimo volumen, fueron como un bálsamo ensoñador que me trasladaba a un mundo imaginario y hermoso y que me evadía de esa adversa realidad. Alguna lágrima de emoción recuerdo. 

En el año 1968 se negó a participar en Eurovisión a no ser que fuera cantando en catalán. Por supuesto no fue admitido y causó un gran revuelo además de la censura en la cadenas y emisoras nacionales. Por aquél entonces yo no sabía mucho – más bien nada- de la multiculturalidad de este país y, por tanto, no comprendía demasiado su postura, absteniéndome de juicios precipitados. Massiel, con la misma canción ganó el festival y supuso una cierta afirmación nacionalista y un supuesto revés en su carrera.

Dos años más tarde, y superada para muchos esa etapa, Serrat llegó a Zaragoza. Presentaba un homenaje a Antonio Machado, un poeta del que el franquismo poco nos había enseñado excepto aquel poema infantil de “monotonía de lluvia tras los cristales”. El programa anunciaba una primera parte con sus canciones y una segunda dedicada a Machado. Bueno -me dije ignorante- si la segunda parte es un rollo disfrutaré con la primera. Ese día había estrenado una camisa, que me había regalado un proveedor italiano, de lino en color naranja, con una americana tostada y una corbata bien combinada. Con la premeditación y el gozo con el que uno se viste para un gran acontecimiento. Disfruté con la primera parte y después del descanso sonaron los acordes de “La saeta” y luego “Cantares” y el resto de las canciones que componían el disco. Me quedé sin respiración. Una mezcla de asombro y emoción me embargaron hasta lo más profundo. No solo había disfrutado del cantautor, sino que me había abierto la puerta a la obra de uno de los más grandes poetas españoles en castellano. Al día siguiente compré urgente el vinilo de portada roja, las espigas del campo y la imagen de Machado. Una joya que conservo.

Serrat había formado parte de la “Nova cançó” y a raíz de la publicación de ese disco en castellano fue repudiado por los más puristas que exigían una sola lengua expresiva y, como es natural, tenía que ser el catalán. Se le rechazó en España por querer representarla en catalán y en muchos sectores de Catalunya por cantar en castellano.

Pudo con todo. La calidad, coherencia e integridad fueron señas de identidad a lo largo de su carrera y en aquel momento crítico.

Dos años más tarde y después de su intimista disco de “Mi niñez”, estando de guardia en la batería del cuartel escuché por la radio que… “en la piel tengo el sabor amargo del llanto eterno, que han vertido en ti cien pueblos, de Algeciras a Estambul, para que pintes de azul sus largas noches de invierno”. Había nacido “Mediterráneo”, el disco al que había dado nombre la canción y que ha sido considerada la mejor de los últimos cincuenta años. Si ya de antes era notable mi devoción, con él nació la incondicionalidad que me ha acompañado hasta el momento en que escribo estas palabras. Me emocionó su “Penélope” que lo mira “con los ojos llenitos de ayer” -cómo se puede escribir algo tan hermoso- y todos los discos que han jalonado su carrera. Con satisfacción comprobé en la famosa librería Ateneo de Buenos Aires y delante de una imagen suya a tamaño natural como un dependiente me decía: “Serrat es Gardel”. Es el máximo elogio que allí se puede hacer a una persona.

Podría citar su densa trayectoria musical y artística pero no es el propósito de este escrito. Cualquiera puede comprobar su biografía, obra, premios, condecoraciones, homenajes y doctorados. 

Lo que quiero destacar es que no me ha fallado nunca. Creo que ha sido la encarnación de la decencia, la honestidad, la bonhomía y la coherencia. Entre su vida artística, personal y pública nunca ha habido la menor fricción. Para mí y no soy el único, es un mito. Mi estantería está plena de colecciones de jazz, clásica y popular, al igual que vinilos. Solamente en un caso hay una separación entre dos piedras de ónix con todos sus Cd´s editados. Tengo múltiples grabaciones de artistas de otros países que han cantado sus temas como Mina o Noah entre otros. Y en mi librería reposan los cinco o seis libros que se han editado sobre su obra y persona, además del libro-estuche que se publicó con todas las letras de sus canciones y detalles de su vida y de los momentos vitales en que las compuso junto con un magnífico álbum fotográfico.

Si me lo hubiera propuesto quizás hubiera tenido la ocasión de conocerlo en persona. Pero cuando uno tiene tal veneración, como es mi caso, la preserva de cualquier posible decepción. A estas alturas de la vida las certezas son escasas y hay que cuidarlas con mimo. He construido, a lo largo de cincuenta años, una urna transparente y luminosa que nos protege a los dos. En el año 2008 el cantante argentino Ignacio Copani escribió una canción en la que utilizaba títulos y versos del catalán para rendirle un emotivo homenaje y que concluía con un “qué va a ser de mí si estás lejos de casa”. Ese es mi sentimiento


miércoles, 21 de octubre de 2020

Callejón con bolardo y charco

 

El rellano de la escalera era el placentero escenario de los últimos escarceos amorosos hasta que desde el fondo -en aquel tiempo todo estaba al fondo- avisaban para cenar. El último beso daba inicio al descenso por las escaleras embaldosadas de barro rojizo y canteadas de madera envejecida. Al final del largo patio esperaba un portalón grande y pesado, con cierres de hierro y tirador, que daba acceso a la calle. Una calle amplia, de doble calzada adoquinada y que confluía con el comienzo de una gran avenida. Era el recorrido más cómodo, aunque algo más largo que serpentear por las estrechas callejas que le llevarían a las proximidades de su destino final. Siempre decidía caminar por ellas, angostas, mal pavimentadas y solo iluminadas por el algún comercio de ultramarinos, algún pequeño bar y las mortecinas luces de los pisos más bajos de viviendas. Semejaban costuras entre las calles paralelas y su recorrido irregular y caprichoso resultaba ameno. La última, concluía en un callejón con un bolardo de piedra, cilíndrico y con la parte superior redondeada semejando un símbolo fálico y que los niños habían dejado pulida de tanto saltar entrepiernas. Era la señal de que no se podía circular por allí, a excepción de alguna bicicleta o motocicleta de poca cilindrada. Los laterales del pavimento hacían una leve inclinación al centro, por donde discurrían las aguas de lluvia y de algún cubo vecinal, creando el efecto de una irregular cicatriz, hasta encontrarse con el bolardo al que rodeaban por ambos lados para llegar al desagüe. En un recodo de la calle, con el pavimento más quebrado, se había formado un pequeño charco al que la amarillenta luz de una tienda de objetos militares matizaba en tono sepia y reflejaba la torre de la Iglesia cercana, creando un entorno irreal que destacaba sobre el gris inalterable del entorno. Las casas y sus balcones, tan humildes como cercanos, hasta compartían tendedor de ropa en amable vecindad. El callejón terminaba en una calle algo más amplia y a la derecha se encontraba una sala de fiestas famosa en la ciudad. Atravesándola y olvidando la sala, desembocaba en una gran calle, recta, firme y rotunda llamada General Franco y que suponía casi una frontera entre dos mundos. En algunas ocasiones y casi llegando al final del callejón, escuchaba los insultos y gritos de alguna pelea o bronca que provenía de la sala, observaba a los vecinos asomarse a los balcones y, por prudencia, retrocedía sobre sus pasos en recorrido inverso. Al llegar de nuevo al bolardo, acariciaba su marmórea superficie enriquecida por los reflejos de la luna. Siempre lo mismo, le decía como si conversara con él. Dicen que es por una mujer y nunca es así. Es por los machos y sus rivalidades. Todos creen ser como tú.

