tag:blogger.com,1999:blog-7181392013739531022024-03-08T03:33:51.413-08:00Antonio AragüésOpinión, reflexiones, actualidad, política, sentimientos, arte, ...Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.comBlogger77125tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-76776502925909733572023-03-05T03:13:00.000-08:002023-03-05T03:13:41.513-08:00Personas, ideas, derechos y libertades.<p style="text-align: center;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEhW62Sel-WJfB5l4ZK9uqe9KLSNXEZx_6JMIfDy4TKXGp4SnHUazFJZLKX3LANtLDrlbBac0Sr07LBBPbaKu6tEA2tsW0fYDehlGItWetbaXW3UAq2yRTAS8YFulsS5q4eUiulS30b73Rb07gwLpjcBO4cScPsTMjU6KosSeKzr_3se1QN7Y1e62ymX" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img alt="" data-original-height="168" data-original-width="300" height="156" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEhW62Sel-WJfB5l4ZK9uqe9KLSNXEZx_6JMIfDy4TKXGp4SnHUazFJZLKX3LANtLDrlbBac0Sr07LBBPbaKu6tEA2tsW0fYDehlGItWetbaXW3UAq2yRTAS8YFulsS5q4eUiulS30b73Rb07gwLpjcBO4cScPsTMjU6KosSeKzr_3se1QN7Y1e62ymX=w279-h156" width="279" /></a></div><p></p><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;">Reflexionaba estos días, con motivo de diferentes noticias aparecidas en prensa, televisión y redes sociales y también como consecuencia de alguna polémica en ellas, acerca de los conceptos que dan título a este escrito. Ya en su momento, y a raíz de los luctuosos y criminales sucesos acaecidos en París, escribí un post en mi blog que titulé “Je suis Charlie Hebdo” en el que mostraba mi incondicional defensa de los derechos de la revista y de lo publicado. Me llamó entonces la atención que desde determinados ámbitos, que incluso se sienten progresistas, si bien condenaban los atentados –creo que no podía ser de otra forma- reconvenían a la revista por lo innecesario e irrespetuoso de su publicación. Este tipo de actitudes “tolerantes y políticamente correctas” son lo más peligroso que existe para la libertad de expresión y por ende para la libertad en general, ya que introduce un matiz deductivo acerca de que la falta de respeto a las ideas trae como consecuencia los actos más bárbaros y criminales. Si procuramos respetar a las ideas no tendremos consecuencias tan nefastas, nos dice el mensaje, conculcando principios sobre los que se sustenta nuestra preciada libertad. Lo mismo ocurrió y es algo permanente con los temas que afectan a la religión, con una “drag queen” crucificada y ganadora de unos carnavales canarios. Desde determinados ámbitos han hablado de blasfemia, concepto de carácter religioso. Volveremos a conocer denuncias, abogados, fiscales y jueces basados en unos supuestos “atentados a los sentimientos religiosos” que probablemente concluyan en un sobreseimiento de la causa. También, un autobús pintado con lemas subliminalmente homófobos indignó a muchas personas en las redes sociales. Sobre este hecho y a falta de conclusiones de carácter judicial acerca de si se ha cometido delito –no soy un experto como tantos que abundan en internet- manifestaré que tengo mis dudas acerca de si está amparado por la libertad de expresión que sólo tiene como límite el Código Penal. En definitiva y tratándose de dos casos situados en las antípodas del pensamiento pueden tener en común ese derecho a la libertad de expresar una creencia u opinión dentro de la legalidad. Y muy probablemente los que consideren indignante uno no les parecerá lo mismo el otro. Como no es la intención de este escrito dar una opinión de ambos casos, no lo voy a hacer, ya que creo que cualquiera que me conozca algo puede deducirla; sólo aprovecho para lamentar el enorme eco que una “indignada torpeza” ha procurado a una de ellas. Pero lo que me ha llamado la atención ha sido la cantidad de improperios, insultos y descalificaciones que he leído y escuchado referido a personas y que conduce a los enfrentamientos más agrios y crispados. Algo que desgraciadamente sucede a menudo con las controversias y polémicas en las redes sociales y que reflejan una falta de madurez democrática y ciudadana. Y considero que la raíz de todos estos males procede de la falta de comprensión e interiorización de algo que he defendido siempre: Lo único respetable son las personas y sus derechos tener ideas, creencias y opiniones y expresarlas libremente dentro de los límites legales mencionados. Pero ese derecho a tener ideas, creencias u opiniones no conlleva, en modo alguno, que éstas sean objeto de incuestionable respeto. Esta tendencia permanente - insisto en que se da en personas progresistas- de corporeizar las ideas y creencias y convertirlas en una prolongación de la persona, es una de los motivos que más problemas de convivencia originan. E incluso algunos que consideran que éstas son cuestionables, exigen que sea de “determinada forma” para no herir a la persona. Es obvio que la mesura es una buena forma de relación y convivencia, pero muchos que lamentan cierta “rotundidad crítica”, no comprenden que es una prerrogativa del crítico y nunca un derecho de lo criticado. En los temas religiosos, convierte el debate en algo imposible. Decía un eminente filósofo que no hay que confundir a la persona con su sombra ya que, como es obvio, son dos cosas distintas. Y me permito añadir que la sombra es tan corta o alargada como la altura e inclinación del sol. Lo mismo ocurre con las ideas, creencias u opiniones. No son más que sombras de nosotros mismos que varían con los años y el crecimiento personal e intelectual. Respetemos a las personas, sobre todo a las personas y sus derechos. Pero cuestionemos todas las ideas y creencias con la virulencia que consideremos necesaria. Los grandes avances de la humanidad han sido provocados por la falta de respeto a lo establecido. A las creencias, ideas y dogmas.</div></span>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-45898960944483555792022-09-12T08:09:00.001-07:002022-09-12T08:09:25.588-07:00A Rosa García. In memoriam.<p><br /></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEigcnjlinhenkCpbUdLv3AbZ28lVmGmDTZyJCWlF0tq_ZYK1GTDfJaJ4rTezTXu-dSFsyWWNseDCLYmsf_DpIkTSbUCenI3tQ1Om633Jj4wyOfqypbgwuHQoDw7LqM9MrJoEwd1j-vxsghuLi7h-PBN8Jkn9u687NfWYfyGkNOVnZjyYT24zoPld7Ne/s526/Rosa%20Garci%CC%81a.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="526" data-original-width="526" height="161" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEigcnjlinhenkCpbUdLv3AbZ28lVmGmDTZyJCWlF0tq_ZYK1GTDfJaJ4rTezTXu-dSFsyWWNseDCLYmsf_DpIkTSbUCenI3tQ1Om633Jj4wyOfqypbgwuHQoDw7LqM9MrJoEwd1j-vxsghuLi7h-PBN8Jkn9u687NfWYfyGkNOVnZjyYT24zoPld7Ne/w177-h161/Rosa%20Garci%CC%81a.jpeg" width="177" /></a></div><p style="text-align: center;"><br /></p><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;">Fuiste la primera. Cuando hace ya muchos años hacía mis primeros balbuceos en internet, tan despistado como tú, nos encontramos junto a Carlos, en una plataforma un tanto rara. Recuerdo que me dijiste que era la única persona que contestaba a todos tus mensajes, propuestas y comentarios. Y ahí comenzó una amistad franca, sincera, sobria y sencilla como tu querida patria vasca. Anduvimos juntos por estos caminos raros, en ocasiones, de las redes y, al final, decidimos nuestro lugar en ellas. Un lugar sereno, donde compartir inquietudes y sentimientos. </div></span><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><br /></span></div><div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Fuiste, sobre todo y ante todo, un mujer libre que amaba la vida y buscaba amar a las personas. Esa bonhomía de sentimientos y actitudes conformaba una elegancia que no precisaba de ningún aditamento. Anfitriona como ninguna, en ese Bilbao tuyo, organizaste en primer encuentro entre algunos de los que conformábamos un grupo. En el funeral de tu querido Julen -no sé si superaste su pérdida- les dijiste a tus amigas, cuando me presentabas... "si hablo todos los días con Antonio; hablo más con él que con todas vosotras"... con tu inconfundible acento vasco. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Vienen a mi memoria tantas cosas... </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><br /></span></div><div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Siempre que hablaba de internet me refería a mis tres amigas vascas, Marije -siempre permanente- y Sira que, aunque atareada, siempre está ahí. </span></div><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;">Recientemente, comentabas cosas con mi hermana Olga acerca de algo que os apasionaba a las dos: la música. Y nos enseñabas tus ilusionadas acuarelas como como una joven principiante.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Querida, Rosa, ha sido un lujo tenerte como amiga y saber, porque lo sé, que me querías. </div></span><div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Que las flores adornen las orillas de tu camino, que todos los pájaros canten para ti y que sepas que dejas en mi corazón una dulce tristeza. Dulce porque tu recuerdo no deja otro sabor.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"> </span></div><div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Adiós, querida amiga.</span></div><div><br /></div></div></div></div></div>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-25358866838642507362022-01-18T13:54:00.000-08:002022-01-18T13:54:21.478-08:00Perdidos en Tokio<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEglFB69AlMgbMXVPXY5RxzV79THsdEOkw8P8gTs8zIigK5m9P-9t_XFkur7GTHGVfJU3_zolEgoUpfYDVnow3yxhTa_5cPlS5hVQ10ECNcdAU20Fv5bU7FEB_30bp5klIY0fTrvAs6-2iiJj-O68HJEn-_T56_BMw6BRHU9Ct89gGStEreqWG0aTlTN=s301" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="167" data-original-width="301" height="119" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEglFB69AlMgbMXVPXY5RxzV79THsdEOkw8P8gTs8zIigK5m9P-9t_XFkur7GTHGVfJU3_zolEgoUpfYDVnow3yxhTa_5cPlS5hVQ10ECNcdAU20Fv5bU7FEB_30bp5klIY0fTrvAs6-2iiJj-O68HJEn-_T56_BMw6BRHU9Ct89gGStEreqWG0aTlTN=w215-h119" width="215" /></a></div><p class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; margin: 0cm; text-align: justify;"><br /></p><br /><br /><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Sensualidad y caos es la sensación que me provoca el segundo visionado de la película Lost in Translation interpretada por Scarlett Johansson (Charlotte) y Bill Murray (Bob). Esto de ver las películas dos veces se ha convertido en una costumbre siempre gozosa.</span></div><p></p><p></p><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Comienza con Charlotte tumbada en la cama y de lado. La cámara nos muestra su cuerpo, de la cintura a los pies, con unas recatadas braguitas rosas semitransparentes y sus piernas al aire. La imagen, inspirada en un cuadro del pintor hiperrealista John Kacere, ha pasado a la historia del cine como la de Mena Suvari bañada en rosas de American Beauty y es metáfora de la sensualidad permanente del film.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Bob, un maduro actor americano en decadencia, acepta la oferta millonaria para ir a rodar un anuncio del whisky japonés Santori. Después de un matrimonio de más de veinte años, está afrontando una grave crisis emocional, y se siente frustrado y aburrido también con el desarrollo de su profesión. La soledad y la desesperanza son sus compañeras vitales desde hace tiempo. Pasa sus ratos libres acodado en la barra de uno de los bares del inmenso hotel Park Hyatt de Tokio, donde coincide con Charlotte, una joven veinteañera, recién casada con un fotógrafo que tiene que hacer algunos viajes, quedando perdida entre el hotel y las visitas a la ciudad de Tokio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Allí se conocen, y poco a poco, entre conversaciones breves, se va entablando una amistad no exenta de atracción. Con lo efímero de la confianza entre dos seres distantes, comparten el vacío de sus vidas entre charlas de intimidades sin el miedo a contarlas a un desconocido. Pero lo más interesante son los planos sin palabras en los que el acercamiento entre ellos se va haciendo cada vez más explícito.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">El atractivo de una joven ilusionada por la vida, su aparente ingenuidad, su frescura y libertad van, de forma tan pausada como intensa, fascinando a Bob y haciendo que se plantee si otra vida es una opción o está todo perdido. La alternativa de la esperanza vuelve a renacer a pesar de que su vida está hecha y es difícil de recomponer.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Por su parte, Charlotte percibe la atracción de la madurez sobre la que se ha abierto ese resquicio de fragilidad en un hombre adulto, aparentemente seguro de sí mismo y con el que siente otra emoción diferente a la relación insustancial con su marido. No en vano y durante una conversación se pregunta “no sé con quién me he casado”. La diferencia generacional y los esfuerzos de Bob por parecer joven le provocan una doble ternura y seducción.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">El de Bob y Charlotte será un romance platónico, sobre el que siempre sobrevuela la posibilidad de la culminación física; pero sobre todo será un encuentro de sensibilidades, de dos almas perdidas en armonía que se reconocen y conmueven por encima de las diferencias generacionales. Y que se están pidiendo en suaves susurros.