miércoles, 3 de junio de 2020

Confinamiento. Primer diario.





El viernes las noticias comenzaban a ser alarmantes pero las autoridades todavía no habían establecido ninguna indicación al respecto. Solo algunas filtraciones y especulaciones en la prensa, de que se iba a proceder al estado de alarma. Esa noche, teníamos una cena en casa de unos amigos y mis hijos nos aconsejaban suspenderla; la verdad es que estuvimos dudando y tengo la sensación de que nuestros anfitriones siguieron con los preparativos y con la incertidumbre de si recibirían una llamada con nuestra anulación. Decidimos asistir y a la hora prevista acudimos. Por primera vez -creo que estaban ya las prevenciones en la mente de todos- nos saludamos como los japoneses entre risas y cenamos de forma breve y frugal. Después de un rato de charla y en la medida en que habíamos acordado retirarnos pronto, marchamos un poco pasada la medianoche. Al salir a la calle comenzamos a notar los primeros síntomas de lo que en los días siguientes iba a ser habitual. La dos grandes avenidas que debemos recorrer hasta su intersección estaban totalmente desiertas; algún transeúnte como nosotros, algún bar abierto y algún coche y taxi. Todo invitaba al recogimiento y al deseo de encontrarte en el confort del hogar.

A la mañana siguiente nos levantamos algo tarde para nuestra costumbre y mi hijo fue a su tienda con la firme intención de, además de observar la situación del resto de establecimientos, proceder a avisar a los clientes por medio de un pequeño letrero en ambos escaparates, de que debido a la situación sanitaria planteada -sin certezas todavía oficiales- era aconsejable el cierre sin tiempo definido. Y justo esa mañana, y a pesar de notables incertidumbres, la conjunción del miedo y la responsabilidad modificaron de forma radical los comportamientos y el pálpito vital de la calle y la ciudad. De momento, y en nuestros hábitos, sólo había habido un cambio; eliminamos el gozoso paseo matinal a lo largo del canal Imperial que nos suele suponer unos ocho kilómetros de ejercicio y dedicamos la tarde a la lectura y a finalizar alguna serie de televisión. Mientras no te asomaras a la ventana, no había nada especialmente extraño.

El domingo, la conciencia de no salir a la calle no se confrontaba con una costumbre frecuente en muchos fines de semana. Las labores propias de la casa, atender el correo y los wasaps, música y lectura. Un asado excelente con un buen vino y un rato de siesta; definitivamente terminamos una serie aceptable, pero de las que te alegras cuando finaliza; más música y lectura para acabar con una cena ligera. Después y por casualidad, vimos una película argentina del director Juan Vera y protagonizada por Ricardo Darín y Mercedes Morán. Un filme, El amor menos pensado, que te mantiene en una sonrisa permanente, con excelente guion y diálogos inteligentes. Y con algunos momentos verdaderamente brillantes. Cuando el amigo ve descubierta su infidelidad y que su mujer se ha enterado por medio de una foto en la que está con la amante disfrutando en una tirolina entre árboles, Darín le dice… -es terrible; mejor hubiera sido que te hubiera visto en la cama; no hay nada más pornográfico que la felicidad. De ahí a la cama a leer en diferentes medios de comunicación las noticias y artículos de prensa interesantes. Me dormí pensando que…no hay nada más pornográfico que la felicidad.

Hoy, lunes, ya es una jornada muy extraña. Las noticias son cada vez más alarmantes. El día es lluvioso y triste y las calles están tan vacías o más que ayer. Algún autobús, transeúnte o coche a lo largo de toda la avenida. He aprovechado para afeitarme del todo y descansar de esa leve barba que llevo desde hace muchos años. Carmen ha ido a la panadería y estaba todo tranquilo. He terminado Los pájaros de Bangkok de Manuel Vázquez Montalbán. La verdad es que le han pasado los años, pero después de tanto ensayo y lecturas de pensamiento necesitaba un descanso. Tengo que decidir lo que leer a continuación. Aunque directamente a mí no me afecte no dejo de pensar en el caos económico – el sanitario estamos comprobando su gravedad- que esta situación va a suponer. Cada día es más evidente que se precisa un nuevo orden mundial. Grandes economistas lo están advirtiendo. En fin, veremos. Estoy disfrutando de la restauración de mi viejo giradiscos que tiene unos cuarenta años. Es un Sony profesional, cuyo giro tiene un error máximo de un tercio de revolución por minuto y el peso de la aguja sobre el surco es de un cuarto de gramo. Es una joya y de una gran belleza. El piano, el saxo, la batería y la voz, las tienes en casa. Otro sonido. 