miércoles, 22 de julio de 2020



Sueños rotos o inalcanzados. Ilusiones perdidas. Objetivos frustrados y, como es natural, también éxitos. Pero es frecuente advertir, especialmente en gente de mi edad, el lamento. Como es natural, no hago ninguna valoración de ese sentimiento pues es algo muy personal e íntimo. Pues ¿no es acaso el éxito un sentimiento personal? Los estudiosos definen la felicidad como el equilibrio entre las expectativas y los logros y satisfacciones. Pero, ¿no deben valorarse esos logros en función también de nuestras capacidades? ¿Pudieron sobrepasar nuestras expectativas a nuestras competencias? No lo sé. Lo que sí he aprendido en este tiempo es que la "verdad" puede ser muy simple. Y que, a partir de cierta edad, hay que buscar la paz.

miércoles, 8 de julio de 2020

La salida...poco a poco.


    
Esta semana hemos comenzado el desconfinamiento de forma muy paulatina. Una pequeña rendija, una puerta que se abre tímidamente y que, a pesar de todo, desborda las previsiones y se llenan la calles. Asombra la cantidad de gente que hace deporte y que, al menos hasta ahora, no había percibido. Mucha polémica con el civismo y el cumplimiento de las normas, que se aprecia claramente que se vulneran. Creo que la idealización de la actitud ciudadana ha sido excesiva. No es tan complejo ese confinamiento de dos meses cuando si sales sin justificar eres sujeto de una sanción. Eso es bastante fácil. El problema es cuando tienes un cierto grado de libertad y el control del cumplimiento de las recomendaciones está en tus manos. Ahí es cuando se evidencia la madurez, la responsabilidad y el sentido cívico. Después de lo que estamos viviendo -no olvidemos que estamos todavía en medio del problema- causa estupor la actitud y los comentarios de mucha gente. Tengo la impresión de que la gravedad de la situación no ha calado debidamente y que hay un cierto grado de frivolidad incluso en determinadas autoridades. Qué duda cabe que el quebranto económico es notable, pero hay que establecer claramente las prioridades. Nos encontramos ante un problema de salud, económico, social y, lamentablemente, político. Tanto lo económico como lo social tratan de forzar a lo político para que rebaje las defensas ante el problema sanitario. Y en esa actitud subyace el interés desmesurado de un sistema depredador. Deseo y confío en que estemos haciendo las cosas bien y que la epidemia haya entrado en un estado de cierto control. Por mi parte sigo con ese temor responsable que conlleva evitar todo riesgo que no sea imprescindible hasta que, como mínimo, no haya un tratamiento eficaz ante la pandemia. Y, por tanto, he salido poco. Los horarios, que no critico, tampoco me invitaban a ello. Por la mañana me hacían madrugar más de lo habitual y por la tarde la pereza se me apoderaba. De todas formas, he salido dos o tres días a la caída de la tarde y evitando espacios en los había mucha gente. Esa sensación de rebaño autorizado me gusta poco. No sé si el confinamiento se ha apoderado psicológicamente de mí, pero, al menos, de momento estoy mejor en casa que en la calle. Y eso que la calle y los paseos me gustan mucho. Pero la sensación de que son condicionados sobrevuela mentalmente y me incomoda. La próxima semana parece que habrá un cierto grado de normalidad pues la apertura de comercios y hostelería nos hará la calle más cercana. Pero sigo preocupado.

domingo, 5 de julio de 2020

Confinamiento. Séptimo diario.


Miércoles, 29 de mayo.
A las ocho y quince minutos salimos de casa en dirección a la clínica que está muy cerca. Vacío absoluto en las calles. Las medidas de seguridad sanitaria en la entrada y resto del espacio son notables. Con nuestra mascarilla y guantes esperamos la llamada a Carmen que no se retrasa. A mí me llevan a la habitación donde reposará un rato después de la intervención. Se trata de una cirugía vascular en la pierna derecha en la que tiene unos hematomas y unas pequeñas varices. A pesar de ello, la sedación es total y la operación durará algo más de una hora. Me dedico a ver el correo en el móvil y las noticias de prensa. Al cabo de ese tiempo la traen totalmente despejada y en muy buen estado. Tiene algo de frío y le pongo una manta por encima. Tardará media hora en beber agua y otra media en ir al baño. Después, sube la doctora y ve que está bien, así que nos podemos marchar. Tema pendiente finalizado. ¡Ah! Y algo importante. Antes de la cirugía le han hecho la prueba del Covid19 con resultado negativo. Todo está bien.

Jueves, 30 de mayo.
Jornada de absoluta rutina ya relatada hasta la saciedad en este diario. Llevo varios días en los que no duermo mucho y sueño bastante. Me llama la atención que todos los sueños hacen referencia al pasado. O bien a hechos sucedidos o a otros en los que los protagonistas también figuran en ese pasado. No sueño con que estoy aquí sino en que estuve allí. Y con la mayor parte de las personas tuve una relación que se perdió con los años. Supongo que será cosa normal de la edad y que en el cerebro ocupa más espacio el pasado que el futuro. Como el disco duro de los ordenadores. No es una sensación que me agrade.

Viernes, 1 de mayo
Al final me decidí por la lectura de Invierno en Lisboa de Muñoz Molina. Me gusta mucho como escribe. Por momentos algo rebuscado, pero buena literatura. En las descripciones es brillante. Me viene bien este cambio de registro. Carmen está leyendo a Millás en La mujer loca. Está sonriendo permanentemente y me dice que le resulta muy divertido, original y pleno de ironía. Estamos los dos a gusto con nuestros libros. Al acabar igual los cambiamos. Pero no, tengo que recoger en Cálamo los tres libros encargados. Supongo que será la próxima semana. Terminamos una serie inglesa en Filmin titulada The Bay que resulta muy buena. Son mucho mejores que los americanos. Todo es más real y creíble y no aparece una pistola. En la última americana que vimos, Bosch, era un hartazgo de balas y pistolas y las intervenciones de asuntos internos. Todo previsible con los clásicos ingredientes y hecha en laboratorio. Me cansan.

Sábado, 2 de mayo.
Hoy es día de salida, pero no me van bien los horarios pues no estamos madrugando lo suficiente. Carmen sale al mercado por dos veces y aprovisiona la casa para varios días. Yo, aprovecho el soleado día para tomarlo a través de la gran ventana del dormitorio. Veremos si a las ocho de la tarde nos apetece salir. Intuyo que no mucho. Me temo que hasta que no desaparezca el confinamiento o el estado de alarma la rutina se nos ha apoderado. Por la tarde vemos una excelente película, Quien a hierro mata, protagonizada por Luis Tosar y con un excepcional secundario, Enric Auquer, que ya recibió el Goya por esta interpretación. Una película que nos habla de un narcotraficante ingresado por sus hijos en una residencia y atendido por un enfermero que sufrió en su familia el horror de la droga. Tal vez sea la venganza la única forma posible de perdonar y perdonarse a sí mismo. O quizá la manera más cruel de venganza sea el perdón. Al fin y al cabo, los dos actos son consecuencia de nuestra intransigencia para olvidar el daño. Una película meticulosa que es a la vez un drama familiar entre rías, narcos y cocaína. Quien a hierro mata cuenta el viaje de un hombre herido por la memoria; por el recuerdo de un hermano con las venas abiertas. Para no perdérsela.