</span></div><p></p><p></p><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Un tercer personaje es la ciudad de Tokio como metáfora del caos en que ambos están sumergidos. Las calles plagadas de neones, con signos y sonidos incomprensibles, la diferencia cultural, los karaokes – en los que se suceden escenas inolvidables- actúan de mapas confusos como su propio ser, en los que se sienten perdidos y que poco a poco derivarán en los sentimientos pudorosos, en las sutiles emociones, en las miradas y en leves roces repletos de intimidad. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Y ese será el escenario del adiós. ¿Un adiós abierto? Esa llamada, después de haberse despedido en el hotel, cuando casualmente Bob la ve confundida entre el gentío caótico de las calles, y que concentra una burbuja entre dos seres únicos en ese espacio. Y ese abrazo intenso y largo, como deseando que no acabe, ese beso apasionado -esta vez sí- y que conduce a un nuevo abrazo en el que Bob le susurra algo al oído que nunca sabremos. ¿No dejaré que nada se interponga en nuestro camino? ¿Nos veremos en el próximo anuncio? Tenemos que reencontrarnos de alguna manera. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Mientras Bob camina hacía atrás y ella lo mira sin moverse, la muchedumbre rompe esa burbuja y todo se va perdiendo y confundiendo. Los dos habrán empezado su largo camino entre la sensualidad y el caos.</span></div><span style="font-family: georgia;"><br /> <br /></span><br /> <p></p><p style="text-align: center;"><br /></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><p style="text-align: center;"><br /></p><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /><p></p>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-78996719749015531162022-01-05T04:23:00.000-08:002022-01-05T04:23:17.606-08:00Los vúmetros<p style="text-align: center;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEiYwWIpqQjhuFWJ9URbG1XfK51jTuIeUJXb2r6WmmlFUGyAs0WK0YokVD2SUydZ95hpJYQXS0xPTVvd_OXH5oG7J8-IcjDYq-KXFaYX6yq3BY2Cgx6pHDPn-pfzfGm2JABNTz34L9E0CPzMlnNuVmScc8QIJJKy_8nTrsNABmxdtvcZZoLFjYS32ciK=s4032" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="3024" data-original-width="4032" height="167" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEiYwWIpqQjhuFWJ9URbG1XfK51jTuIeUJXb2r6WmmlFUGyAs0WK0YokVD2SUydZ95hpJYQXS0xPTVvd_OXH5oG7J8-IcjDYq-KXFaYX6yq3BY2Cgx6pHDPn-pfzfGm2JABNTz34L9E0CPzMlnNuVmScc8QIJJKy_8nTrsNABmxdtvcZZoLFjYS32ciK=w254-h167" width="254" /></a></div><p><br /></p><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Sentado en el salón y dispuesto a disfrutar escuchando música, observo los cuatro aparatos que se encuentran en el mueble color cerezo que los contiene, protege y muestra a través de la puerta acristalada. Mi giradiscos Sony semiprofesional en el estante intermedio, se ve favorecido por la iluminación led que he colocado en la balda superior y que se activa con el movimiento. El disco de vinilo resplandeciente y en giro constante es todo un rito de gran encanto. </span></div><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;">El cono truncado, casi en la base de plato, me muestra esos cuadritos que, estando en movimiento, quedan fijos a la vista asegurando que las revoluciones no sufran una desviación superior a un tercio de giro. El negro intenso del vinilo resulta cautivador. Hace poco compré uno de la artista catalana Clara Peya en color blanco semitransparente que, siendo curioso, no posee la elegancia del negro. La leve caída del brazo con la aguja lectora y que no sobrepasa un roce superior a medio gramo, anuncia el sonido que casi de inmediato inunda el espacio de la estancia. Acompaño la caída suave de la tapa transparente y desde el sillón observo el giro levemente bamboleante del disco. Los altavoces Polk Audio de siete vías, cubren toda la banda acústica con excelente calidad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En el estante inmediatamente inferior se encuentra el reproductor Sony de CD´s que, si bien es de notable calidad, no ofrece ningún interés estético. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pero mi mirada siempre se dirige a los dos aparatos superiores. El amplificador JVC y el sintonizador Pioneer son de una belleza incomparable. Tienen casi cuarenta y cinco años, ese tiempo en el que el aluminio anodizado era empleado en todos los aparatos de alta fidelidad. El amplificador funciona con perfección envidiable y casi, por sí mismo, alcanza la ecualización. La suavidad de los mandos y palancas se mantiene intacta después de tantos años. El suave brillo del material y de las ruedas selectoras ofrecen un efecto irisado admirable. </div><div style="text-align: justify;">Quizás lo particular de mi actitud reside en el encendido automático de un aparato no conectado. El sintonizador, la pieza más bella de todas, ha perdido su utilidad. La nula atención que se presta en las comunidades a las antenas de FM, la invasión digital, las deficientes instalaciones eléctricas de las casas, han conllevado una pérdida de calidad sonora y unas interferencias que lo inutilizan. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pero siempre lo enciendo. Y lo utilizo sin esperar respuesta. La rueda voluminosa, que con un levísimo golpe de giro desplaza el dial, perfilando a lo largo de los números y pequeñas señales de las fracciones que precisan el punto de la emisora, me supone un verdadero placer. La luz amarillenta y cálida de su frontal, con los dos vúmetros que recogen las señales de mi voluntad me sigue fascinando. Las finísimas agujas sensibles al movimiento, en ocasiones centelleante si los sonidos son alternos, y con la parte derecha en rojo como anuncio de alguna distorsión, me siguen pareciendo admirables. Y ese levísimo punto de luz me traslada a un tiempo que ya no existe más que en mi memoria. Y me hace sentir soberano de mis recuerdos. De aquél que fui y que, de alguna manera, sigo siendo.</div></span>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-26945777488840932942021-12-08T02:27:00.001-08:002021-12-08T02:27:33.398-08:00Acantilado<p style="text-align: center;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEgSSdSKTJeCPgVFXiToNo81ePf8IRkilDeuv2gVaelQRroTCce7plJsCJJqF--cW9uY9FPDk_mh7mTCcOnxV_i1ypmg17Yr21j_vy39D4oIHEG7qlYgiBGNP_YEp5kPy8HSgx2ULHKTKVaiVDkWhdAHzSigwHbwu6xjX-U2-J3-atIeD2dyyPkXRHAE=s259" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="194" data-original-width="259" height="156" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEgSSdSKTJeCPgVFXiToNo81ePf8IRkilDeuv2gVaelQRroTCce7plJsCJJqF--cW9uY9FPDk_mh7mTCcOnxV_i1ypmg17Yr21j_vy39D4oIHEG7qlYgiBGNP_YEp5kPy8HSgx2ULHKTKVaiVDkWhdAHzSigwHbwu6xjX-U2-J3-atIeD2dyyPkXRHAE=w208-h156" width="208" /></a></div><br /><p></p><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No aconsejaban ir a pie pues era un camino, además de largo, ascendente y con el viento del Atlántico que azotaba con intensidad. El Instituto Oceanográfico se situaba en lo alto de un inmenso acantilado y, además de los objetos y enseres propios de un museo, poseía unas grandes vidrieras que te ofrecían la vista de la inmensidad del Océano. Península Valdés es una reserva natural de la Patagonia y conocida por los animales marinos que habitan en sus playas y en las aguas circundantes, como ballenas, leones y elefantes marinos. Un lugar con extremo clima que puede oscilar en verano entre los cuarenta y cinco grados diurnos con noches de diez. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ese día, de benigna temperatura, decidí sentarme en una zona algo protegida del acantilado; el viento no cesaba y procuraba un rumor, tan leve como constante, como fondo musical a la inmensidad del paisaje. Subyugado y sobrecogido al mismo tiempo, por la inmensidad de la naturaleza desnuda y la sensación de plenitud que en ningún otro lugar había sentido. Las aguas, de tonalidades grises, evidenciaban solo con mirarlas lo gélido de su temperatura. Con la lentitud de su densidad, avanzaban despacio, como con cuidado, hasta acariciar las rocas que definían los límites de su expansión. El color del cielo se confundía con el mar haciendo indistinguible la línea del horizonte. El saliente donde me senté en su contemplación hacía que la sensación física fuese de un entre mares que todavía me fundía más con la naturaleza. Soledad, silencio sonoro, inmensidad, paz. De vez en cuando y dependiendo de la dirección del viento, sentía levemente los granitos de arena traídos de alguna de las dos playas cercanas. Todo el conjunto realzaba un sentimiento inexplicable y adormecía el pensamiento racional. Una sensación que, intuyo, debe ser similar a la concentración que se experimenta con las técnicas de meditación pero que allí no conllevaba ningún esfuerzo, y que te atrapaba sin remedio. El estar era suficiente para sentir la inmensidad de la naturaleza y tu pequeñez que el entorno engrandecía; lo inabarcable que te hace infinito en su contemplación; la vida en su origen; el vacío en su plenitud; la mirada perdida; el corazón palpitante; el silencio amable. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El descenso fue potente. El viento racheado batía mi cuerpo haciendo penoso el camino. Sin embargo, no tuve ninguna sensación desagradable. Era como una continuación frenética de esa infinita majestuosidad. Por momentos, se levantaban nubes de arena que obligaban a entrecerrar los ojos. Poco a poco, la ventisca fue descendiendo hasta casi desaparecer cuando llegué a la población de partida y me mezclé entre sus gentes. El recuerdo de la sensación física todavía permanecía en mi cuerpo y me hacía recordar, con una sonrisa, la intimidad vivida. La algarabía del restaurante no invadía los restos del silencio interior del tiempo que pasé en el acantilado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A la mañana siguiente, partí en avión con dirección a Ushuaia -la población más austral del mundo- y por la ventanilla pude observar las formas de la península en uno de cuyos acantilados estuve ensimismado el día anterior. Pequeño, cada vez más pequeño, hasta desaparecer de la vista. Cerré los ojos y rememoré los momentos vividos. Sonreí.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div> </span><p class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; margin: 0cm; text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-64779092761354960852021-05-25T10:32:00.001-07:002021-05-25T10:32:43.347-07:00El nogal<p style="text-align: center;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEja4XNBZunoJRdkVr_c7tRv7DA2zB2T1M8KCzcvnXF0MCMai571zSVBvbVyxfiEKX2Oem7VOa5hPEk70oUr7ISBu6hl5a5qBdTyuoUrhuXd3cWT8M3OkYu58AubqxqScA2Lk_p1z81VQ3o/s2048/Nogal.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1536" data-original-width="2048" height="161" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEja4XNBZunoJRdkVr_c7tRv7DA2zB2T1M8KCzcvnXF0MCMai571zSVBvbVyxfiEKX2Oem7VOa5hPEk70oUr7ISBu6hl5a5qBdTyuoUrhuXd3cWT8M3OkYu58AubqxqScA2Lk_p1z81VQ3o/w225-h161/Nogal.jpeg" width="225" /></a></div><br /><p></p><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La iglesia antigua está situada en la parte alta del pueblo. Por encima se yerguen las últimas urbanizaciones construidas como segundas residencias y a su costado, a la mitad de su altura, un mirador con bancos proporciona la vista de los montes y los tejados de pizarra de las casas. También concede descanso a todos los que han subido por las largas y empinadas escaleras de piedra, bien para acceder a la Iglesia o acortar camino en excursiones más ambiciosas. El hermoso descenso, que debe ser cuidadoso por lo cortante de los escalones, te sitúa, al cabo de sus tres curvas, en la plaza y la calle principal, en donde los veraneantes desayunan animadamente o realizan las compras en las tiendas. Poco más allá, el puente sobre el río, poco caudaloso en esa zona, está adornado en sus barandillas por plantas y flores que confieren un carácter festivo al entorno. Todo el conjunto transmite la relajación y alegría de la fiesta y el descanso que solo en los pueblos de montaña se produce. </div><div style="text-align: justify;">En una explanada adyacente, el mercado semanal bulle con la actividad de las compras de productos artesanos: frutas, verduras, panes al horno de leña, miel, encurtidos, quesos, embutidos y hasta algún puesto de artículos básicos textiles. Hay algo de antropológico en el comportamiento animado de los clientes. Distantes de la seriedad que se observa en los supermercados de las ciudades, el acto de la compra está impregnado de alegría, como si también supusiera un acercamiento al trueque, al intercambio, al canje y que nos conectara con nuestra esencia más primigenia. Hay mucho de bondad en esa actividad comercial que nos muestra su lado más humano. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Dejando atrás el mercado, se nos abre el camino a una excursión de sendero poco accidentado, después de pasar un pequeño puente que sortea una canalización de aguas, de recia corriente, que conduce al río una vez sobrepasado el pueblo. En su encuentro, se generan unas turbulencias y saltos espumosos de una gran belleza y que nos provocan una mezcla de atracción y miedo. Quizás sea lo que nos suscita la naturaleza en su estado puro. La hermosura de lo salvaje que nos empequeñece y admira. El bello y sereno sendero que nos lleva siguiendo la orilla y viendo las aguas fugazmente, en los breves momentos que nos permiten los matorrales, invita al silencio y a recorrerlo disfrutando del cercano murmullo de las aguas en su curso apresurado. Finalizado ese tramo y después de atravesar de nuevo la canalización se nos abren los campos en los que el ganado pace a placer en los lindes marcados por el ganadero. De vez en cuando, alguna vaca se acerca a la alambrada y se queda observándote con una expresión que transmite la infinita paciencia de no esperar nada. El verde de los montes y el azul brillante del cielo salpicado por blancas nubes te presenta un horizonte que estimula su alcance. Siempre he pensado que el silencio es importante en estos paseos. No romper el que nos ofrece la naturaleza, solo alterado por el breve murmullo de su eco que nos habla desde nuestro interior. Más adelante los grandes hangares que contienen las enormes balas de alfalfa y que advierten y preparan el duro invierno de nieves que hay que prever. El sol luce y castiga desde lo alto y, de vez en cuando, te invita a retirarte el sombrero y empañar en el pañuelo el sudor que te va provocando el esfuerzo y que se va a incrementar en el leve repecho que ya se avista el fondo. Un campesino ha levantado la tajadera que permite el paso del agua por los límites del campo y que los riega por inundación. Esa agua aglutina un microcosmos de insectos que pululan en los arbustos. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando doblas la ligera curva ya lo ves a lo lejos. Inmenso, vivo y majestuoso te espera como la gran promesa del sendero. Sus ramas y hojas se extienden cubriendo parte del campo y todo el camino. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hola, le dices. Y acaricias el tronco con el amor y respeto que se concede a los grandes frutos de la naturaleza. La sombra benefactora es un regalo del que gozas agradecido. Y la mirada a sus tupidas ramas, entre las que se adivinan los incipientes frutos, no esconde la irremediable admiración al milagro de la naturaleza. Al milagro de la vida que se renueva. Esos minutos de descanso suponen el final placentero de tu objetivo y la sensación de plenitud. No puedes evitar una sonrisa entre feliz y obligada. Conversas con él y contigo en un lenguaje sin transcripción. El idioma etéreo del sentimiento. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al cabo de un rato inicias el regreso. Lo dejas a la espalda y retomas el camino de retorno. En la mitad de la curva, vuelves la mirada y te despides. Pero él te dice que te espera, que vuelvas. Quizás sabe que, durante el invierno, en ocasiones, pienso en él. En el nogal. Mi nogal.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div> <div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div> </span><p class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; margin: 0cm; text-align: justify;"><span style="font-family: Times;"> </span></p>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-35652050234859704042021-04-18T09:44:00.007-07:002021-04-19T04:46:14.114-07:00IBIZA<p style="text-align: center;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhH3LO3q_PX6pVwx8wzwwAjpyGBn9VZ_FcCp-9vChWOEyu8p3MaSTs0Kqu2S69cMWwoHGWdIvtONEDp24748mbqVwr9EV2VG5IKB1M6DraAjFxnJriNnPQUbmJF6OFja-MIzUTxWiutmKI/s2048/Ibiza.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1536" data-original-width="2048" height="150" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhH3LO3q_PX6pVwx8wzwwAjpyGBn9VZ_FcCp-9vChWOEyu8p3MaSTs0Kqu2S69cMWwoHGWdIvtONEDp24748mbqVwr9EV2VG5IKB1M6DraAjFxnJriNnPQUbmJF6OFja-MIzUTxWiutmKI/w251-h150/Ibiza.jpg" width="251" /></a></div><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Había pasado por él varias veces en mis paseos matutinos y no me había decidido a entrar. El exterior me dio la impresión de que permanecía inalterado, aunque los recuerdos engañan y son más fieles a las sensaciones que a la realidad. Los cristales opacos estaban dibujados por transparencias de palmeras que trataban de evocar la isla y su fachada redondeada se correspondía con esas edificaciones de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Unas grandes letras en la parte superior hacían muy visible el nombre del local: Ibiza.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Me decidí a entrar, sesenta años después. Era la cafetería donde mi padre solía tomar café antes de ir al trabajo y en la que yo, cuando le acompañaba de la mano, me tomaba un Schweppes de naranja, pues contenía unos hilillos que parecían producto de la fruta y que parecía más natural que el famoso Kas. Tenía un mostrador de madera color cerezo con los bordes terminados y superpuestos por unas juntas de latón que también cubrían la superficie marmórea sobre la que se depositaban las bebidas. En una de las esquinas, que daba salida a la barra, se turnaban dos señores con traje y corbata que se encargaban única y exclusivamente de la caja. Los camareros llevaban americanas blancas de algodón, cerradas hasta el cuello y en los hombros unas sencillas charreteras rojas. Mi padre, como cliente habitual, solía conversar brevemente con uno de los dueños que era muy aficionado al tenis, y alababa “la muñeca” de un tenista español que despuntaba llamado Manolo Santana. Recuerdo que un día, y recién salidos los primeros relojes sumergibles, un también asiduo cliente solicitó un vaso lleno de agua y sumergió su flamante Certina DS para demostrar a todos, orgulloso, la cualidad de su pieza. Junto a los ventanales, pequeños sofás de terciopelo rojo, como los asientos de los taburetes de la barra, acompañados de pequeñas mesas y un par de sillas. En un lateral, una sinfonola amenizaba de música el local y no dejaba de sonar la canción del verano que era “Juanita Banana”. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Como me temía, el interior había cambiado, aunque mantenía la misma estructura. Las paredes forradas con tablas de madera como las casas del Pirineo y el mostrador nuevo y con materiales actuales de cierta vulgaridad. Lo único que conservaba, y pintados en color granate, eran los paneles de escayola del techo que componían diferentes figuras y sobre los que colgaba la iluminación y unos pequeños focos encastrados. Quizás era lo mejor del actual local y lo único respetado del antiguo. Me pedí un café solo, ahora como mi padre, y observé al resto de los clientes que también había cambiado: en esencia ya no era una cafetería sino un bar corriente. No todo cambia a mejor, pensé.</div><div style="text-align: justify;">En una esquina se encontraban un par de diarios y tomé uno de ellos. Me sentí extraño. Hace mucho tiempo que no leo prensa en papel y mi propia imagen me pareció tan antigua como el bar; pasé páginas con cierta celeridad y, por curiosidad, me detuve en el consabido horóscopo. Me resulta curioso que en estos tiempos todavía se consideren creíbles los vaticinios astrales. Busqué el mío y leí: </div><div style="text-align: justify;"><i>“Virgo: Reflexionar de vez en cuando no viene mal, sobre todo cuando se va demasiado deprisa. No estará de más que pienses sobre lo que realmente quieres de la vida, marca tus intereses y prioridades. Es un comienzo del algo importante.”</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La verdad es que me quedé muy sorprendido. Aquello no era un vaticinio sino una propuesta de pensamiento cuasi filosófica. Y que esa propuesta cobraba mayor sentido por el lugar donde me encontraba, sesenta años después, y a punto de alcanzar los setenta. ¿Qué quiero ahora de la vida? ¿Cuáles son mis metas y objetivos? </div><div style="text-align: justify;">Mi primera reflexión fue que la última vez que estuve en esa cafetería esas preguntas no existían. No había preguntas porque todo lo colmaba el hecho de vivir. La plenitud llenaba esas grietas que con el paso del tiempo se descubren. Las horas de la vida llegaban a ser intensas, eternas y casi densas; no existía la percepción del tiempo ni la certeza de su finitud. Tiempos en los que las horas quedan suspendidas como si su paso no contara; en los que las carencias no pesaban y los deseos, incluso los no alcanzados, no llegaban a doler. Tiempos físicos, de risas, de cantos, de sol, de lluvia, de frío, de calor y de paz. En los que la mano de tu padre te transmite toda la seguridad que necesitas y su compañía adulta te protege. El paso de los años te arroja de ese paraíso de la infancia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hoy, desde la atalaya del largo tiempo transcurrido, me pregunta el horóscopo lo que le pido a la vida y que marque mis intereses y prioridades. No, no haré algo tan prosaico como una lista de deseos ordinal. A la vida solo le pido más. Más vida. A partir del momento en el que, al mirar al pasado con cierta distancia, comprendes que debes buscar la paz, olvidar el polvo de camino y recordar con ternura los paisajes contemplados, descubres que no deseas sobresaltos. Que lo que quieres es un pacto y que el agujón de la muerte quede los más lejos posible. Que no necesitas tanto y que la felicidad, en este momento, queda intervenida por el pensamiento y la salud. Y que con pocas necesidades satisfechas esa paz es algo volitivo. Que lo que en su momento nos venía dado ahora es pura reflexión. Que cada segundo es un milagro y que todo puede girar sin saber donde parará la flecha. Por eso, cada mañana que amaneces a la luz es en sí un objetivo y un regalo. Que llame a tu puerta y le abras con una sonrisa.</div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">La misma con la que le pedí al camarero la cuenta, recogí el cambio, me giré por un momento a contemplar el pasado y crucé el umbral al futuro.</div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Frente a mí, en el paso de peatones, el semáforo estaba en verde.</div></span>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-59657587354073694492021-03-23T11:41:00.002-07:002021-03-23T11:41:55.505-07:00El bacilo de Koch<p style="text-align: center;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhq0iuEkOFhP_tL_DGOychMfqmjo6ao0byzoTevm8r69o8_Nl5neS82p4oM7NfVWZ1gxRXvcjVMTmg9vXLYxRHQXZhG7iDqA8w8Pui0P_RBvQqGjtbZC_4vSbC4as9sD__ndrSH7rzqL4I/s250/Captura+de+pantalla+2021-03-23+a+las+19.24.05.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="199" data-original-width="250" height="138" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhq0iuEkOFhP_tL_DGOychMfqmjo6ao0byzoTevm8r69o8_Nl5neS82p4oM7NfVWZ1gxRXvcjVMTmg9vXLYxRHQXZhG7iDqA8w8Pui0P_RBvQqGjtbZC_4vSbC4as9sD__ndrSH7rzqL4I/w173-h138/Captura+de+pantalla+2021-03-23+a+las+19.24.05.png" width="173" /></a></div><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Estaba muy delgado. Con una altura de uno con setenta y ocho centímetros apenas pesaba cincuenta y seis kilos. Hacía un par de meses que se había licenciado y terminado el servicio militar. Se había alistado voluntario, con dieciocho años, pues por problemas económicos familiares tenía que garantizarse no ser trasladado fuera de su ciudad y tener las tardes libres para trabajar. Por otra parte, no quería dejar de estudiar y se había inscrito libre en la carrera de Comercio. Libre, significaba que compraba los libros y sin ninguna tutoría ni asistencia a clase se presentaba en el mes de junio a los exámenes. Sus jornadas diarias se dividían entre ejército, trabajo, estudio y unas cuatro o cinco horas de descanso. El café, unos diez o doce, y un par de paquetes de tabaco - con alguna pastilla de algo que se llamaba Centramina- le ayudaban a soportar ese intenso ritmo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Un día, a la noche, comenzó a toser y observó que los esputos estaban manchados levemente de sangre. No le dio más importancia pues pensó que alguna vena bronquial forzada era la causante. El maldito tabaco podía ser el culpable. A la mañana siguiente, al despertar, fue al baño y su expectoración contenía más sangre que se convirtió en casi un vómito. Se alarmó y se lo dijo a sus padres. Rápidamente se trasladaron a la Casa Grande -ese era el nombre con el que todo el mundo conocía al Hospital Miguel Servet- donde le realizaron todas las pruebas necesarias, aunque el estetoscopio y la radiografía ya daban un diagnóstico concluyente: hemoptisis provocada por múltiples infiltraciones pulmonares en ambos lóbulos superiores de etiología tuberculosa. </div><div style="text-align: justify;">El impacto fue tremendo. Aunque hablamos de principio de los setenta, las resonancias de la enfermedad, tuberculosis, se asociaban a la pobreza, la desnutrición de los años de posguerra y al temor posible de contagio. Todavía una enfermedad maldita que exigía el aislamiento. Ese aislamiento, tenía como destino el Sanatorio Royo Villanova, hoy un hospital general, pero entonces conocido y referido con el tenebroso nombre de El Cascajo. Uno de los médicos, al verlo tan joven, desvalido y afectado le dijo: no te preocupes que lo superarás, pero tienes que hacer reposo y sobre todo comer mucho, aunque no tengas hambre, come mucho. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una ambulancia los llevó directos al sanatorio a efectuar el ingreso. Las monjas se ocupaban de la mayor parte de las funciones de asistencia. Una de ellas los llevó a la cuarta planta en la que, en una sala grande, había diez camas, cinco frente a cinco, y unas taquillas con una mesilla. – A ver, dijo a todos, tenemos un nuevo compañero; y le llevó a su cama mientras hablaba con sus padres. Un enfermo, afectuoso, se le acercó y le señaló una especie de bandeja cóncava de metal. Esto es para los esputos por la noche, le dijo. Se quedó sentado y mirando al gran ventanal por el que se veían los campos. No te muevas de aquí que vamos a bajar a ingresos con Sor Esperanza, le dijeron sus padres. </div><div style="text-align: justify;">Al cabo de poco tiempo, que se le hizo eterno, y sin moverse de la posición en que había quedado sentado en la cama, vinieron a buscarle y bajaron por las amplias escaleras hasta la planta baja. En ella y a lo largo de un ancho pasillo había unas habitaciones dedicadas a enfermos de pago. Se detuvieron ante el número quince. La monja abrió la puerta y vio una cama recién hecha, una mesilla, un armario de pared y una gran puerta acristalada que deba a una terraza, compartida con la habitación adyacente, en la que había una tumbona y una manta doblada. Le pareció la antesala del paraíso. Se desnudó, se puso el pijama y se metió a la cama. Necesitaba tanto esa intimidad, la protección de las paredes, que la soledad era su mejor compañía. Descansa, le dijeron sus padres, que mañana volveremos. Dos lágrimas descendieron lentamente por sus mejillas. A los pocos minutos de quedarse solo, se durmió.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A las ocho menos cuarto de la mañana siguiente apareció la monja con una jeringuilla en sus manos. Era la dosis inyectable de estreptomicina que recibiría todos los días, además de otras en polvo de isoniacida y etambutol. Enfrente tienes el baño y en la puerta contigua el comedor para el desayuno, le dijo la monja. Se puso la bata y pasó a un baño muy grande -antes eran así en los hospitales- y blanco de baldosas metro, se aseó y pasó al desayuno que se componía de un vaso de leche caliente, unas galletas y una pieza de fruta. Más adelante decidiría guardar la fruta para postre de un almuerzo importante que consistiría en un bocadillo variado, medio litro de zumo de naranja y la mencionada fruta. De ahí directo a la terraza a descansar. Sobre la una y media comería un primer plato de legumbres, pasta o guiso y un segundo que, normalmente era carne y un yogur. Y nuevamente descanso. Sobre la cinco y media venía su madre y merendaba doscientos gramos de jamón serrano en bocadillo, otro medio litro de zumo de naranja y un plátano. Y nuevamente a la terraza. Sobre las ocho y media o nueve llegaba la cena de verdura y algo de pescado. Muchos días, no podía más y sentía ganas de vomitar de tanto comer. Pero aquel médico joven le había dicho: come mucho y descansa.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Los días siguientes le proveyeron de tocadiscos, libros, revistas y transistor para hacer más amena la estancia. Allí conoció a un joven universitario, que compartió terraza unos días y que padecía de bronquiectasia. Con él descubrió a Patxi Andión y su inolvidable Samaritana, así como a Brel, Moustaki, Brassens, Paco Ibáñez, etc. A los pocos días le dieron el alta y su la habitación fue ocupada por un señor bastante mayor que siempre tenía frío y nunca hambre y que gozaba viendo la fruición con la que devoraba las meriendas.</div><div style="text-align: justify;">Le habían dicho que tardaría unos tres meses en recuperarse – un engaño compasivo- y a sus padres que no se curaría antes de seis. Tuvo siempre como objetivo lo que a él le dijeron.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Los días fueron transcurriendo, con descanso, medicación y engorde – no se puede calificar de otra forma- y la visita permanente de su madre. Nadie más, al principio. El contagio era algo a evitar. Cada quince días, radiografías, planigrafías y análisis. Los segundos análisis, a los treinta días, ya daban resultado negativo en el bacilo de Koch causante de la enfermedad, lo que posibilitó la visita de familiares, amigos y compañeros de trabajo. Pero, en cualquier forma, no era determinante. Lo que resultaba definitivo, era el cultivo, por medio de succión gástrica, que le realizaron algo más tarde, y que quince días después del cultivo probaba la ausencia de la enfermedad al dar negativo. Eso tenía como consecuencia que el resto de la estancia podía verse alternada con salidas del hospital durante el fin de semana. Se negó. Se había jurado que cuando saliera de allí sería para no volver más. Las visitas de familiares y amigos se fueron incrementando y le acompañaron en esa soledad protectora pero ya amable. Los progresos, casi increíbles, de su curación, la confortabilidad de la estancia, las visitas, la música y los libros la hicieron soportable. Desde su terraza, veía a los enfermos de las plantas superiores pasear por los jardines y muchos fumando, algo totalmente contraproducente y prohibido. Las monjas les reprendían por su falta de conciencia. Pero había internos de muchos tipos, clases sociales, desahuciados y terminales. </div><div style="text-align: justify;">En esos días tomó conciencia de la enorme diferencia de su situación y la del resto de los enfermos. De ser uno más a ser alguien. Y que la diferencia la establecía el dinero, el pago. Y fue el privilegio lo que abrió su conciencia -afirmada con el tiempo- a lo social y público.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A los ochenta y nueve días -uno menos de su objetivo y del piadoso engaño- y un aumento de trece kilos de peso, recibió el alta. Ya podía abandonar el sanatorio. Recogió las últimas cosas, pues muchas ya se las habían llevado al conocer el alta inminente, se despidió de la monja que le había cuidado -Sor Esperanza- y recorrió por última vez el pasillo que conducía a la entrada. Antes de entrar en el taxi volvió la vista al edificio y se despidió para siempre. Nunca más volveré, se dijo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cincuenta años más tarde, el sanatorio había dejado de serlo. La enfermedad, prácticamente erradicada y el edificio convertido en un hospital de la red de atención médica de la ciudad. </div><div style="text-align: justify;">Y tuvo que volver. Los campos de paseo de los enfermos se habían convertido en un gran aparcamiento; las terrazas, con el cambio de orientación apenas existían como tales, aunque creyó reconocer la suya. La entrada estaba igual. El mismo embaldosado de mármol, la misma escalera con el pasamanos de madera, las ventanas de aireación y el ajetreo de los profesionales de bata blanca. El pladur había compartimentado las grandes estancias y convertido en habitaciones y consultas lo que le había causado tan tremendo impacto. Y, sobre todo, el pálpito vital tenebroso y triste había desaparecido. Subió las escaleras acariciando el pasamanos como cuando iba a hacerse análisis y esperó en una especie de sala para hacer la visita a un enfermo. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al cabo de un tiempo y realizada la visita descendió por las mismas escaleras, cruzó la entrada y bajó los peldaños que dejaban el edificio a su espalda y fue caminando. Tras unos cuantos pasos, se volvió a mirarlo. Ya no existía. Y una leve sonrisa le iluminó el rostro al verlo tan lejano. Tan lejano que rozaba el olvido.</div></span><br /> Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-16911466741353038992021-03-16T12:26:00.003-07:002021-03-20T03:19:36.270-07:00I.T.E.I.<p style="text-align: center;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgKguwHixrYAY7bcV42z0rmb9O4YijzGdumnCgsobC3zUeV8xQnNuZvq4kPFmKt2NsDLM2Ve9DpCctTy0QQcD3UZEG_-lYWT-p_7Lopd0cDRTD52vgHTmGR9-LGJym9POUkSu0OHN4K-SE/s193/Cerebro.png" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="164" data-original-width="193" height="139" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgKguwHixrYAY7bcV42z0rmb9O4YijzGdumnCgsobC3zUeV8xQnNuZvq4kPFmKt2NsDLM2Ve9DpCctTy0QQcD3UZEG_-lYWT-p_7Lopd0cDRTD52vgHTmGR9-LGJym9POUkSu0OHN4K-SE/w163-h139/Cerebro.png" width="163" /></a></div><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Después de una pequeña cabezada de sueño reparador, había decidido dedicar un tiempo a leer. Abrí el libro y me dispuse a disfrutar de su lectura. La página era un bloque discontinuo de negro sobre blanco que, para mi sorpresa, me planteaba dificultades de interpretación. Incómodo, pensé que era producto de restos de adormecimiento del sueño reciente. Me restregé los ojos y volví al texto. La estructura completa de un párrafo me resultaba imposible de leer. Debía centrar mi total atención en una palabra y silabearla para leerla completa. Además, esa palabra se perdía entre una masa de texto y se me escapaba. Después, y también para mi sorpresa, venía una interpretación que se me hacía imposible. Con notable desconcierto, aparté la mirada del libro, recosté la cabeza en la parte superior del sillón, cerré los ojos y descansé unos breves segundos. Volví al libro y se repitieron tanto las dificultades de lectura como de interpretación. Hubiera podido decirse que, más que no poder leer, distinguía las letras, lentamente las unía y luego, con gran esfuerzo, daba significado a la palabra. Intentarlo con la frase entera me resultaba imposible. Me asusté. ¿Qué me estaba pasando? ¿Serían las malditas gafas cuya graduación para la presbicia ya no era suficiente? Pero no podía se esa la causa porque ver, veía con claridad. Lo que me planteaba dificultades era leer. Cerré el libro electrónico por si su brillante pantalla era la causa del problema y tomé un libro en papel. Todo seguía igual. Algo estaba ocurriendo en mi cerebro. Aspiré y exhalé con tranquilidad para evitar los nervios. Retomé al libro y me di cuenta de que necesitaba esa subvocalización y repetir mentalmente lo leído e interpretarlo. Pero la lectura automática, esa que se acerca a la fotográfica y que permite la interpretación rápida del texto, me resultaba imposible. Veía una palabra y tenía que profundizar en ella para repetirla mentalmente e interiorizar su significado. En definitiva, algo me ocurría que me impedía leer. Cerré el libro y desvié la mirada hacia nada para descansar. Por mi extraña actitud, ella me preguntó que si me ocurría algo. Entonces temí contestarle. Sentí interiormente que también tenía dificultades para arrancar a expresarme. Me ocurre algo extraño, pensé en contestarle. Pero de mi boca solo salió un…es que raro algo…leer. - ¿Pero ¿qué te pasa? – No sé, puedo leer no… Con enorme dificultad y de forma desordena y casi ininteligible le dije que tenía dificultades para leer y para expresarme. Pero me encontraba bien y, en todo caso, algo desconcertado. Volví a tomar el libro y se repitieron los síntomas, aunque, quizás, de forma más leve. Una mezcla de asombro y susto mientras el libro esperaba en mis manos. La luz se expandía y evitaba la concentración. Lo extraño era que me encontraba bien y no sentía ningún otro síntoma singular. Tampoco - en alguna ocasión me había sucedido-, ningún mareo o congestión. Solo que no podía leer y no me atrevía a hablar. En el brazo de mi sillón tenía mi iPod y los auriculares inalámbricos. Voy a comprobar si puedo comprender y no tengo dificultades con la música y sus letras, decidí. Elegí a Serrat, pleno de palabras poéticas y profundos significados. No tuve ninguna dificultad y apagué el dispositivo en un par de minutos. Ella, al observarme, insistió en su desconcierto: ¿me puedes decir qué te pasa? Tranquila, le contesté. Aprecié que mi voz sonaba algo gangosa y me reprimí de decir algo más. Además, al igual que leyendo, interiormente constataba la dificultad de encadenar frases. No sé…raro… leer no… no sé…hablar…pasa algo. Todo lo que decía resultaba ininteligible.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Voy a llamar a urgencias, me dijo. Espera, ahora lo hablamos. Pensé en que era la tarde del viernes y me asustó la posibilidad de ingreso con un fin de semana por delante. No, déjalo que ya estoy bien. No muy conforme ella aceptó. De pronto, los síntomas remitieron con la misma rapidez de su llegada. Pasé en perfecto estado el resto de la jornada e incluso retomé la lectura sin la menor dificultad. Al día siguiente y al comentarlo con un familiar sanitario me dijo que había hecho muy mal ya que estas cosas, que diagnosticó de carácter neurológico, son importantes de revisar de forma inmediata. Como iba a entrar de guardia ese sábado dijo que miraría a ver que neurólogo estaba disponible y si me podía atender de forma urgente. A las cuatro de la tarde comenzaron las pruebas iniciales de mover los ojos de un lado a otro, caminar con los ojos cerrados, contar los dedos del médico, mirar un dedo de un lado a otro, etc. Posteriormente análisis, doppler de carótida por si había estrechamiento arterial por colesterol, escáner cerebral, radiografías, etc.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al final, y enseñándole una radiografía del cerebro me señalaron unos puntitos minúsculos y me dijeron que eran señales de microinfartos. Entre ellos había uno algo más grande que podía ser el causante de esa alteración que tanto me alarmó. Isquemia Transitoria de Etiología Indeterminada. A partir de ese momento, me recetaron de forma permanente medicación, tengo neurólogo que me visita cada seis meses y leo. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Abandonamos la clínica y fuimos andando hacia casa y, durante el camino, sorteando varias librerías. Al verlas sentí el escalofrío de su posible ausencia. Y me impresionó imaginar no volver a poder leer. Una angustia al recordar mi los estantes de mi librería y el placer íntimo que te proporcionan los libros. Eso me ha llevado a leer más y con más pasión, después de experimentar, aunque por unos minutos, vivir sin ellos. </div></span><br /> Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-4295085919483818852021-03-03T10:26:00.001-08:002021-03-03T10:26:47.024-08:00Tener, querer, saber.<p style="text-align: center;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6Ea16QZ-msXSpnEYauDS6SJCrgLHjQgTWtqV2WECOqjM1Voyl3GcLOITGYI8GJh52YiFfygxL7GhGwW2Z_rw_yEWILawyecYq_NP2E-HuIFjBcB_YaPOu3-6eFdY7ULgJDxe9x-gUbRI/s800/Canal+Zaragoza.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="532" data-original-width="800" height="140" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6Ea16QZ-msXSpnEYauDS6SJCrgLHjQgTWtqV2WECOqjM1Voyl3GcLOITGYI8GJh52YiFfygxL7GhGwW2Z_rw_yEWILawyecYq_NP2E-HuIFjBcB_YaPOu3-6eFdY7ULgJDxe9x-gUbRI/w289-h140/Canal+Zaragoza.JPG" width="289" /></a></div><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Decía la escritora argentina Samanta Schewelin que la escritura encierra tres premisas: tener algo que contar, quererlo contar y saber hacerlo. Qué duda cabe de que la primera es universal; todo el mundo en su vida o en su mundo interior tiene algo que merece ser contado. La segunda, forma parte del mundo exclusivo del escritor. Esa imperiosa necesidad que le lleva a enfrentarse a la hoja en blanco ante la que la mayoría de los autores manifiestan terror, incluidos los de reconocido prestigio. Saberlo contar es privilegio o arte de una minoría a la que los lectores premian con el favor de su lectura y reconocimiento. A mí, partiendo de la base de que se trata de una afición y no de un oficio, me ocurre que cuando creo que tengo algo que contar y que puede ser de interés, lo abordo con verdadera fruición. Sin embargo, muestro una pereza creciente, hasta el punto del bloqueo, cuando no se me ocurre qué narrar y que yo, en primer lugar, tenga que enfrentarme a ese papel blanco que espera, sin indulgencia ni piedad, que lo rellene con relatos, emociones o ideas que no me surgen.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El pasado es un recurso inagotable de vivencias y hechos dignos de ser contados, y se convierte en subterfugio, vencida la pereza, cuando crees que el lector se sentirá interesado o, en el mejor de los casos, identificado, en pasajes de la vida de otro. Porque el pasado no solo contiene hechos a relatar, sino que contiene una constante fuente de imaginación. Nada de lo que recuerdas y compartes fue como lo escribes. El tiempo, estira, agranda, encoje, sublima o devalúa los recuerdos, a conveniencia del protagonista y narrador. Reinterpretas ese pasado con la mirada amable o crítica, al menos en mi caso, del presente. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Esta mañana, en mi paseo matutino por la orilla del Canal Imperial de Zaragoza, reflexionaba sobre este hecho de escribir observando los olmos, chopos, fresnos y álamos entre los que caminas por la margen más urbana, y viendo la majestuosidad de los pinares de Venecia al otro lado; los patos, las gaviotas patiamarillas y las palomas de agua, recorrían el canal, siempre en sentido contrario a la corriente, en busca del escaso alimento debido a la poca profundidad del cauce, por las cerradas compuertas en la parte inicial del recorrido. Las farolas isabelinas, se repetían equidistantes entre las barandillas protectoras que, en muchos tramos, resultaban invadidas por los juncos. En las pequeñas ramas, como recién podadas y a vista larga desnudas, de cerca nos ofrecen pequeños y hermosos brotes que anuncian la primavera y la renovación de la vida. Y las ganas de contar, de forma para mí inaudita, se han anticipado a mi convicción de tener algo que contar. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Abandonando el paseo del canal y llegando al parque grande he vuelto a ver los jardines de La Rosaleda y los bancos de hierro en los que comenzaron los primeros escarceos amorosos de la infancia. El juego de la cerilla, encendida ante la excitación de todos y que los chicos nos pasábamos de mano en mano, -las chicas eran sujetos receptores y pasivos del juego, aunque con la misma emoción- hasta que a uno se le apagaba o no podía pasarla pues el fuego llegaba a quemarte los dedos. Él era el privilegiado que podía escoger a qué chica besar en los labios, poco más que un tímido roce pero que colmaba todo el deseo. Las chicas, con risas nerviosas, esperaban a que se le apagara a quién ellas querían y con él de la mano – este hecho suponía el acto máximo de afirmación amorosa- salir de entre los árboles hacía la parada del tranvía. Y frío, mucho frío que solo era combatido por el deseo del principio de la adolescencia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Eran años de frío y miedo. Un frío que, aunque sentado a la lumbre de la mesa camilla, lo inundaba todo. Era el frío mezquino del franquismo, que calaba el alma y que se había afianzado haciendo agobiante y sin esperanza el sueño de libertad de sus oponentes. Frío cruzando el río, en el colegio, en la iglesia, en la cama, en las relaciones y en los silencios. El frío que nos hizo pasar de la infancia a la madurez sin la gozosa transición invadida por el miedo, por el pecado. Frío y miedo y pecado que nos robaron los momentos más creadores de la vida, en los que se desencadenan los cimientos del futuro, del mañana. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Creo que el verano era la única resistencia inevitable. La alegría de la luz, de la poca ropa, del descuido esperado, de las piscinas, de los bañadores, de los juegos al atardecer, de las manos ansiosas y que comenzaban a culminar deseos. Naturaleza del verano que estalla y que atiende a la vida sin preguntas y en la que los hechos carecen de finalidad ni son pensados. Solo instinto y sentimientos. Todavía no sabemos ni somos conscientes de qué seremos, cuál será nuestro papel en el mundo, pero afirmamos lo que somos con ferocidad insaciable. Una mirada única, que no se acomoda, que penetra en lo íntimo y que es irrepetible porque todo está por descubrir. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Por eso, en el atardecer de mi vida, y al descubrir esos pequeños brotes en los árboles, renazco en cada una de las ilusiones y gozos de los que después de mí han tenido la fortuna de no sentir frío.</div></span><br /> Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-15795525658712381642021-02-12T09:26:00.008-08:002021-02-13T10:52:18.725-08:00Etéreo y físico<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjSZIqqjpMbb4qqEn6Fc1jkohEdqT_veb5ZoGQC7ewj87DHzQJCZA8fVN6q69H6cKKt_RAXCmONyu4Epu8DuJPfyVZDchKRaR6j9HPpu1TZsYTI20B3KYAh4JmlRRt5lRntxKViqH1OaFY/s2048/IMG-2718.JPG" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1536" data-original-width="2048" height="161" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjSZIqqjpMbb4qqEn6Fc1jkohEdqT_veb5ZoGQC7ewj87DHzQJCZA8fVN6q69H6cKKt_RAXCmONyu4Epu8DuJPfyVZDchKRaR6j9HPpu1TZsYTI20B3KYAh4JmlRRt5lRntxKViqH1OaFY/w245-h161/IMG-2718.JPG" width="245" /></a></div><div style="text-align: center;">Eduardo Chillida</div><div style="text-align: center;"><br /></div><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;">Le resultaba una necesidad física y mental recorrer, en ida y vuelta, los cuatro kilómetros de la bahía y observar, en esa hora temprana, la compactación que había dejado en la arena la bajamar, solo profanada por algún caminante como él, pero que había decidido no hacerlo por el paseo marítimo. Esa hora justa de camino, aspirando los aromas del mar y escuchando el sonido que originaba el movimiento de las olas, y la belleza del golpe espumoso en la orilla, le contagiaba un equilibrio entre la serenidad y el estímulo. Henchido de gozo y cautivado por el sentimiento, se dirigió a su estudio para, después de un frugal desayuno, comenzar su jornada de trabajo que siempre iniciaba escuchando música durante media hora antes de volcarse con su pasión y oficio: convertir lo etéreo en algo físico. Levantó la tapa de giradiscos, lo encendió, y pulsó el botón que hacía que el vinilo girara a la velocidad adecuada para escuchar la música en toda su sonoridad y pureza. El tercer movimiento de la primera sinfonía de Malher le penetró en lo más profundo de su ser hasta causarle una intensa emoción. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿Cómo trasladar ese sentimiento, cómo atraparlo, cómo darle forma y convertirlo en un objeto físico y evocador? – se preguntó. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Miró hacia el enorme bloque de alabastro y recordó su niñez en la que ya jugaba con plastilina para dar forma y réplica a objetos que llamaban su atención. Cortó un trozo del rollo del papel kraf y tomó uno de sus lápices favoritos de Faber Castell, elaborado con madera del Líbano y con un grafito de ductilidad media. Dedicó el resto de su jornada de trabajo a la realización de múltiples dibujos basados en la memoria musical que había quedado prendida en su cerebro. Se negaba a sí mismo a reproducir nuevamente la música y que fuera su recuerdo y el impacto emocional el que guiara sus dedos hacia otra forma de expresión fiel y nueva. Extendió sobre el suelo los bocetos de papel y los observó detenidamente como las notas en un pentagrama. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Embriagado todavía por los acordes de esa música tradicional germánica, con mezclas judías y música popular de Bohemia, y la amalgama de resonancias que la hacen cosmopolita y universal, tomó el cincel plano de medio grosor y con la maza de metal comenzó a golpear las capas superfluas de calcita rugosa, hasta hacerse visibles las partes translúcidas características de este hermosa y antigua variedad de sulfato de calcio. La profundidad y dimensión de lo que pretendía le obligó a tomar la sierra eléctrica y, con el esmero que precisaba el material, dejar al descubierto una espaciosa superficie plana sobre la que componer su sinfonía en piedra. Extendió sobre la manta doblada los cinceles, gradinas, uñetas, mediacañas, punteros, martinillas y escafiladores en perfecto orden para su uso y contemplación. Precisaba esa perfecta disposición de elementos antes de comenzar cualquier trabajo. Decidió dejarlos reposar y volver a escuchar la sinfonía a la vista de todos los materiales y herramientas con los que trataría de aprehenderla, antes de concederse el resto del día para reflexionar sobre el reto que tanto le apasionaba.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A la mañana siguiente retomó su rutina del paseo marítimo. Pero en esta ocasión sentía una cierta ansiedad, y solo la conciencia de las bondades que le proporcionaba ese andar y respirar le hizo concluirlo. Marchó hacia el estudio y a medio camino tomó un desayuno simple de café y un bollo suizo. Al llegar, presuroso, se quitó parte de su ropa y se cubrió con el mono de trabajo. Encendió el giradiscos y sintiéndose vestido como un director de orquesta, inundó sus sentidos con las notas de Malher en la versión que más le gustaba que era la de Christoph Eschenbach con la Orquesta de Filadelfia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al finalizar la escucha, y con el pálpito de emoción invadiendo la estancia, tomó el martillo compresor y comenzó, siguiendo los dibujos como notas musicales, a esculpir en el hermoso material las aristas, curvas, bloques, alturas, caminos, desniveles que lentamente iban eliminando de la piedra todo lo ajeno a su intención de destacar espacios como acordes musicales. Al cabo de un par de horas ya disponía de la forma, en bruto, que había decidido respondía a su inquietud. Como en una orquesta, sentía las cuerdas, la percusión, los vientos y los metales. Solo quedaba ajustar, equilibrar y pulir las formas, para obtener la exigencia de conjunto, imprescindible en música, y que él quería plasmar en la piedra. El delicado trabajo con la pulidora era de los más lentos pero satisfactorios, ya que iba mostrando los resultados finales conforme los diferentes accesorios se deslizaban sobre la ruda superficie. Iluminaban la pieza como en los momentos más sublimes e intensos del sonido de una orquesta. Aspiraba con frecuencia el polvo de calcita para que no escapara ningún recodo, esquina o canto a la perfección que ansiaba. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sobre mediodía había concluido su trabajo. La luz que filtraba la claraboya resaltaba la belleza translúcida de la superficie escultórica ofreciendo matices inesperados. Giró la rueda que nivelaba la altura de la mesa soporte e inclinó hacia sí el bloque entero para lograr la disposición visual correcta para su completa apreciación.