Hoy, martes, he tenido tertulia con mis amigos. Normalmente es física en los salones de un hotel de la ciudad. Teníamos la intención de hacer un chat, e incluso habíamos establecido un orden de intervenciones. Pero al final, ha sido una videoconferencia que se nos ha hecho muy corta. Mi mujer ha ido al mercado, con total normalidad, y yo procuro estar cómodo de vestimenta, pero tampoco en pijama; un aseo normal y una presencia que conjure la obviedad de la reclusión. Ahora, voy a comenzar -aunque extrañe no lo he leído- El proceso de Kafka y a poner música instrumental, ya que si hay voces me distrae mucho. El día tampoco acompaña y el ambiente nublado contribuye a esta sensación que tan bien expresaba Serrat en su Balada de otoño. Como apunte de final del día, estoy algo agotado de las redes sociales, móviles, tablets, y demás instrumentos de comunicación. Debido a la actual situación, la profusión de vídeos, chistes, comentarios, wasaps, etc. llega a hartar. El problema es que los que verdaderamente tienen interés -que los hay- se pierden ante tanta banalidad. Por otra parte, lo compulsivo del medio rompe una cierta serenidad indispensable para la lectura. No hay más remedio que el silencio y mirarlos cada cierto espacio de tiempo.

Miércoles con el mismo pálpito en las calles. Desde mi ventana observo la venida Goya desierta. El sol -no sé si tiene miedo al virus- sigue sin aparecer y contribuye a esa sensación de melancolía que hay que romper con música que emocione y anime. He decidido cambiar de lectura y voy a comenzar el libro de Santiago Posterguillo, Yo Julia. 

Necesito una lectura larga y que me atrape y veo que las críticas, en general, son positivas. Reivindico los pasillos. Hace tiempo que se pusieron de moda las casas sin ellos y en esta cuarentena he visto que son de gran utilidad. De la puerta a la ventana del salón y vueltas y más vueltas hasta hacer unos quince minutos por la mañana y otros tantos por la tarde. Unos dos kilómetros y medio que tonifican. Luego unos estiramientos. A las doce de la noche me llegan vía wasap las felicitaciones de mis hijos por el día del padre. No fallan. Me duermo contento.

Continúo con la rutina de todos los días y mis hijos me envían por correo electrónico su regalo: una renovación de mi suscripción a Filmin y dos libros que me espero a comprarlos físicamente en mi librería habitual y no dar negocio a Amazon y evitar gente por la calle repartiendo paquetes. Sigo disfrutando con discos que no había escuchado en cuarenta años y que tienen vigencia. Suena Pink Floyd. Filmin me viene muy bien ya que tiene algunas películas que quería ver y también alguna serie. A la noche vemos Intemperie, basada en la novela homónima de Jesús Carrasco que, en su momento, me pareció magnífica. Benito Zambrano ha hecho un buen guion y película. No alcanza la intensidad dramática del libro, pero se acerca. Estoy insertando los recuerdos de mi libro -cada día uno- en Instagram y me sorprende gratamente el éxito que está teniendo. En pocos días 120 seguidores. Y lo que más me gusta es que la mayoría son jóvenes. Llevo publicados en este medio digital la presentación y diez relatos. Me quedan 290. Así que hay para días. Leo un rato Yo Julia y me duermo.