Domingo, 3 de mayo
Hoy no comienza un buen día. Hablo con Merche, la mujer de mi amigo Paco ingresado por coronavirus, y las noticias no son alentadoras. Después de un trasplante de médula durante las navidades, en un intento de detener ese cáncer que le persigue desde hace años, ha sido contagiado por el maldito virus y no está en UCI, pero sí en malas condiciones. Creo que ya son cuatro semanas y lleva los dos pulmones en mal estado. Ella me habla, incluso, de pensar en un futuro en el que, sin excluir la esperanza, él ya no esté. Descorazonador. La suerte es así. Arbitraria e injusta. O es, simplemente, la vida. A ver si no le da la espalda. 
A la noche terminamos de ver Qué fue de Jorge Sanz, dirigida por David Trueba en 2010. Se trata de una serie dividida en tres temporadas. La primera compuesta por seis capítulos de unos veinticinco o treinta minutos y la segunda y tercera de un solo capítulo que, en realidad, es casi una película. En ella el actor se interpreta a sí mismo en un mal momento profesional, económico y personal, basándose parcialmente en hechos reales. Intervienen, en los diversos capítulos, todas las celebridades del cine español. Lo mejor, la interpretación de Sanz y su representante y la exquisita sensibilidad de David Trueba que te mantiene con la sonrisa permanente. Me gusta mucho David Trueba. Tanto sus películas como sus libros. Todo ligero, amable, tierno e incapaz de hacer sangre. Muy recomendable.

Lunes, 4 de mayo
Una cierta confusión -me parece imposible que no la haya- en el comienzo de esta fase cero, que no deja de ser abrir leve y tímidamente una puerta a la normalidad. Una apertura parcial y temerosa y cuyo éxito está más en la responsabilidad de los ciudadanos que en la reglamentación de una casuística tan variada estructuralmente. El cumplimiento total de las normas es imposible, pero creo que, al menos, puede servir para concienciar al máximo a la ciudadanía. El día es soleado y casi una provocación y la ventana nos devuelve una sensación vital casi olvidada. Ojalé todo siga bien. Leo a Muñoz Molina que dice: al abrazarla notó en su cabello un olor que le era extraño. Se apartó para mirarla bien y lo que vio no fue el rostro que sus recuerdos le negaron durante tres años ni los ojos cuyo color tampoco ahora podía precisar, sino la pura certidumbre del tiempo: estaba mucho más delgada que entonces y la melena oscura y la fatigada palidez de los pómulos le afilaban los rasgos. La cara de uno es un vaticinio que siempre acaba por cumplirse.
A ver si al acabar el curso con Miguel Ángel consigo escribir así.

Martes, 5 de mayo.
Esta mañana, al finalizar la tertulia que cinco amigos tenemos los martes por me he quedado con una cierta inquietud algo molesta. Y he recordado este texto que escribí hace un tiempo y que resumo.
Me gustan los debates. Bien sean presenciales o virtuales. En definitiva, los primeros no dejan de ser las tertulias entre amigos o aquellos provocados por los medios de comunicación desde que existe la radio o la televisión y que convocan a personalidades de prestigio. Los virtuales no son otra cosa que una variante, con resonancias amplias, de lo que eran los intercambios epistolares de muchos intelectuales de tiempos pasados. Y todos tenemos experiencias y evidencias de lo enriquecedores que pueden llegar a ser. Y, al menos, en mi caso, lo han sido mucho. Qué duda cabe de que en ocasiones conllevan molestias, equívocos e incluso enfados. Me atrevo a decir que cuando esto sucede no nos encontramos en un verdadero debate sino ante una confrontación de opiniones, con discusiones incluidas, que conduce inevitablemente a la trivialidad, a la irritación y casi a la pelea. Y convierten algo placentero y enriquecedor, en aborrecible. 
Hace unos días, un querido amigo en las redes escribió:
“Todos establecemos nuestros principios debido a una educación o una experiencia que nos hace ser como somos y define en qué creemos”.
En mi opinión, le faltó algo para completar el cuadro. El razonamiento, la reflexión, el pensamiento crítico, el cuestionamiento permanente de nuestros postulados. Porque es precisamente eso lo que nos mejora y nos permite avanzar. La educación recibida, aún conteniendo muchísimas verdades, también está plena de adiposidades que con los años eliminamos. Las experiencias pueden interiorizarse de muchas formas y algunas pueden resultar patológicas. Pero el razonamiento, cuando se ejercita sin prejuicios y con el deseo limpio de buscar la verdad –aunque siempre sea esquiva- es lo que nos acerca a la lucidez y al placer y dolor que conlleva.
Y el debate es una de las herramientas positivas para la consecución de esos logros. Porque el verdadero debate no consiste en una confrontación de ideas, opiniones o principios sino en contrastar los razonamientos que las sustentan. A mi juicio, es como si diez cerebros se unieran al mío, no para concluir en un único pensamiento sino para aumentar la potencia de esa reflexión y afirmar su certeza o falsedad. Y eso es enormemente gozoso. Aunque tengo que reconocer, con profundo pesar, que no se produce con frecuencia. Hoy tengo una percepción negativa. Y me molesta mucho.

viernes, 26 de junio de 2020

Confinamiento. Sexto diario



Miércoles, 22 de abril
Desayuno con la radio puesta y a punto de la intervención del presidente del Gobierno en el Congreso. Seguidamente, y mientras miro el correo, le escucho y seguido al líder de la oposición. Cuando interviene el representante de Vox la apago, ya que la tendencia al vómito es irrefrenable. Hay algo en la derecha de este país que integra su identidad política y es el sentido patrimonial y casi dinástico que tienen del gobierno. Creo que piensan que, por razones de clase o estirpe, les pertenece. Que otros usurpan un lugar que no les corresponde. Es difícil entenderse bajo esos presupuestos. Entro en las redes y mi estupor aumenta. Es evidente que el gobierno en la gestión de la pandemia -única en el mundo y de la que casi nada se sabe y pocos estaban preparados- ha cometido errores y por tanto la crítica es legítima. Pero la total descalificación y el linchamiento generalizado es brutal. Leo y me entero del efecto Dunning-Kruger, el estudio de dos psicólogos americanos acerca de la relación entre conocimiento y afirmaciones de las personas. A mayor desconocimiento mayor es la firmeza de la aseveración y a mayor conocimiento aumenta la duda. En definitiva, nada que no recoja nuestro rico refranero: la ignorancia es compañera de la osadía. 

