domingo, 18 de abril de 2021

IBIZA

 



Había pasado por él varias veces en mis paseos matutinos y no me había decidido a entrar. El exterior me dio la impresión de que permanecía inalterado, aunque los recuerdos engañan y son más fieles a las sensaciones que a la realidad. Los cristales opacos estaban dibujados por transparencias de palmeras que trataban de evocar la isla y su fachada redondeada se correspondía con esas edificaciones de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Unas grandes letras en la parte superior hacían muy visible el nombre del local: Ibiza.

Me decidí a entrar, sesenta años después. Era la cafetería donde mi padre solía tomar café antes de ir al trabajo y en la que yo, cuando le acompañaba de la mano, me tomaba un Schweppes de naranja, pues contenía unos hilillos que parecían producto de la fruta y que parecía más natural que el famoso Kas. Tenía un mostrador de madera color cerezo con los bordes terminados y superpuestos por unas juntas de latón que también cubrían la superficie marmórea sobre la que se depositaban las bebidas. En una de las esquinas, que daba salida a la barra, se turnaban dos señores con traje y corbata que se encargaban única y exclusivamente de la caja. Los camareros llevaban americanas blancas de algodón, cerradas hasta el cuello y en los hombros unas sencillas charreteras rojas. Mi padre, como cliente habitual, solía conversar brevemente con uno de los dueños que era muy aficionado al tenis, y alababa “la muñeca” de un tenista español que despuntaba llamado Manolo Santana. Recuerdo que un día, y recién salidos los primeros relojes sumergibles, un también asiduo cliente solicitó un vaso lleno de agua y sumergió su flamante Certina DS para demostrar a todos, orgulloso, la cualidad de su pieza. Junto a los ventanales, pequeños sofás de terciopelo rojo, como los asientos de los taburetes de la barra, acompañados de pequeñas mesas y un par de sillas. En un lateral, una sinfonola amenizaba de música el local y no dejaba de sonar la canción del verano que era “Juanita Banana”. 

Como me temía, el interior había cambiado, aunque mantenía la misma estructura. Las paredes forradas con tablas de madera como las casas del Pirineo y el mostrador nuevo y con materiales actuales de cierta vulgaridad. Lo único que conservaba, y pintados en color granate, eran los paneles de escayola del techo que componían diferentes figuras y sobre los que colgaba la iluminación y unos pequeños focos encastrados. Quizás era lo mejor del actual local y lo único respetado del antiguo. Me pedí un café solo, ahora como mi padre, y observé al resto de los clientes que también había cambiado: en esencia ya no era una cafetería sino un bar corriente. No todo cambia a mejor, pensé.
En una esquina se encontraban un par de diarios y tomé uno de ellos. Me sentí extraño. Hace mucho tiempo que no leo prensa en papel y mi propia imagen me pareció tan antigua como el bar; pasé páginas con cierta celeridad y, por curiosidad, me detuve en el consabido horóscopo. Me resulta curioso que en estos tiempos todavía se consideren creíbles los vaticinios astrales. Busqué el mío y leí: 
“Virgo: Reflexionar de vez en cuando no viene mal, sobre todo cuando se va demasiado deprisa. No estará de más que pienses sobre lo que realmente quieres de la vida, marca tus intereses y prioridades. Es un comienzo del algo importante.”

La verdad es que me quedé muy sorprendido. Aquello no era un vaticinio sino una propuesta de pensamiento cuasi filosófica. Y que esa propuesta cobraba mayor sentido por el lugar donde me encontraba, sesenta años después, y a punto de alcanzar los setenta. ¿Qué quiero ahora de la vida? ¿Cuáles son mis metas y objetivos? 
Mi primera reflexión fue que la última vez que estuve en esa cafetería esas preguntas no existían. No había preguntas porque todo lo colmaba el hecho de vivir. La plenitud llenaba esas grietas que con el paso del tiempo se descubren. Las horas de la vida llegaban a ser intensas, eternas y casi densas; no existía la percepción del tiempo ni la certeza de su finitud. Tiempos en los que las horas quedan suspendidas como si su paso no contara; en los que las carencias no pesaban y los deseos, incluso los no alcanzados, no llegaban a doler. Tiempos físicos, de risas, de cantos, de sol, de lluvia, de frío, de calor y de paz. En los que la mano de tu padre te transmite toda la seguridad que necesitas y su compañía adulta te protege. El paso de los años te arroja de ese paraíso de la infancia.

Hoy, desde la atalaya del largo tiempo transcurrido, me pregunta el horóscopo lo que le pido a la vida y que marque mis intereses y prioridades. No, no haré algo tan prosaico como una lista de deseos ordinal. A la vida solo le pido más. Más vida. A partir del momento en el que, al mirar al pasado con cierta distancia, comprendes que debes buscar la paz, olvidar el polvo de camino y recordar con ternura los paisajes contemplados, descubres que no deseas sobresaltos. Que lo que quieres es un pacto y que el agujón de la muerte quede los más lejos posible. Que no necesitas tanto y que la felicidad, en este momento, queda intervenida por el pensamiento y la salud. Y que con pocas necesidades satisfechas esa paz es algo volitivo. Que lo que en su momento nos venía dado ahora es pura reflexión. Que cada segundo es un milagro y que todo puede girar sin saber donde parará la flecha. Por eso, cada mañana que amaneces a la luz es en sí un objetivo y un regalo. Que llame a tu puerta y le abras con una sonrisa.
 
La misma con la que le pedí al camarero la cuenta, recogí el cambio, me giré por un momento a contemplar el pasado y crucé el umbral al futuro.
 
Frente a mí, en el paso de peatones, el semáforo estaba en verde.

8 comentarios:

  1. Pues yo quiero que no dejes de escribir ❤️

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  2. Intereante relato en primera persona. Una bella regresión al pasado como forma de recordar y volver a vivir parte de la vida lo que fuimos, sentimos y pensamos. Excelente mi amigo.

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  3. Intereante relato en primera persona. Una bella regresión al pasado como forma de recordar y volver a vivir parte de la vida lo que fuimos, sentimos y pensamos. Excelente mi amigo.

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  4. Ha sido un placer leerte, Antonio, y seguir contigo tus progresos y la felicidad que te proporcionan. Seguro que no lo vas a dejor, porque esto de escribir es una adicción difícil de abandonar. Seguiré leyéndote.

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  5. No, no he pensado dejarlo en ningún momento. Lo pasa que mi hija puso eso de que no deje como un “me gusta”. Gracias por tus palabras.Besos

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