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- Convertir lo etéreo en físico. Imposible. Pero me he acercado, se dijo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al día siguiente y continuando su rutina después del paseo matutino, se sentó en el estudio para su momento musical. Se emocionó con la <i>cadenza</i> del tercer concierto de Beethoven.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Creo que esta pieza requiere trabajarla en metal, pensó.</div></span><br /> Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-49783297985329896172021-01-28T09:49:00.003-08:002021-01-29T06:09:11.290-08:00Underwood<p style="text-align: center;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEibETXPsOE2gx_jMEOZk_EIAcB7FKCiNEkVHfSrR_-z88jZNxO4JLp7ncQozz2mM0PDhO5u_dJYlpcVj0YuSp1X2IrLxXyD5g3-X2U4fdF2tDMQRL66cI0ZBECeYqvgJJD2z4c85hFeZFA/s206/Captura+de+pantalla+2021-01-28+a+las+18.41.05.png" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="182" data-original-width="206" height="167" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEibETXPsOE2gx_jMEOZk_EIAcB7FKCiNEkVHfSrR_-z88jZNxO4JLp7ncQozz2mM0PDhO5u_dJYlpcVj0YuSp1X2IrLxXyD5g3-X2U4fdF2tDMQRL66cI0ZBECeYqvgJJD2z4c85hFeZFA/w189-h167/Captura+de+pantalla+2021-01-28+a+las+18.41.05.png" width="189" /></a></div><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La clásica máquina de escribir Underwood reposaba sobre el ángulo superior izquierdo de la mesa de nogal cuya superficie estaba protegida de los golpes por un grueso cristal. El recio tapete de gamuza verde sobre el que se apoyaba facilitaba su deslizamiento hasta colocarla de frente para iniciar la escritura. Antes que nada, comprobó, con un papel inservible, el desgaste de la cinta pues deseaba que el texto resultara nítido y limpio. Decidió que había que cambiarla. Levantó la palanca que sujetaba los dos rollos divididos en los dos colores típicos; en la parte superior el negro y en la inferior el rojo. Un dispositivo en el teclado, levantaba el apoyo de la cinta y hacía que las varillas con la letra tipo correspondiente golpeasen sobre el rojo. De no hacerlo así, y por defecto, la escritura era negra. Esa distinción de colores tenía su origen en los textos de contabilidad y respondían a los conceptos contables del debe y el haber. Si se trataba de un negocio, era bueno que la parte roja de la cinta se utilizara lo menos posible. También, otro dispositivo modificaba su posición para facilitar la impresión de las mayúsculas. Las varillas tipográficas, se hallaban dispuestas en forma semicircular, de modo que los tipos siempre golpearan el centro de la máquina. La cinta y el papel se desplazaban a cada impacto, de izquierda a derecha, hasta llegar a un punto en el que un leve sonido, similar a un tilín, señalaba la proximidad del final y, por tanto, avisaba para no descomponer las sílabas de la palabra. Abrió el segundo cajón de la derecha de la mesa de despacho y tomó un recambio de cintas Korex, con cuidado para evitar mancharse, y colocó ambos rollos en la posición adecuada; el que estaba completo en la izquierda y en la derecha el que habría de recibir el resto de la cinta utilizada. Con cuidado, insertó la cinta en la cuadrícula central que recibiría el imparto de la varilla y la sujetó con las pequeñas pestañas que aseguraban su correcta disposición. Ya estaba la máquina dispuesta y en perfecto estado para su uso. Tomó el primer folio y lo sobrepuso sobre una hoja de calco y sobre otra de papel cebolla. Le gustaba tener una copia en ese papel casi translúcido por si debía enviarlo o mostrar a alguien mientras se reservaba el original. Los ajustó con la máxima precisión manual y los acopló al carro, haciéndolo girar sobre el rodillo con la rueda lateral, hasta que apareció ante su vista el inicio de la página. Presionó la tecla de carro libre para ajustar definitivamente el encuadre del papel, que quedó sujeto con la varilla horizontal que aseguraba y permitía su movimiento por medio de los pequeños rodillos giratorios. Se acomodó en el sillón de madera, apoyó los brazos y miró a la máquina. Había decidido escribir una novela negra breve, basada en una historia que le habían contado. Tomó un cigarrillo de su paquete de Chesterfield y lo golpeó con suavidad sobre el cristal de la mesa con objeto de prensar el tabaco por la parte que iría a sus labios. Lo encendió con su mechero Dupont, y disfrutó con el clic que hacía a cerrarlo, sonido que era particular y propio de esa marca de encendedores. Siempre le habían gustado los elementos mecánicos. Además de los sonidos que emitían al utilizarlos -para él eran música- admiraba la enorme creatividad que los sustentaban. Conjuntamente con el ingenio y su utilidad, todos contenían una gran belleza estética La simple máquina de escribir, sobre la que el humo del cigarrillo se esparcía como una pequeña nube, le parecía un prodigio. Sabía que habían aparecido las eléctricas, que automatizaban y hacían innecesarios muchos de los movimientos y gestos a los que obligaba la suya. Pero era precisamente eso lo que le encantaba. El gesto y movimiento provocado por su mano y decisión. Incluso la manualidad de la corrección, era hermosa. Aspiró de nuevo su cigarrillo y lo depositó sobre el cenicero que, al final de la jornada, quedaría repleto.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Cuando abrió la puerta del ascensor la encontró en posición deforme y en medio de un charco de sangre…, comenzó.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y continuó el traqueteo de la máquina, cuyas teclas había que presionar con una cierta fuerza. Un continuo frenesí de sonidos y movimientos se estableció en la estancia entre los giros del carro, la palanca de rotación, el final de página y la tecla de retroceso, que establecía un paréntesis para, con una tira correctora, dejar en blanco un error de escritura y volver a escribir en superposición. Se convertía en un momento de pausa que aprovechaba para, de nuevo, aspirar en humo del cigarrillo que esperaba algo consumido y mustio en la parte que apoyaba sobre el cristal. Estaba inspirado, y las páginas y la repetición mecánica se iban sucediendo a notable velocidad; en un lado las páginas originales, con su numeración en la parte superior, y en el otro las copias en papel cebolla. </div><div style="text-align: justify;">Decidió el final del primer capítulo y deslizó sus dedos hacia el reloj de bolsillo. Ya estaba en desuso y casi todo el mundo lo llevaba de pulsera; pero a él, con su gusto por los mecanismos, le encantaba abrir con presión el muelle, que también servía de manecilla, y que se abriera mostrando la hora. Sentía que más que a la hora se abría al tiempo. Vio que pasaba del mediodía y lo cerró con el suave sonido de ajuste, lo devolvió al bolsillo y observó, sobresaliendo, la plateada leontina.</div><div style="text-align: justify;">Devolvió la máquina de escribir a su lugar, y contempló los dos pequeños bloques de cuartillas ya escritas. Cruzó sus manos por detrás de la cabeza y estiró el cuerpo satisfecho. Había escrito casi sin parar y eso no era frecuente.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Mañana, antes de retomar el trabajo, repasaré lo escrito, se dijo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al día siguiente, tal y como acostumbraba, acudió a su estudio a las ocho en punto. Nada más insertar la llave observó que giraba con facilidad y que al instante cedía el resbalón sin necesidad de dar ninguna vuelta. Con desconcierto y preocupación vio que en la consola lateral habían desaparecido las dos figuras de cristal de Murano que tanto apreciaba. Abrió la puerta del estudio y contempló el desastre; el archivador con los cajones abiertos y vaciados, papeles y notas por el suelo, libros, detalles decorativos, marcos de fotos y del secreter antiguo de persiana había desaparecido su valiosa colección de plumas de émbolo de tinta. </div><div style="text-align: justify;">Al mirar su mesa al fondo notó su ausencia. Las cuatro marcas circulares sobre el tapete de fieltro le anunciaban su pérdida. Los folios escritos y los de papel cebolla se mezclaban esparcidos en total desorden. Ante sus ojos se mostró la última página escrita el día anterior y cuya palabra final era…ladrones.</div></span><br /> Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-71246146909435631422021-01-19T10:47:00.007-08:002021-01-22T03:50:24.437-08:00Monólogo interior.<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjiM3glqtR1u83FAbfwCrExfgwJ8nBOzS67qmaN549adgjKwfNpNzmfIUpa8MdG9ptMCqVKbSrc_AHPyGgIUsGkWU7vigCIjn5QSwzbcIgyUa8jTUql6bACJGCqsHmcJHa-KmKrY4nf9bg/s288/iPd.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="288" data-original-width="175" height="148" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjiM3glqtR1u83FAbfwCrExfgwJ8nBOzS67qmaN549adgjKwfNpNzmfIUpa8MdG9ptMCqVKbSrc_AHPyGgIUsGkWU7vigCIjn5QSwzbcIgyUa8jTUql6bACJGCqsHmcJHa-KmKrY4nf9bg/w91-h148/iPd.jpg" width="91" /></a></div><p></p><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ya sabía que estas navidades me pasarían factura. Se ha empeñado en que me subiera a la báscula y le he dicho que no hacía falta. Estoy al tanto de mi físico y de los casi cuatro kilos de exceso. Sin obsesiones, pero quizás debido a lo presumido que soy, procuro controlar mi peso y, en la medida de lo posible, mi aspecto. Además, hoy, y después del cocido completo de ayer que devoré con glotonería, me encuentro algo pesado y siento que la ropa me ajusta más de lo debido. Por eso no necesito la báscula. Sé que me va a decir que son ochenta y dos kilos. Me equivoco en 100 gramos de menos y decido ponerle solución. Ese peso sobrante, afecta directamente a la ropa que me compro, entalladita y que no admite ninguna alteración notable. Por eso, últimamente llevo jersey de cisne y polos; porque es punto y no molesta. Pero entrando en primavera tendré que acudir a las camisas y americanas que protestarán acentuando lorzas en la cintura y apreturas de cuello. En esta edad mía, los excesos de peso se acumulan en los sitios más indeseables: la cintura y el cuello. Y no estoy dispuesto a renovar mi vestuario. Tanto por el dinero que vale como por lo que me gusta. Siempre he concedido a la ropa un valor mayor que el de uso y me agrada apreciarlo. En fin, que esta noche tomo cartas en el asunto. Una ensalada de endivias (diecisiete calorías) con un poco de aceite rico, dos huevos pasados por agua (ciento treinta calorías) y una manzana. Y a ver una serie sin comer pipas que son una bomba calórica. El primer kilo cae en cuatro días, pero el resto, y siendo riguroso, un mes. Ya tengo trabajo. Paso por una tienda llamada “La Natural” y compro unos yogures griegos que me gustan mucho y escasamente calóricos. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tomo animado mis auriculares y decido escuchar las variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach interpretadas por Glenn Gould. Echo mano al bolsillo y cojo mi iPod clasic de 16Gb. Y acude a mi mente el recuerdo de este primer aparato Mac que cayó en mis manos y que, con la mayor ilusión del mundo, me regalaron mis hijos en una Navidad. Habían tenido muchas dudas pues, hasta ese momento, apenas había utilizado la informática con fines lúdicos, culturales o formativos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- ¿Le gustará?, ¿Lo usará?, se preguntaron acerca de un regalo que les había costado su buen dinero y esfuerzo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Abrí el paquete y me maravilló la perfección tanto del envase como del objeto que allí se encontraba; era la sencillez como máxima expresión de elegancia, y nada más tenerlo en mis manos tuve la sensación de que aquello, a pesar de los millones de unidades vendidas, me trasladaba la emoción de un ejemplar único.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- Papá, a ti este aparato te encantará, me dijeron.,</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todo lo que pensaban se corroboró con su uso. Me descubrió un sinfín de posibilidades en el mundo de la música –una de mis debilidades- y que me ha aportado momentos de inmensa felicidad. Toda mi discografía dentro de ese maravilloso aparato, con un nivel de calidad y facilidad de manejo que hizo que, desde el primer momento, lo utilizara permanentemente. El conocimiento de la biblioteca de iTunes y la posibilidad de adquirir discos y temas de forma independiente, en muchos casos descatalogados, me facilitó un abanico de opciones de las que sigo disfrutando. Las mañanas de primavera en mi terraza, tumbado en la hamaca al sol y escuchando íntimamente “mi música” en “mi iPod” se convirtieron, desde entonces, en uno de mis momentos más plenos y satisfactorios.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No puedo evitar la caricia cuando lo tengo en mis manos. Su superficie nacarada con el circulo sensible al suave tacto, la pantalla rectangular en la que se pueden ver vídeos, sus cantos redondeados, componen una pieza que combina utilidad, perfección y belleza y consigue que el usuario la sienta como algo propio y digno de ser estimado. Sin dudar de los aspectos afectivos que rodean a “mi iPod”, si desgraciadamente lo perdiera, otro exactamente igual, no sería lo mismo. En eso consisten los sueños que pueden materializarse.