Jueves, 23 de abril
Festivo, patrón de Aragón y, sobre todo, Día del Libro. A las diez de la mañana hay una videoconferencia muy interesante que convoca la librería Cálamo con cinco editores locales. El motivo es el libro y la actual situación y que deriva en tres reflexiones que, aunque relacionadas, en mi opinión, son diferentes. Una es el confinamiento y la afectación de los libreros y editores, otro es el futuro del libro en papel y las librerías y otra el libro físico versus el libro digital. La limitación de tiempo -una hora y veinte minutos de charla- hace que se mezclen los temas y apenas haya oportunidad de intervenir. Para cuando vuelvan abrir las librerías ya me encargado tres libros. El peso del mundo de Peter Handke, Los diarios de Emilio Renzi de Ricardo Piglia y El libro del desasosiego de Fernando Pessoa. Me los regalo yo. Más tarde tengo una pequeña tertulia telemática con mis amigos. Por la tarde comienzo a leer un libro de Raymond Carver, Tres rosas amarillas, que me resulta muy interesante. Creo que representa muy bien a esa literatura que tan bien simboliza a la América profunda y pleno de un realismo descarnado. Se trata de un libro dividido en seis narraciones a cuál mejor.

Viernes, 24 de abril
Día con las rutinas habituales y que no merecen reseña. Es una pena que libros como el de Carver tengan defectos tan evidentes de traducción o corrección. Tengo que reconocer que cada día son más frecuentes en el habla y escritura de mucha gente que confunde el condicional perfecto con el pluscuamperfecto de subjuntivo en sus dos formas. Utilizar habría en lugar de hubiera o hubiese. Me molesta mucho. Pero lo que ya es terrible y de difícil arreglo es el mal uso y tremendo abuso del adverbio relativo de lugar donde. Sirve para todo y sustituye -economía perversa del lenguaje – a las expresiones en el que y en la que. Ejemplo: fue un partido donde no hubo prórroga. Un partido no es un lugar sino un encuentro y por tanto lo correcto es decir fue un partido en el que no hubo prórroga. Os invito a escuchar radio, ver televisión y leer prensa y veréis la cantidad de veces que se utiliza mal. Hasta el punto, repito, de que lo considero irreversible y veremos si pronto la RAE lo acepta. Perdón por este despliegue de purismo. Pero me gusta Carver. Mucho. Por cierto, he comenzado a escribir ese “me gusta” y “no me gusta” propuesto. No sé si es la forma solicitada. Lo veremos.

Sábado, 25 de abril
Hoy no puedo evitar un recuerdo a la revolución más hermosa de la historia. La Revolución de los claveles en Portugal. Me vais a perdonar por esta inserción directa de Wikipedia pero me emociona el recuerdo de haber visto los lugares en los que se produjeron los mejores momentos de esa aventura del país fraterno y vecino con el que siempre hemos convivido de espaldas. La revolución comenzó a las 22:55 horas del 24 de abril, con la conocida canción E depois do Adeus de Paulo de Carvalho, que había representado a Portugal en el Festival de Eurovisión unos días atrás, transmitida por el periodista João Paulo Diniz de la Rádio Emissores Associados de Lisboa, que era el primer aviso para que las tropas se prepararan en sus puestos y sincronizaran relojes. A las 00:25 horas del 25 de abril, la Rádio Renascença transmitió «Grândola, Vila Morena», una canción revolucionaria de José Afonso, prohibida por el régimen. Era la segunda señal pactada por el MFA para ocupar los puntos estratégicos del país fijadas por el puesto de mando del mayor Otelo Saraiva de Carvalho. Uno de los hitos de aquellas concentraciones fue la marcha de las flores en Lisboa, caracterizada por una multitud pertrechada de claveles, la flor de temporada. Una camarera, Celeste Caeiro, que regresaba a casa cargada con las flores retiradas de los adornos de un banquete suspendido por la situación, no pudo dar el cigarrillo que un aterido soldado le pedía desde un tanque en la plaza del Rossio, justo al inicio del Largo do Carmo, donde los tanques de los sublevados aguardaban nuevas órdenes en una tensa espera desde la madrugada. Como la joven sólo llevaba los manojos de claveles, le dio uno. El soldado lo puso en su cañón y los compañeros repitieron el gesto colocándolos en sus fusiles, como símbolo de que no deseaban disparar sus armas, extendiéndose la acción por toda la ciudad y generando el nombre con el que la revuelta pasaría a la historia. 
Hoy, no he sabido escribir nada más hermoso.

Domingo, 26 de abril.
Amanece esperanzador el día con la perspectiva de la salida de los niños a las calles. Verlos con sus patines, patinetes, correr, saltar o caminar simplemente de las manos de los padres, rompe la distopía que estamos viviendo y todo es más humano. Desde mi ventana, saludo a mi hija mayor y mis dos nietos. El mayor, aún es consciente del correcto uso de la mascarilla y camina tranquilo. El pequeño, inquieto como corresponde a su edad, se la toca, baja, estira, se toca la cara hasta que su madre decide quitársela. El contacto es en la distancia y la conversación telefónica. Los veo hasta el cruce de Goya – Gran Vía y desaparecen dirección a la plaza de San Francisco. He comenzado la lectura de los Dichos de Luder, también de Julio Ramón Ribeyro, que me está resultando tan atractivo como el anterior. Estoy viendo una serie de indudable éxito -seis temporadas- y que no ofrece más que tópicos clásicos de las series policiales. Pero está bien hecha y entretiene, algo que tampoco va mal en estos días. 

Lunes, 27 de abril.
Pongo la radio y escucho la palabreja de marras. Priorizar. No la soporto. Esa fiebre que nos ha entrado, influidos por expresiones anglófonas, de verbalizar los sustantivos, es una plaga que limita y envilece nuestra lengua. Expresión que se introdujo desde los foros económicos y de marketing y que se ha impuesto de forma definitiva arrinconando a la hermosa forma de dar prioridad. Priorizar, además de fonéticamente fea, es una voz con resonancias radicales, de orden, autoridad, firmeza y casi marcial, sustituye a dar prioridad, que significa conferir a algo importancia, pero desde actitudes amables, suaves, que otorga o dispensa consideración. Priorizar es norma y dar prioridad es concesión. ¿Acaso es los mismo priorizar que los ancianos tengan asiento en el tranvía que dar prioridad de asiento a los mismos? ¿No contiene una cierta bondad, serenidad y es fonéticamente más hermoso dar prioridad? Pues hoy se prioriza todo. Será el signo de los tiempos que vivimos. Yo, desde luego, seguiré dando prioridad. Y con una sonrisa.

Martes, 28 de abril.
Por la mañana, escucho cosas que cada día me asombran más. Para algunos, el Ministro de Sanidad es un “pobre hombre” y Manuel Castells, probablemente el curriculum más brillante de toda la historia de la democracia -Derecho, Económicas, Filosofía y Sociología, el profesor más joven de la Universidad de Paris y profesor en diez universidades americanas – es un “friqui”. Enmudezco. No sé si leer algo de Millás que me relaje, el Invierno en Lisboa de Muñoz Molina o La trilogía de Auschtwitz de Primo Levy. Señor, qué paciencia.

domingo, 21 de junio de 2020

Confinamiento. Quinto diario.


