lunes, 15 de junio de 2020

Confinamiento. Cuarto diario

  




Miércoles, 8 de abril.
¿Qué escribir? Me encuentro delante de la página en blanco sin saber de qué. Siempre la pugna entre el deseo de contar, de cumplir lo prometido y la dificultad de hacerlo sobre algo que tenga interés. Además, hoy ha sido un día plano. Atrapado en la rutina de un confinamiento que no nos permite salir a vivir. Inmersos en un silencio opaco. Recuerdo otro silencio. El que viví en pequeñas poblaciones de Euskadi en los años de plomo. Era un silencio expectativo. La convicción de que en cualquier momento podía romperse con estruendo. Ahora, no. Silencio de recelo, incierto y angustioso. Vacío.

Jueves, 9 de abril.
Duermo mal. Me despierto muy temprano totalmente despejado e inquieto. No sé a qué achacarlo. Además, me duele el brazo. Debe ser alguna contractura que me impide un movimiento y me provoca molestias. Doy unas vueltas y decido levantarme. Son las seis de la mañana y comienzo a leer en el sofá, escondido en una manta, las Prosas apátridas de Ribeyro. Después del culebrón de Yo, Julia me reencuentro con la literatura. Me parece un libro excelente y me hace disfrutar. Un par de horas más tarde, desayuno y a seguir la rutina. Camino por el pasillo de casa unos cuarenta y cinco minutos que suponen unos tres kilómetros. Miro el correo, leo la prensa -solo la gente que me interesa- y descubro que me faltan unas pastillas. Y son las que me ayudan a dormir. Me dejo el pantalón de chándal, cojo una cazadora y me pongo unas deportivas. Al salir siento que camino como si diera saltos -muchos días seguidos con zapatillas de casa- y es una sensación extraña. En la farmacia, a distancia, como si me tuviera miedo, el farmacéutico me dice los medicamentos que según la receta me puede dar. Decido llevármelos todos. Detrás de mí, alejadas, dos personas esperan a que termine. Todo con mucho cuidado, observando las recomendaciones. Me vuelvo dando saltos y al llegar a casa pienso en el pomo del patio, del ascensor, el botón de la luz. Entro, dejo las zapatillas y la cazadora y me lavo bien las manos. ¿Estaré limpio? 

Viernes, 10 de abril.
Me está mellando, por primera vez, esta situación. No sé porqué me levanto triste. Es Viernes Santo y sin embargo un día más. Desde mi agnosticismo siempre he contemplado con simpatía el bullicio de las gentes disfrazadas, con tambores, trompetas y carraclas. Me señala el corrector que esta palabra no la recoge el Diccionario de la Real Academia. La Wikipedia me dice que es una expresión de Aragón e incluso me proporciona imágenes del instrumento musical. Eso sí, bastante primario. No la borro. La Real Academia cada día me defrauda más. No recoger una palabra que, al menos, en una zona del país se usa habitualmente desde hace sesenta años y quitarle la tilde a solo en su acepción cuantitativa me parece un desatino. Veo que sí admite matraca. Resulta curioso porque esta expresión tiene múltiples acepciones y la primera se refiere al instrumento de sonido idiófono. Bueno, no quiero dar más la matraca. O la carracla.

Sábado, 11 de abril.
Tampoco he descansado bien y sigo con la lectura de Prosas apátridas. El hecho de no descansar satisfactoriamente hace que me duerma a ratos. O que dormite. Observo que me sucede algo muy curioso y que no sé si es habitual. Cuando me duermo en medio de una narración mi subconsciente sigue con ella y cuando despierto trato de encontrar el final de lo soñado y me doy cuenta de que no existe. Que he sido yo el que ha creado la continuidad del texto. Lo peor es que me gusta más lo soñado que lo que está escrito. Podría estar bien escribir dormido. Cosas de la mente. Después de comer, una siesta reparadora me deja como nuevo. Decido entrar en los videos de Fuentetaja y me encuentro con uno de “Escritura en Facebook” que me parece interesante. Lo dirige un tal Sergio C. Fanjul, un tipo divertido. Cada día hay más gente que escribe en ese medio y también en Instagram. Especialmente poesía. Escucho la presentación de los alumnos y aprecio un buen nivel. Hasta hay una editora. La verdad es que me pasa rápido la hora y media de la primera lección. Lo voy a seguir. A las ocho salimos al balcón a aplaudir. La ovación se convierte en una forma de empatía entre la gente. Se saludan y sonríen. Sonrisas en la distancia. Todo es distancia. 