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ensoñación me suscitan los diálogos de Haruki Murakami con el director de orquesta Seiji Ozawa en el libro <i>Música, solo música</i>. Un derroche de sensibilidad para cualquiera y en especial a los que como yo somos neófitos. Qué destreza se precisa para causar una atención que te arrastra inevitablemente a lo largo de sus páginas. Qué admiración ante dos genios del arte que te hacer sentir que todas las cosas rutinarias carecen del menor interés cuando sienten algo por encima de todo. No sé la intención del libro, ni si obtendré más placer que esa admiración pura. Pero creo que más allá de la comprensión tiene la virtud de despertar mi interés. Sigo pensando que la música clásica es una de mis tantas asignaturas pendientes.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Paso por un restaurante pakistaní y reflexiono sobre cómo han cambiado los hábitos alimenticios (parece que el tema se me ha quedado en una fijación). Recuerdo que en mis años jóvenes sólo había un restaurante chino para comer el rollito primavera, el arroz tres delicias y la carne con soja y pimientos. Luego, de postre, y dependiendo del grado de sofisticación, tomabas unos lichis. Hoy, observo a mis hijos y a sus amigos y comen sashimi, sushi, makis, gyozas, niguiri, uramaki (todos japoneses) o bien ceviches peruanos o falafel, hummos y pan de pita, sirios. Y muchas más cosas ajenas a mis hábitos. La verdad es que las que he probado y no están nada mal. Cosas de la globalización.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pienso en cuando mi hija se traslade, dentro de un mes, a una población costera de Barcelona. Desde la terraza de su ático contemplaré el mar, escucharé música en mi iPod y tomaré mi cervecita fresca con unas aceitunas. Pocas, porque tienen muchas calorías. Cerraré los ojos, sentiré los rayos del sol y me dejaré llevar por el placer….</div></span>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-31159658263095796882020-12-18T01:43:00.014-08:002020-12-18T01:47:38.984-08:00Sus labores<p style="text-align: center;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhYW2gml4rFy7lAV0uuO8glzxml9B23-E3ZC-A5IKX4YkmZuiotykyGw6vr-FnT__IXaZCCQqGT8wG_b41ToCwvLeNVABSdF7-Qe2T-lF51VJN81NK18a4LWG1JwHWNa4Xec_sUchY3Eq0/s196/Aspirador.jpeg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="196" data-original-width="154" height="183" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhYW2gml4rFy7lAV0uuO8glzxml9B23-E3ZC-A5IKX4YkmZuiotykyGw6vr-FnT__IXaZCCQqGT8wG_b41ToCwvLeNVABSdF7-Qe2T-lF51VJN81NK18a4LWG1JwHWNa4Xec_sUchY3Eq0/w143-h183/Aspirador.jpeg" width="143" /></a></div><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;">(Este texto corresponde al ejercicio literario "flujo de banalidades)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Lo advirtió por la vibración en su muñeca del “smartwatch” que le habían regalado recientemente y que sincronizaba con el “smartphone” proporcionándole una cantidad de información que le parecía de utilidad. Kilómetros caminados, calorías consumidas, calidad del sueño y tiempos e intensidad de sus diferentes fases, variaciones del oxígeno en sangre durante el descanso y, además, muchos de los informes que contenía su móvil. Al comprobar que era un número con prefijo de Irlanda, dejó que sonara y no contestó, pues sabía que era una de esas llamadas en las que tratan de venderte algo que no deseas ni te interesa y que tienen la oportunidad de hacerlo en el momento más inadecuado. Estaba con su Dyson sin cables, últimamente adquirido, y que le había incorporado cómodamente a las faenas del hogar. Ya no tenía que arrastrar esa máquina entubada y con un cable de considerable largura y tener la precaución de que en los giros no golpeara todas las esquinas de la casa. Este nuevo aparato facilitaba mucho esa labor y la hacía, si no grata, al menos soportable. Los distintos accesorios de que constaba permitían el acceso a todos los rincones sin mayor esfuerzo y había quedado atrás ese dolor de riñones que siempre acompañaba a la finalización de la tarea. La llamada le sorprendió en el pasillo, quizás la zona más fácil de realizar debido a su falta de muebles, objetos y recovecos y a punto de entrar en el salón. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Movió el macetero alto y de finas patas de madera de Valentí y luego el grande, con su hermosa planta, y cambió al accesorio tubular con su cepillo para hurgar en las esquinas y dejarlo todo limpio. Lo mismo hizo, con sumo cuidado, con la pareja de altavoces encastrados en una estantería de obra y de los que tan orgulloso se sentía. Eran dos Polkaudio, de siete vías y de gran potencia, que proporcionaban a cualquier volumen una calidad de sonido excepcional. El cableado era una banda ancha de dos centímetros, con sus vías derecha e izquierda, que se conectaban al amplificador, junto a otro cable redondo que comunicaba entre sí ambos bafles.</div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Cuando termine la faena, me relajaré y pondré a Michel Camilo y Tomatito, deseó.</div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Debajo del televisor tenía las figuras de tres guepardos de porcelana que los miraban de frente mientras veían una película. Uno era grande y los otros dos más pequeños y desiguales. Como una familia de tres miembros a la que habían bautizado como Simba y sus crías. Había que desplazarlos, pues se encontraban sobre una pequeña alfombra tunecina que había que retirar para su limpieza con el accesorio rascador. Volvió a notar la vibración en su muñeca y, al comprobar de nuevo el número, directamente colgó. Cambió el accesorio del aspirador por el de parqué y trasladó sin dificultad la mesa de centro gracias a las cuatro ruedas situadas en sus ángulos; ni movió el sofá ni el gran sillón que había hecho suyo y en cuyos brazos reposaban sus libros, sus mandos a distancia y su móvil. Eso para el próximo día, pensó. Continuó con los bajos de la mesa comedor y las sillas y debajo del otro mueble de almacenamiento. Paró el motor del aspirador y con un paño suave limpió la parte superior de los seis cuadros colgados encima de ese mueble y después de los cuatro que estaban encima del sofá. El dormitorio resultaba fácil, pues una vez desplazadas las mesillas el resto resultaba diáfano. Cambió de dispositivo para el baño, apropiado para el suelo era de cerámica granulosa. Cayó en la cuenta de que no había pasado por la habitación de invitados -en realidad la de sus hijos- y se dirigió a ella para el concluir el trabajo. Colocó el aspirador en su fuente de alimentación y observó, a través del depósito trasparente la cantidad de polvo acumulada. Parece mentira, se dijo, y parecía que estaba todo limpio. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Llenó a mitad el cubo de la fregona, depositó un tapón de detergente y lo pasó por el baño común y luego por el del dormitorio. Tiró el agua al inodoro después de aclarar y escurrir bien la fregona. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Por hoy, he concluido, pensó. Ahora escucharé un poco de música. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cambió de opción y de dispositivo y no puso la que había pensado. Miró hacia su giradiscos Sony que parecía reclamar su atención. Formaba parte de esos objetos íntimos y amados. Un aparato profesional, con un error de un tercio de treinta y tres revoluciones por minuto y un peso de aguja, también, de un tercio de gramo. Tomó entre sus manos el último disco de Carla Bruni que contenía, entre sus siete temas, una cortesía en español. Mientras escucha “Le petit guepard” y miraba a los suyos, sonó de nuevo el teléfono. Con la calma que a veces conlleva la irritación, colgó, clicó el icono de información del número, hizo descender la pantalla y pulsó la opción bloquear número. El tema de la Bruni había finalizado y comenzaban los acordes de “Porqué te vas”.</div></span>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-62652769732131255982020-12-10T07:04:00.000-08:002020-12-10T07:04:44.112-08:00El Hotel donde olvidé mis pantalones<p style="text-align: center;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiAwBd2Sgp1JTbtuu5Bh6VZz0xEe94VcNodJA55Phymy4Pj1X5Woo4aV1sRixkytcQO3J3UMVshIHi08Ndex6iDg-SWaujpFrGF0OVK5-QnMFu8VToj23gt3l2N6gixe5Zcyu1htNWpSPE/s275/llave.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="183" data-original-width="275" height="144" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiAwBd2Sgp1JTbtuu5Bh6VZz0xEe94VcNodJA55Phymy4Pj1X5Woo4aV1sRixkytcQO3J3UMVshIHi08Ndex6iDg-SWaujpFrGF0OVK5-QnMFu8VToj23gt3l2N6gixe5Zcyu1htNWpSPE/w216-h144/llave.jpg" width="216" /></a></div><p class="MsoNormal" style="margin-left: 16pt;"><o:p></o:p></p><div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;">Durante mucho tiempo no dejé de viajar a Andalucía, al menos dos veces al año, al punto de que se me hizo casi imprescindible ese cambio cultural y geográfico. Bien en dirección a Málaga o Sevilla habiendo, en ocasiones como esta, destinos intermedios. Casi siempre madrugaba mucho para estar disponible para el trabajo por la tarde, al encontrarme, en el hotel o la tienda de algún cliente, con el representante en la zona. En esa ocasión salí a mediodía con objeto de llegar con tranquilidad a dormir y comenzar la siguiente jornada a la hora del desayuno en la que me había citado con mi agente. Siempre tuve la sensación de que de Zaragoza a Madrid estaba de viaje -físicamente es obvio- pues el trayecto no me proporcionaba ninguna motivación ni sensación especial. Tomar la autovía A2 e ir pasando por las diversas poblaciones, solo percibidas por el cartel anunciador en las diferentes salidas y, en algunos casos, observarlas de lejos, producía escasas emociones; Calatayud, Santa María de Huerta, Medinaceli, Guadalajara, y el desvío por la radial dos en dirección a la autopista A4, es un trayecto cuyo único encanto reside en la música que te acompaña en el coche. Al menos yo, nunca le encontré otro. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una vez que te dejas caer al sur, ya atravesado Madrid, mi sensación era la de viajero. El trayecto largo por Aranjuez, Ocaña, Manzanares, Valdepeñas, en definitiva, por las llanuras de Castilla la Mancha, tenían algo de descubrimiento, de reminiscencias del pasado con sus molinos y Ventas, de próximo y ajeno a un tiempo. Las casas se aplanaban, distanciaban y disminuía el tráfico. Estabas en un viaje de extenso recorrido, pero con una mirada grata, descansada y apacible. Y, además, con la conciencia de que pronto se produciría esa emoción que siempre sentía al poco de recorrer las angostas curvas de Despeñaperros y acceder a Las Navas de Tolosa, La Corolina y Bailén, allí donde el General Castaños -aguerrido, valiente y humilde, como buen español- aceptó la espada que le ofreció el Mariscal Lefèvre, -vencedora en cien batallas- como nos contaba la épica Historia de España de mi infancia. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Algo sucedía en mi ánimo al encontrarme en esos campos de Jaén, con sus tierras rojizas, sus elegantes olivos, su silencio y el sol aplanador que suspendía el tiempo. Un retorno a la placidez y serenidad de la niñez, a la vida enamorada y a una seguridad solitaria. Abandonaba el norte y me recibía el sur en un abrazo ausente. Disminuía la velocidad para disfrutar, gozoso, de ese trayecto que, contrariamente a lo habitual, deseas que se haga más largo. A ver si al regreso tengo ocasión de comprar un paté de perdiz en la Venta de Bailén, me decía. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Con toda la calma, al poco tiempo llegaba a mi destino: la ciudad de Linares, famosa, entre otras muchas cosas, por los campeonatos del mundo de ajedrez que, a lo largo de los años, allí se han celebrado. Tenía una reserva en el hotel Aníbal, perdido en mi memoria después de tantos años de viajes y hoteles. Los adelantos actuales, con las aplicaciones de viajes, te dirigen hasta la misma puerta de tu destino. Aparqué en una explanada reservada a clientes y con mi maleta y mi funda de trajes me dirigí a la recepción. Después de hacer el registro y asignarme la habitación subí para instalarme. Ya en el ascensor tuve una extraña sensación de recuerdo a la que no di más importancia. ¡Cuántos ascensores de hoteles habré subido en mi vida! Abrí, con una de esas llaves pesadas, grandes y planas terminadas en una bola, la puerta de la habitación y dejé mi maleta sobre el mueble para ese uso destinado y la funda con mis trajes sobre la cama. Al mirar a la ventana y ver las ramas de los árboles y sus hojas sobre la forja del balcón, tuve la certeza de que allí había estado. Pero no recordaba ni el aparcamiento, ni la entrada, ni la recepción. Bueno, voy a organizarme, me dije. Y al abrir el armario, con sus desiguales perchas vacías, los vi. Mis pantalones de algodón gris marengo y finas rayas diplomáticas vinieron a mi memoria y llenaron una pérdida. Aquí, seguro que aquí, olvidé esos pantalones. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una vez instalado, bajé a recepción y pregunté:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">- Disculpe, ¿el hotel ha hecho alguna reforma reciente?</div><div style="text-align: justify;">- Claro, señor, hace un par de años. La mayor parte de las habitaciones no se han modificado pero la recepción sí; estaba justo en la parte contraria.</div><div style="text-align: justify;">- ¿Y no tenían una sala homenaje con las fotos de todos los campeones de ajedrez que por aquí habían pasado?</div><div style="text-align: justify;">- Se mantiene igual, señor. Si sigue el pasillo, el tercer salón se llama Ajedrez. Solo hemos cambiado la entrada de norte a sur.</div><div style="text-align: justify;">- Gracias, muy amable.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Me dirigí al salón y contemplé la habitación con todos los cuadros y las fotos, casi todas con un ajedrez y un rostro.</div><div style="text-align: justify;">Por una de las ventanas se veía la explanada de la plaza en la que una noche, esperando, vi llover a cántaros. Era este el Hotel. El hotel en el que olvidé mis pantalones.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div></span><span style="font-size: small;"> </span><p></p><style class="WebKit-mso-list-quirks-style">