  
Miércoles,15 de abril
La mirada a mis ventanas exteriores me devuelve una foto fija de la vida, como si se hubiera detenido. Me rebelo ante esa irrealidad y me propongo la actividad permanente y la alegría de realizarla. Estoy solo y pendiente del final del programa de la lavadora que lo anuncia con su pitido. Saco la ropa y me encuentro a la vecina de enfrente y los dos en el tendedor. Imprevisto, establecemos un divertido reto de cuelgue. Ella braguita, yo calzoncillo. Ella braguita, yo calzoncillo. Así unas seis veces hasta que un albornoz y unas mallas rompen ese envite en el que hemos evitado, después del saludo, mirarnos. Ahora sí. Hablamos de tiempo y del encierro con una sonrisa. Sonrisa, no hay que perderte. Escribo un tuit que me inspira la figura de Aznar y que dice: “Hay personajes, en todos los ámbitos, que evidencian una disfunción psíquica. José María Aznar es un ejemplo. Pero no tanto por sus ideas, legítimas, como por su forma expresiva, su actitud y comunicación gestual. Creo que precisa tratamiento”. Me propongo una “desinfoxicación”, palabra que he aprendido del taller de escritura de Facebook. Se trata de disminuir la intoxicación informativa. Hago algo de ejercicio y después de comer y de una breve siesta reparadora, continúo con las “Prosas apátridas”. Había comenzado a subrayar fragmentos de texto, pero desisto. Es un libro para subrayar entero. Entre final de tarde y noche vemos dos capítulos de una nueva serie nórdica. Darkness es su título y al igual que la novela negra tiene registros diferentes a las series de otros países. Entornos sórdidos, frialdad en la comunicación y estéticas oscuras. Y psicópatas brutales. Está bien realizada y tiene un ritmo que atrapa.

Jueves, 16 de abril
Continúa la rutina. Lectura, capítulos de la serie y ejercicio físico. A las ocho de la tarde salida al balcón y aplausos. Veo pasar un coche de la policía nacional con una bandera saliendo de la ventanilla. La gente, en general, aplaude con reconocimiento y un punto festivo. En un balcón cercano a la Gran Vía observo a un ciudadano que no conforme con tener la bandera colgada la coloca sobre un mástil y la ondea, de derecha a izquierda, al viento. Me gustaría saber qué quiere decir con esa exhibición. En fin, como dijo el torero, estamos de tó. Recuerdo a Jorge Drexler cuando cantaba perdonen que no me aliste/bajo ninguna bandera/ vale más cualquier quimera/ que un trozo de tela triste. Obviamente es un día más y un día menos. Pero creo que no hemos superado la barrera esperanzadora de poder percibir ese día menos. De momento, creo que el cansancio suma y no resta.

Viernes, 17 de abril
He finalizado el taller de Escritura creativa en Facebook y me acompaña la decepción. En el fondo, poco más que una tertulia y unos textos comentados. Y nada menos que once horas, sí, divertidas, amables, pero nada más. Nos cuenta el profesor que hay algunos escritores –no sé si entrecomillar – que escriben cosas y tienen muchos seguidores. Desconoce que eso también se está dando en Instagram y que solo tiene el interés editorial de que pueden tener más facilidades para publicar, pues existe una cierta garantía de ventas. Son, en cierta medida, como los youtubers. Pero desde luego, el curso está muy alejado de las expectativas que me motivaron. Aún así, y como siempre procuro sacar algo positivo en todo lo que hago y como ya os comenté, he conocido a una editora independiente que me puede parecer de interés. Tengo un segundo libro en marcha, de estructura muy diferente al anterior, e intentaré alguna gestión para su posible publicación. He entrado en la web y es posible que me dirija a ella. El día no da para mucho más. Y las previsiones de confinamiento siguen siendo poco esperanzadoras.

Sábado, 18 de abril
Amanece un maravilloso día de primavera que proclama la vida, aunque por ahí hay unos bichos amenazadores. Abro las ventanas y aspiro algo más que aire. Un sentimiento, una sensación, un estímulo. La calle se ofrece como una tentación irresistible, aunque la prudencia y el sentido cívico se acaban imponiendo. Pero anima y alegra el día. Como soy insistente y poco conformista me meto en otro taller Fuentetaja titulado “Edición para escritores”, aunque esta vez he sido más prudente. Este solo dura cinco horas que, por lo que he comenzado a ver, son excesivas. Pero bueno, si algo sobra es tiempo, aunque haya que utilizarlo bien. Se trata, a grandes rasgos, de instruir en la forma de dirigirnos a un editor cuando tengamos interés en publicar algún texto. Carta de presentación, datos personales y breve biografía, sinopsis de la obra y manuscrito o parte del mismo. Insisto, cinco horas para esto que puedes encontrar en la página de escritores.org me parece tedioso y excesivo. Lo dirige el editor de Salto de Página que tampoco es un brillante comunicador. Según comenta, se publican en España unos 70.000 libros anuales, contando autores locales e internacionales, y de los cuales el uno por ciento de los manuscritos que llegan a las editoriales ven la luz. Anima tanto como el confinamiento. Bueno, de todas formas, terminaré el taller. ¡Ah! Me olvidaba de comentar que estoy durmiendo mejor.

Domingo, 19 de abril
“Si solo hablaran de cada tema los especialistas y expertos, el silencio sería más común y escuchar un hábito saludable”, ha sido el último tuit que he publicado en mi cuenta. Cada día me asombra más la insolencia de la ignorancia. Comprendo el agotamiento que nos puede producir este confinamiento, pero ¿no es suficiente la información de la gravedad de esta pandemia para que seamos prudentes y reflexivos? Yo no soy epidemiólogo, pero en mi opinión… y a partir de ahí se vierten una serie de comentarios acerca de la duración, procedencia, cuanto más, cuánto menos, formas, colectivos… Me asombra tanta estulticia.

Lunes, 20 de abril
Comienza la quinta semana de confinamiento y sigue mi asombro por lo que estamos viviendo. No sé, quizás hay momentos, fuera de la amable y privilegiada rutina, en los que las noticias y tus propias reflexiones te abruman. Estoy viviendo la situación más grave, colectivamente, de mi vida. Creo que nunca hubiéramos pensado en lo que está sucediendo salvo en libros y películas de ciencia ficción. Pero es real. Y dramático. Por primera vez, salvo la natural prevención, se adentra en mí un cierto miedo. Formo parte del grupo de personas más afectado y de más riesgo. Incluso el deseo de salir está perdiendo intensidad ante la necesidad de protección. Aquí estoy cómodo y me siento seguro y el exterior es una amenaza. Me propongo que no se apodere de mí ninguna y tristeza sino, por el contrario, disfrutar de lo que tengo que es más de lo que necesito. Solamente estoy privado de una parte de libertad. Que no es la fundamental. 

Martes, 21 de abril
Hoy, como todos los martes, tengo tertulia telemática y luego el taller de escritura. La tertulia se me está haciendo algo incómoda. Todos somos bastante diferentes y esa ha sido, en cierta medida, una cualidad. Pero cada vez se polariza más y eso me desagrada. Y el que sea en línea no favorece. Se carece de los matices de la presencia física y, además, en muchos momentos, hacen su aparición las dificultades técnicas. Hace tiempo, escribí un blog acerca de lo que yo entiendo que debe ser un debate. Quizás os lo lea si no tengo nada mejor que contaros. Sigo leyendo a Ribeyro y encuentro que dice que la felicidad completa no existe y ni el dinero nos la puede proporcionar pues, hay tres cosas que no da: la salud, la cultura y el amor. La salud porque es incontrolable, la cultura porque no se compra, sino que se adquiere con esfuerzo, y el amor porque se puede comprar un cuerpo, pero no el afecto ni la pasión. Sin embargo, yo creo que la felicidad, -si bien la salud es premisa indispensable- no sólo depende del bienestar y la posesión, sino que es, en buena medida, una consecuencia de la voluntad. Porque, en definitiva, la felicidad es un sentimiento íntimo. La reflexión sobre nosotros y nuestra vida influye en los sentimientos. Como decía Sandor Marai refiriéndose al amor no alcanzado, la razón ni inicia ni puede detener los sentimientos, pero puede domesticarlos. Creo que, al igual que puede domesticarlos puede potenciarlos. Pero se necesita esfuerzo. Y no es fácil.