Domingo, 12 de abril.
He descansado bastante mejor que estos días y lo aprecio física y psicológicamente. Afronto el día con mejor aptitud. Mañana, lunes, debo mirar a ver si me hacen una prueba médica. Un ecodoppler TSA de seguimiento pues tengo visita para el viernes con la neuróloga. Dudo que me lo hagan y además me apetece poco salir. Las noticias siguen siendo alarmantes. Continúo con la lectura, a ratos, y también con el taller en línea que por momentos me gusta más. Me divierte, sobre todo, el lenguaje y la sonrisa de la gente joven. Esas expresiones de machirulo, situación petarda, texto bastante pedorro, etc., en ellos, me resultan tiernos. Supongo que a Javier Marías le haría entrar en pánico. Reflexiono sobre la cantidad de gente que se ha equivocado de siglo y actúa con valores y maneras fuera del tiempo. Supongo que es algo generacional, pero de lo que me excluyo. Cada día tengo menos que ver con la gente de mi edad y eso me genera algunos conflictos. Como decía Aute…el pensamiento no puede tomar asiento, el pensamiento es estar siempre de paso. Hay mucha gente que dejó de caminar y, en mi opinión, es una forma de dejar de vivir. A la noche, finalizamos una serie de cuatro capítulos inglesa titulada La Víctima, de muy buena factura. Los ingleses hacen bien las series. Tan intrigante e interesante que nos lleva tarde a la cama.

Lunes, 13 de abril.
Como me temía, me dicen en Sanitas que la consulta será por teléfono y que les envíe un correo la foto de los resultados del ecodoppler. Me decido a salir para darles tiempo de hacerlo y recibir los resultados antes del viernes. Pues no. Debido a la situación actual han suspendido la realización de esas pruebas. No le doy más vueltas y como es un tema de seguimiento, y no urgente, lo pospongo hasta el mes de mayo. Me pongo a caminar por la pista atlética de mi pasillo unos tres cuartos de hora. Tres kilómetros. Después, comida mientras veo el informativo. Aparece un señor apercibiendo a otro de que no lleva mascarilla. -Caballero, caballero, le dice. No lo soporto. Esa expresión con reminiscencias hosteleras o de guardia civil me subleva. Tengo siempre la sensación de que me van a multar o servir unos calamares. Los italianos tienen el signore, los ingleses el sir, los franceses el muy usado monsieur, y nosotros una palabra tan bella, serena y respetuosa como señor. ¿A qué viene esa tontería de caballero? Además, siendo en apariencia una muestra de respeto nos es más que un intento de equiparación, de situar en el mismo plano. En ningún caso responde a la segunda acepción que le da la Academia de hombre distinguido, noble o cortés sino a la primera que es, simplemente, hombre adulto. No, yo no soy un caballero. Yo soy un señor.

Martes, 14 de abril.
Hoy he descansado bien y lo celebro. Ha sido el despertador quien me ha rescatado del sueño y hace días que no sucedía. Ducha larga disfrutando. Cuando me seco la barba y el poco pelo de la cabeza pienso el dejármelo en ambas zonas largo. Una pinta un poco rara. Rostro de confinamiento. Veremos. Luego de desayunar, videotertulia con mis colegas de los martes. Después, caminar y algo de ejercicio antes de comer. Un poco de lectura y aquí os espero.


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