Hoy, viernes, y dentro de unos minutos vamos a tener una video conferencia con mis contertulios. No sé qué método vamos a emplear pues wasap solo admite a cuatro y somos cinco. Al final los hacemos por Google Duo. Es una charla de una hora ya que uno de ellos, médico, está pendiente de que lo llamen. El virus llena todos los comentarios. Después sigo mi camino por la “pista” de mi pasillo y realizo los ejercicios habituales. Continúo con la lectura de Yo Julia que me está resultando más interesante conforme profundizo en ella. A la noche, comenzamos a ver la serie La maravillosa señorita Maisel, divertido comedia que nos retrotrae a los años 70, con buenas interpretaciones, sensibilidad y divertidos diálogos. Pero no deja de ser un divertimento amable. Finaliza la primera semana completa de encierro.

No he descansado bien esta noche y lo acuso en la mañana. Como hice ayer, y todos los días restantes hasta su finalización, inserto en Instagram uno de mis recuerdos. Al poco ya recibo esos “me gusta” tan agradables. La rutina del resto de los días continúa. Sigo con la lectura y reflexiono sobre que, en mis circunstancias y mis recursos, no siento demasiado agobio por este confinamiento. Me dice una amiga de San Sebastián que tiene un jardín precioso que, si no fuera por la tragedia que supone, ella está de maravilla. Hacía años que no vivía una situación tan placentera. Con menos espacio y recursos me ocurre lo mismo. Hago una videoconferencia con mi hija de Barcelona y mi hijo en Zaragoza y compartimos impresiones. También aprovechamos para orden y zafarrancho general en la casa. Por la tarde hablo con mi hija mayor y me dice que no lo lleva mal con mis nietos. Vemos la película Adiós, hijo mío, una producción china muy hermosa, pero con un tempo oriental y exceso de metraje. Creo que, al filme, de casi tres horas, le sobre casi una. Hay que hacer un cierto esfuerzo. Lo mejor que tiene la plataforma Filmin, es que quizás es la única que nos permite ver películas premiadas en muchos importantes festivales y que no tienen una buena distribución. Seguimos, después de la cena, con la información de la evolución del virus y otro capítulo de la La señorita Maisel. Hoy me ha cansado mucho. 

Este sábado lo inicio con un aseo más especial de lo habitual. Como si fuera de boda. Me arreglo la incipiente barba, peeling facial, manicura, etc. Creo que es una de las cosas importantes para combatir la situación. Hacer de cada momento algo especial. Ahora me prepararé el segundo café. Sigo el consejo de Juanjo Millás acerca de dosificar la información como la comida. Hay una pandemia de información que hay que controlar y sobre todo huir de los miles de expertos en todo que pervierten la sensatez que debe presidir el momento que vivimos. Así que algo de información de radio por la mañana y algo más a la hora de la comida y cena. Creo que hay que huir de todos esos magazines sensacionalistas y, sobre todo, de los comunicados virales de las redes. Puro terrorismo informativo. Tarde de lectura y videoconferencia. Me contraría e irrita bastante la cantidad de basura que circula por la red y en la que muchos caen. Descalificaciones gratuitas y sobre todo insultos. No lo soporto.

La rutina continúa el domingo. Me proponen mis contertulios una videoconferencia en la que no me apetece participar. Por la tarde veo una excelente película. De esas que te dejan el espíritu en paz. Call Me by Your Name es un filme que trata del despertar de la sexualidad y de la ambigüedad en la que se mueve el protagonista en una adolescencia en la que las dudas acerca de la homo o heterosexualidad están presentes y tratadas con exquisita sensibilidad. La media hora final es soberbia. Cena ligera, noticias más alarmantes acerca del corona virus y capítulo de La señorita Maisel. Me está gustando el libro de Yo, Julia.

1 comentario:

  1. Me he sentido identificada con tu plan de 'supervivencia' Hay serenidad en lo que cuentas, creo que sabiendolo llevar, esta frenada en seco en nuestras vidas es buena para meditar sobre lo que merece o no merece la pena. Aún queda y esperemos que no vuelva. Por los que han sufrido tanto. Por lo demás 'resistiremos'

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