lunes, 15 de junio de 2020

Confinamiento. Cuarto diario

  




Miércoles, 8 de abril.
¿Qué escribir? Me encuentro delante de la página en blanco sin saber de qué. Siempre la pugna entre el deseo de contar, de cumplir lo prometido y la dificultad de hacerlo sobre algo que tenga interés. Además, hoy ha sido un día plano. Atrapado en la rutina de un confinamiento que no nos permite salir a vivir. Inmersos en un silencio opaco. Recuerdo otro silencio. El que viví en pequeñas poblaciones de Euskadi en los años de plomo. Era un silencio expectativo. La convicción de que en cualquier momento podía romperse con estruendo. Ahora, no. Silencio de recelo, incierto y angustioso. Vacío.

Jueves, 9 de abril.
Duermo mal. Me despierto muy temprano totalmente despejado e inquieto. No sé a qué achacarlo. Además, me duele el brazo. Debe ser alguna contractura que me impide un movimiento y me provoca molestias. Doy unas vueltas y decido levantarme. Son las seis de la mañana y comienzo a leer en el sofá, escondido en una manta, las Prosas apátridas de Ribeyro. Después del culebrón de Yo, Julia me reencuentro con la literatura. Me parece un libro excelente y me hace disfrutar. Un par de horas más tarde, desayuno y a seguir la rutina. Camino por el pasillo de casa unos cuarenta y cinco minutos que suponen unos tres kilómetros. Miro el correo, leo la prensa -solo la gente que me interesa- y descubro que me faltan unas pastillas. Y son las que me ayudan a dormir. Me dejo el pantalón de chándal, cojo una cazadora y me pongo unas deportivas. Al salir siento que camino como si diera saltos -muchos días seguidos con zapatillas de casa- y es una sensación extraña. En la farmacia, a distancia, como si me tuviera miedo, el farmacéutico me dice los medicamentos que según la receta me puede dar. Decido llevármelos todos. Detrás de mí, alejadas, dos personas esperan a que termine. Todo con mucho cuidado, observando las recomendaciones. Me vuelvo dando saltos y al llegar a casa pienso en el pomo del patio, del ascensor, el botón de la luz. Entro, dejo las zapatillas y la cazadora y me lavo bien las manos. ¿Estaré limpio? 

Viernes, 10 de abril.
Me está mellando, por primera vez, esta situación. No sé porqué me levanto triste. Es Viernes Santo y sin embargo un día más. Desde mi agnosticismo siempre he contemplado con simpatía el bullicio de las gentes disfrazadas, con tambores, trompetas y carraclas. Me señala el corrector que esta palabra no la recoge el Diccionario de la Real Academia. La Wikipedia me dice que es una expresión de Aragón e incluso me proporciona imágenes del instrumento musical. Eso sí, bastante primario. No la borro. La Real Academia cada día me defrauda más. No recoger una palabra que, al menos, en una zona del país se usa habitualmente desde hace sesenta años y quitarle la tilde a solo en su acepción cuantitativa me parece un desatino. Veo que sí admite matraca. Resulta curioso porque esta expresión tiene múltiples acepciones y la primera se refiere al instrumento de sonido idiófono. Bueno, no quiero dar más la matraca. O la carracla.

Sábado, 11 de abril.
Tampoco he descansado bien y sigo con la lectura de Prosas apátridas. El hecho de no descansar satisfactoriamente hace que me duerma a ratos. O que dormite. Observo que me sucede algo muy curioso y que no sé si es habitual. Cuando me duermo en medio de una narración mi subconsciente sigue con ella y cuando despierto trato de encontrar el final de lo soñado y me doy cuenta de que no existe. Que he sido yo el que ha creado la continuidad del texto. Lo peor es que me gusta más lo soñado que lo que está escrito. Podría estar bien escribir dormido. Cosas de la mente. Después de comer, una siesta reparadora me deja como nuevo. Decido entrar en los videos de Fuentetaja y me encuentro con uno de “Escritura en Facebook” que me parece interesante. Lo dirige un tal Sergio C. Fanjul, un tipo divertido. Cada día hay más gente que escribe en ese medio y también en Instagram. Especialmente poesía. Escucho la presentación de los alumnos y aprecio un buen nivel. Hasta hay una editora. La verdad es que me pasa rápido la hora y media de la primera lección. Lo voy a seguir. A las ocho salimos al balcón a aplaudir. La ovación se convierte en una forma de empatía entre la gente. Se saludan y sonríen. Sonrisas en la distancia. Todo es distancia. 

Domingo, 12 de abril.
He descansado bastante mejor que estos días y lo aprecio física y psicológicamente. Afronto el día con mejor aptitud. Mañana, lunes, debo mirar a ver si me hacen una prueba médica. Un ecodoppler TSA de seguimiento pues tengo visita para el viernes con la neuróloga. Dudo que me lo hagan y además me apetece poco salir. Las noticias siguen siendo alarmantes. Continúo con la lectura, a ratos, y también con el taller en línea que por momentos me gusta más. Me divierte, sobre todo, el lenguaje y la sonrisa de la gente joven. Esas expresiones de machirulo, situación petarda, texto bastante pedorro, etc., en ellos, me resultan tiernos. Supongo que a Javier Marías le haría entrar en pánico. Reflexiono sobre la cantidad de gente que se ha equivocado de siglo y actúa con valores y maneras fuera del tiempo. Supongo que es algo generacional, pero de lo que me excluyo. Cada día tengo menos que ver con la gente de mi edad y eso me genera algunos conflictos. Como decía Aute…el pensamiento no puede tomar asiento, el pensamiento es estar siempre de paso. Hay mucha gente que dejó de caminar y, en mi opinión, es una forma de dejar de vivir. A la noche, finalizamos una serie de cuatro capítulos inglesa titulada La Víctima, de muy buena factura. Los ingleses hacen bien las series. Tan intrigante e interesante que nos lleva tarde a la cama.

Lunes, 13 de abril.
Como me temía, me dicen en Sanitas que la consulta será por teléfono y que les envíe un correo la foto de los resultados del ecodoppler. Me decido a salir para darles tiempo de hacerlo y recibir los resultados antes del viernes. Pues no. Debido a la situación actual han suspendido la realización de esas pruebas. No le doy más vueltas y como es un tema de seguimiento, y no urgente, lo pospongo hasta el mes de mayo. Me pongo a caminar por la pista atlética de mi pasillo unos tres cuartos de hora. Tres kilómetros. Después, comida mientras veo el informativo. Aparece un señor apercibiendo a otro de que no lleva mascarilla. -Caballero, caballero, le dice. No lo soporto. Esa expresión con reminiscencias hosteleras o de guardia civil me subleva. Tengo siempre la sensación de que me van a multar o servir unos calamares. Los italianos tienen el signore, los ingleses el sir, los franceses el muy usado monsieur, y nosotros una palabra tan bella, serena y respetuosa como señor. ¿A qué viene esa tontería de caballero? Además, siendo en apariencia una muestra de respeto nos es más que un intento de equiparación, de situar en el mismo plano. En ningún caso responde a la segunda acepción que le da la Academia de hombre distinguido, noble o cortés sino a la primera que es, simplemente, hombre adulto. No, yo no soy un caballero. Yo soy un señor.

Martes, 14 de abril.
Hoy he descansado bien y lo celebro. Ha sido el despertador quien me ha rescatado del sueño y hace días que no sucedía. Ducha larga disfrutando. Cuando me seco la barba y el poco pelo de la cabeza pienso el dejármelo en ambas zonas largo. Una pinta un poco rara. Rostro de confinamiento. Veremos. Luego de desayunar, videotertulia con mis colegas de los martes. Después, caminar y algo de ejercicio antes de comer. Un poco de lectura y aquí os espero.


jueves, 11 de junio de 2020

Confinamiento. Tercer diario.


Miércoles, 1 de abril. Me asomo a la ventana y veo que cae una fina lluvia que hace que los embaldosados luzcan brillantes y solitarios. Ya son veinte días de confinamiento y lo más incómodo es la ignorancia y la ausencia del otro. El otro llegará, pero, ¿cuándo? Las noticias son alarmantes. Comienzo a saber de gente cercana que sufre la infección. Impresiona. El confinamiento es cómodo y, por tanto, muy soportable, pero el cansancio psicológico hace su mella. Necesitamos al otro para afirmarnos y lo que encontramos es distancia y miedo en los escasos momentos de salida. Son instantes en los que las ausencias, los temores y la preocupación se enrollan como un cable de teléfono y nos concentramos en nosotros. Nos es malo este hablar con uno mismo, ser tu propio interlocutor. Pero, aunque disciplinemos en el futuro ese hábito beneficioso, necesitamos el abrazo, el beso, la caricia del aire, sentir y compartir la vida. Lo necesitamos porque nadie nos asegura que no habrá otra vez. En cada instante nos estamos despidiendo y eso es lo que lo hace único y hermoso. Y solo se completa con el otro, que es quien le da sentido. Ojalá este momento forme parte de uno de mis futuros recuerdos.

Jueves, 2 de abril. Hoy mi sobrina cumple 9 años. Le preparamos un video con mis hijos que hace que la pequeña se emocione. Resulta fantástica la tecnología en estos momentos. Según me dice un amigo médico, están permitiendo que, casi hasta en las UVIS, los Smartphones acompañen a los pacientes. Es una minúscula ventana al mundo. Una música, unas palabras, una foto o unos vídeos puede hacerles sentir y combatir esa dura soledad. Sentir que afuera otros están con él. También tiene esa posibilidad lúdica que transmite empatía de una forma entre divertida y expresiva. Preparamos otro vídeo para una amiga que cumplirá años el sábado. Decidimos simular una carrera por el pasillo de casa y dedicarle el triunfo. Primero Carmen y el video queda muy bien. El mío, hay que repetirlo tres veces porque es incapaz de contener la risa y mantener el silencio. Yo, simulo una carrera de marcha atlética que resulta, de puro ridícula, muy divertida. Se lo enviamos a su hija para que lo añada a otro en el que hay más gente y nos dice que no puede parar de reír. Reír, reír…nos hace falta tanto. 

Viernes, 3 de abril. Unorthodox. Ha sido lo más interesante del día. Una serie en cuatro capítulos de unos cincuenta minutos que casi compone una película de largometraje. La comenzamos de seis a ocho de la tarde y la concluimos de diez a doce de la noche, además de veinte minutos de un making off muy interesante. Una joven judía, en Nueva York, perteneciente a un grupo ultra ortodoxo, después de una boda concertada, abandona ese mundo y escapa a Berlín con su madre que, en su momento, pudo huir de ese entorno. La historia, basada en hechos reales, conmueve, indigna, emociona y angustia. Es el contraste de la vida contra su negación. La religión llevada a sus últimos extremos -tengo dudas de que no sea extrema intrínsecamente- que convierte a personas de buenos sentimientos en fanáticos irredentos. Me recordó, por momentos, la asfixia de “Camino”, la película de Javier Fresser. ¿Cuántos dogmas abrazamos sin reflexión? ¿Cuánta irracionalidad estamos dispuestos a soportar? ¿Cuántos miedos nos llevan a refugios que nos ahogan y desprotegen? Son preguntas que nos pueden acompañar en estos días de confinamiento que tampoco nos han librado del sectarismo y el enfrentamiento más innoble. Me descargo, para más adelante, “El río baja sucio” de David Trueba. Me gusta mucho David. Tiene una fina ironía que te hace sonreír, y posee gran sensibilidad desde una aparente intrascendencia. Termino Yo, Julia, sigo con Prosas apátridas, y tomaré el de Trueba. 

Sábado, 4 de abril. La ventana se convierte en una tentación. El esplendor de un día luminoso hace más difícil el confinamiento que, a pesar de todo, se alivia con la esperanza futura. Se hacen extrañas esa luz y las ausencias. Ese mirar la vida interior sin el afuera. Se ven rostros, en las pocas personas que intermitentemente circulan, protegidos por mascarillas que construyen un escenario distópico que se repite y acecha. Me pongo a leer y establezco un mínimo espacio entre mi libro y la luz, en el que me encierro sin tabiques ni puertas. Y mejora mi sensación de plenitud. Ni siquiera requiero música. La pospongo hasta el atardecer como goce último. Como un desenlace armonioso que me procura serenidad y equilibrio. Mientras tanto…resisto la rutina.

Domingo, 5 de abril. Se nos ha ido, Luis Eduardo Aute. El tiempo, inexorable, nos despoja de referentes importantes en nuestra vida. Aute lo fue en la mía. Renacentista multidisciplinar en una época que salía de un tiempo oscuro y con un ansia de libertad…que venía con hambre atrasada. Poeta, pintor, escultor, músico, compositor, cantante -por presión de sus poemas- cineasta y, sobre todo, enamorado de la vida y del amor. Su música nos acompañó a lo largo de los años. Y como solo sucede con los grandes, algunos temas, por sí solos, justifican toda una carrera. Nos ha dejado en tiempos difíciles y duros. Sin poder despedirnos ni darle un emocionado adiós. Como llevando al extremo esa discreción, que fue siempre la expresión de su elegancia. Quizás mañana, al alba, nos vuelva a decir…que no todo fue naufragar/ por haber creído que amar/ era el verbo más bello. Que nos lo repita una y mil veces. Nos va la vida en ello.

Lunes, 6 de abril. Un día plano y pleno de rutina. Una buena noticia es que haya cien muertes menos. Lo más terrible es la soledad de los que se van y la de los allegados. La crueldad de que una vez ingresados, y si mueren, ya no se van a ver nunca más. Hablo con un responsable de enfermería del Hospital Miguel Servet y me dice que es lo que más les conmueve. El aislamiento que concluye en la muerte en soledad y la privación del adiós. Todo muy difícil e irreal ni no fuera porque es real. Sigo con mis ejercicios, cine, música y lectura. A punto de acabar Yo, Julia, me canso. Tiene todos los elementos para ser un best seller, pero no es otra cosa. Como un tebeo de romanos de mi infancia, pero en libro bien escrito y bien documentado. No me es suficiente. Un día más y un día menos. Matemáticamente son lo opuesto. Mirado desde la vida, es lo mismo. 

Martes, 7 de abril, Se me pegaron las sábanas. Me he levantado tarde y justo para la ducha, el desayuno y prepararme para la tertulia virtual de los martes. Un rato agradable con un monotema. Vamos más allá y proyectamos un futuro sanitario, económico y mundial. Llegamos hasta la oposición de la libertad individual y el bien común. En mi opinión, esa libertad individual forma parte del bien común. Una es consecuencia del otro. Un rato de debate entretenido y jubiloso que no ha llegado a la política. Cómo me cansa. Estéril y fuente de confrontaciones. Comida rica, noticias malas y un rato de siesta. A por los romanos y César Augusto. 

domingo, 7 de junio de 2020

Confinamiento. Segundo diario.


Me asomo a la ventana y veo la avenida vacía; a lo lejos una moto y un transeúnte paseando al perro. El estado de las cosas, pienso, es distópico. Nadie, hace pocos días, hubiera imaginado esta situación casi cinematográfica. De esas que nos cuentan un mundo inimaginable. Quizás, por primer día comienzo a estar muy preocupado. Observo con expresión seria. También compruebo que en estos momentos lo mejor y peor del ser humano se hace evidente. El contraste de los servicios públicos con las actitudes de determinados políticos mueve a la admiración y al asco. Me propongo -no puedo hacer nada- seguir con la rutina y forzar el mejor ánimo. Después de mis paseos caseros me pongo a leer. La lectura es un alivio en este estado de ánimo. Decía Michel Houellebecq que “no leer es conformarse con la vida”. Resistiré.

Pienso en mi compañera de taller, Elena, y su seria preocupación por el momento que vivimos. Uno de mis contertulios, médico, aunque alejado de la primera línea, me confirma la gravedad de la pandemia. Observo con estupor la enorme diferencia de actitudes y medidas en los diferentes países. Ignoro la transcendencia global que puede tener, pero a la vista de los resultados en aquellos que no han tomado medidas drásticas el desastre puede ser bíblico. Hoy, intentamos una tertulia telemática y la diferencia de dominio informático de algunos compañeros la hacen caótica. No sabemos si seguir con wasap, Google Duo, Zoom o Skype. En ello estamos. Tampoco es que tenga muchas ganas de hablar. Cambio de tema. Cada día soporto menos a la derecha de este país y sus medios afines. Muchas actitudes de la llamada “caverna mediática” me parecen repugnantes. No es una cuestión de diferencias de pensamiento político. Creo que, simplemente, es decencia. Me envía Elena un artículo de Muñoz Molina que reconforta. 

Ya estamos en viernes. Continuamos con la rutina, en la que hay variaciones de tiempos y momentos. Mi hija me confirma, por medio de un policía amigo, que van a multar a la gente que no haga una compra de cierta importancia. En definitiva, que no podemos salir todos los días a comprar el pan sino hacer una compra cada tres o cuatro días. Parece razonable. Este confinamiento reafirma el valor de las cosas básicas e importantes. La lectura, la música, el cine, el descanso, confirman que no es mucho lo que necesitamos; desde luego, es curioso detenerse en que estamos reducidos a lo básico y que, a mí, al menos, me está resultando placentero. Me altera pensar en un centro comercial o en grandes aglomeraciones. Lo único que nos falta es el otro. Las ausencias físicas, la falta de contacto. Cuando termine esta pesadilla, ¿volveremos a ser los mismos y a repetir los mismos hábitos y actitudes? ¿Aprenderemos algo o lo olvidaremos pronto? No lo sé. Carmen acaba de hacer dos mascarillas con pañuelos de algodón; no estoy muy seguro de su fiabilidad, pero para algo servirán. Sonrío al pensar en un amigo muy clasista que creo que se bordaría las iniciales. Un poco de humor ayuda.

Me levanto un poco tarde como corresponde a un supuesto sábado que se ha convertido en casi permanente. Cuesta abstraerse y escribir algo con lo que esta sucediendo. Hablo con mi hija Ana que está encerrada con mis nietos. Para ellos, en un piso de tamaño normal, es más duro. Pero tiene capacidad para asumir la situación. Me dedico un rato, unos cuarenta minutos a caminar por el pasillo que suponen algo más de dos kilómetros. Además del ejercicio físico va bien para tener esa abstracción, esa sensación de no hacer nada productivo e incluso de ridículo. Después de comer me quedo bastante rato dormido. Demasiado. Retomo la lectura que, conforme avanza, crece en interés. Comienzo una serie con dudas de su interés. No está mal, pero veremos. 

Domingo. Miro el correo y las redes y me encuentro con una frase, en mi opinión brillante, del famoso publicista Toni Segarra: “Ahora mismo hay que hacer lo más posible y decir lo menos posible”. Pero los políticos, los medios y las redes no hacen caso de semejante receta. Lástima. Me parece que voy a volver a ver “El Padrino”. Esta trilogía y su “making off” la disfruto todos los años. La habré visto unas veinte veces y como los grandes libros es inabarcable. Contiene todo. El poder, el amor, la corrupción, el crimen, la ambición, la maldad, la bondad, la fidelidad, la traición, la ingenuidad, el dolor…y la belleza. Una belleza arrebatadora. Es evidente que me apasiona. El gesto de Brando acariciando el gato o la mano de Dianne Keaton sobre el hombro de Al Pacino, valen que todo el cine que se hace en un año. Decididamente, la volveré a ver. Me hace sentir.

El lunes miro el correo y encuentro uno de mi hijo. En él me detalla las gestiones que ha hecho para salvar la situación que estamos viviendo en el plano económico. Me pasa los correos que ha mantenido con el gestor, con los bancos y con el propietario del local. Por teléfono me dice que no ha querido decirme nada para no preocuparnos. Me deja admirado de lo bien que ha hecho las gestiones y los logros que ha obtenido. Se me apodera un doble sentimiento. Uno de gran satisfacción y orgullo -como diría el emérito- y otro de una dulce nostalgia que conlleva la sensación de envejecimiento. La convicción de que hoy lo hace mejor de lo que la haría yo. Es su tiempo y no el mío. Me siento mayor, pero con una sonrisa. Me asomo a la ventana. La soledad es más evidente y el silencio más sonoro. Por la tarde, mi hija Estefanía me dice que si le puedo preparar una hoja de Excel -una especie de diario de caja con proyección a seis meses- para su despacho. La gestora les ha enviado una, pero en mi opinión no es lo más práctico para ellos. Me lleva el resto del día prepararla y a ella y a sus dos socios les gusta. La gestora les dice que, si quieren llevar la mía, le parece bien. Le digo, por grabación de voz, que lo que yo les envío es… la nota detallada…. ( y sigue todo un párrafo) que estudiaba en mis años jóvenes y que me sé de memoria. ¡Toma!, me dice orgullosa. El día termina bien.

Hoy martes es día de videoconferencias. La tertulia matutina que tenemos habitualmente, pero telemática. Bueno, un rato de charla agradable con polémica civilizada incluida. Seguidamente, caminata por el pasillo y a comer. Luego café, noticias dramáticas y me pongo a escribir estas líneas. Ahora lo dejo hasta las 19.00 h. que tendré mi taller de escritura. Me voy a leer.