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</style>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-37201801341272891412020-11-24T11:19:00.008-08:002021-04-06T10:34:22.997-07:00Juntos<div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="fl6f5-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="fl6f5-0-0" style="direction: ltr; position: relative;"><span data-offset-key="fl6f5-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><br /></span></span></div><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="fl6f5-0-0" style="direction: ltr; position: relative;"><span data-offset-key="fl6f5-0-0"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihQMN8h6B42P7M-uSOlyJOYFzdGZRTiG5wF_EUdDf87M2HLbYOGn6e_1bHduwWQjONArxiCqo7mtcDqCAz8nu27yCZEEkevf6dsNERfdrBVzjBPAP8ZEwGdnduIMxdsz3peAoubZnfQz0/s276/Manos.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="183" data-original-width="276" height="127" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihQMN8h6B42P7M-uSOlyJOYFzdGZRTiG5wF_EUdDf87M2HLbYOGn6e_1bHduwWQjONArxiCqo7mtcDqCAz8nu27yCZEEkevf6dsNERfdrBVzjBPAP8ZEwGdnduIMxdsz3peAoubZnfQz0/w191-h127/Manos.jpg" width="191" /></a></div><br /></span></div><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="fl6f5-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="fl6f5-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i><br /></i></span></span></div><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="fl6f5-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="fl6f5-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>Hoy hace</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="bk6ks-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="bk6ks-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="bk6ks-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>cuarenta años</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="fs62q-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="fs62q-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="fs62q-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>que decidimos</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="51qg1-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="51qg1-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="51qg1-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>saltar juntos.</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="4f5e7-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="4f5e7-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="4f5e7-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>Nada sabíamos,</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="p703-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="p703-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="p703-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>ni horizonte,</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="8gava-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="8gava-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="8gava-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>ni futuro, ni adversidades.</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="3bg5r-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="3bg5r-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="3bg5r-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>Nada.</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="apriu-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="apriu-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="apriu-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>Solo estábamos</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="fggvv-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="fggvv-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="fggvv-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>nosotros,</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="7iivo-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="7iivo-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="7iivo-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>saltando juntos</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="4ke4n-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="4ke4n-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="4ke4n-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>a la luz cegadora.</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="243st-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="243st-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="243st-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>Nada más que nosotros,</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="7oidg-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="7oidg-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="7oidg-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>juntos</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="77jvu-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="77jvu-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="77jvu-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>de la mano.</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="br0at-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="br0at-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="br0at-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>Hasta hoy.</i></span></span></div></div><div data-block="true" data-editor="4k6v7" data-offset-key="4gsd1-0-0" style="caret-color: rgb(5, 5, 5); color: #050505; white-space: pre-wrap;"><div class="_1mf _1mj" data-offset-key="4gsd1-0-0" style="direction: ltr; position: relative; text-align: center;"><span data-offset-key="4gsd1-0-0"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><i>Que somos más</i></span></span></div></div>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-91441112585633053462020-11-20T07:17:00.001-08:002020-11-20T07:17:28.125-08:00Cinco piscinas y ella<p><span style="font-family: georgia; font-size: large;"> Este texto tiene como inspiración el relato de "El nadador" de John Cheever.</span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhKz0GfEVNSExO-Os_E3iSV54aDRbSNCcRmM-pG_jfDd1tBuyl_e_059OLQHBAs5jF29XDqTk9WQS0Aa3rep_Eu18DXuqBf2kZZ0n-CNc6pylglIINGXxhpp5KhZo4D2LOYjIgF0BshOw8/s274/Piscina.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="184" data-original-width="274" height="161" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhKz0GfEVNSExO-Os_E3iSV54aDRbSNCcRmM-pG_jfDd1tBuyl_e_059OLQHBAs5jF29XDqTk9WQS0Aa3rep_Eu18DXuqBf2kZZ0n-CNc6pylglIINGXxhpp5KhZo4D2LOYjIgF0BshOw8/w240-h161/Piscina.jpg" width="240" /></a></div><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;">Salíamos del trabajo por separado para evitar que nadie se preguntara a dónde íbamos, lo que aumentaba la sensación excitante de clandestinidad. Nos encontrábamos en la Cafetería Hispanidad -hoy desaparecida- y situada en la ribera sur del río junto al Pilar. Sonrientes, cruzábamos el puente hacia nuestro destino, el club deportivo en el que pasaríamos ese mediodía. Entramos y nos dirigimos a la piscina cubierta, recientemente construida con motivo del ascenso a primera división del equipo de waterpolo del club. En verano era poco frecuentada, lo que hacía más atractivo nuestro baño en soledad y aunque la humedad resultaba algo asfixiante estimulaba nuestro secreto. En el agua, me esforzaba por alcanzarla y ella no hacía mucho por evadirme; nuestros cuerpos jugaban entre roces y caricias y yo intentaba besarla y ella me devolvía un chorrito de agua acumulado en su boca. El juego del no pero sí, de la sonrisa que te llama, de la provocación y la huida entre risas cómplices. De vez en cuando, sujetos a la corchea uno frente a otro, retozábamos con nuestras piernas y nuestras miradas. Al poco llegaron los jugadores del equipo a entrenar y decidimos abandonar el recinto para ir a otra de las piscinas al aire libre. Nos dirigimos a la llamada de unoochenta, pues esa era la profundidad uniforme y tenía su origen en que había correspondido al camping de extranjeros -que no podían mezclarse con los nativos- de tiempos pretéritos. Por ese motivo, tenía poco recinto que la rodeara y era la preferida de las mujeres para tomar el sol al borde del agua y de parejas jóvenes. El agua estaba muy fría y la ducha, potente y abierta, resultaba heladora. La seguí, disfrutando de su cuerpo, de sus largas piernas y de esas nalgas juveniles altivas y traviesas. La rodeé con mis brazos y la arrastré, ante su resistencia impotente y divertida, saltando juntos al agua. Nos miramos en el interior de la piscina y al salir a flote, con una sonrisa luminosa, me dijo que estaba muy fría y me abrazó mientras yo me sujetaba con una mano a un asidero de la piscina. Mi pierna, entre las suyas, sentía su sexo y también el leve contacto de sus pequeños pechos y el roce de sus mejillas en las mías. Me soltó, y me lanzó un nuevo chorrito de agua al tiempo que me desplazaba con sus pies y escapaba a la escalerilla a la que solo pude llegar para alcanzar uno de sus tobillos que escapó deslizándose entre mis manos. Envuelta en su toalla, me propuso ir a las gradas de la de treintaytres, una piscina con trampolín que tenía esa longitud métrica que le daba nombre, y tomar el sol un rato. Nos tumbamos horizontalmente uno en cada grada, y ocupando yo la superior, no dejé de admirar ese cuerpo esbelto, de vientre plano, sus pezones erectos bajo el bikini color marrón, la pausada respiración tras el esfuerzo, sus ojos cerrados y los labios entreabiertos deleitándose con el calor del sol. Sigilosamente, bajé hasta la grada inferior y, arrodillado, la besé suavemente en los labios. Abrió los ojos, me apartó sonriendo y se sentó a contemplar a los bañistas mientras me tomaba la mano. Vamos al lago, le propuse. La llamábamos así porque tenía la forma irregular y ondulada de un lago y solamente tenía una cierta profundidad en una parte. Era más familiar y ruidosa, pues en un extremo los niños alborotaban gozosos, y decidimos jugar como ellos; ella, abría las piernas haciendo un túnel y yo, buceando, la levantaba sobre mis hombros, la mantenía unos instantes caminando, sintiendo su sexo sobre mi cuello, y la lanzaba al agua. Así una vez tras otras entre risas y sonrisas plenas de excitación. Fuimos a por nuestros bocadillos para la comida y decidimos ir hasta la piscina llamada pública, que había tenido el sobrenombre de “baños públicos” y que se había incorporado al club. En esa decidimos no bañarnos hasta más tarde. En la parte inferior, se desplegaba la ribera del río. Había unas mesas de piedra y nos sentamos a comer en una de ellas con nuestras coca colas, contemplando pasar el río y las vistas del Pilar. Por allí no iba casi nadie y nuestra intimidad era casi total. Con el último sorbo del refresco nos miramos y besé su boca mientras mi mano se deslizaba por el interior del sujetador acariciando su pecho. Ella, excitada, se apartó para chuparme y morderme la oreja y mi mano fue hacia sus muslos buscando su sexo. Sujetó mi mano y me dijo: No, aquí no. Seducido por la promesa la volví a besar y mi lengua jugueteó con la suya como un niño feliz con su piruleta. No tuvimos tiempo para ese último baño en la quinta piscina. Desde el puente miramos a la ribera viendo muy lejana nuestra mesa. Nos separamos en la cafetería para volver al trabajo por separado como al inicio. Felices, muy felices.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Desconozco si las piscinas se mantienen tal como las recuerdo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A ella no la he olvidado.</div></span>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-19689380613656816232020-11-14T06:27:00.006-08:002020-11-20T07:07:45.970-08:00El noi de Poble Sec<p style="text-align: center;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEidJl5XrqtDEVd2yOFv6YPMYfCjo38oay_hXjbrEI2GtiXbEVfCPzlwBSMyi3g8uz9zMyMsNa-gWHRACDwyiSCOLM1Xmv5lIRs9eKaJMmfQidkegn-GKJ3e1jqrAW6dfX8qlgaXgBN8QNE/s592/Captura+de+pantalla+2020-11-14+a+las+15.21.47.png" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="591" data-original-width="592" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEidJl5XrqtDEVd2yOFv6YPMYfCjo38oay_hXjbrEI2GtiXbEVfCPzlwBSMyi3g8uz9zMyMsNa-gWHRACDwyiSCOLM1Xmv5lIRs9eKaJMmfQidkegn-GKJ3e1jqrAW6dfX8qlgaXgBN8QNE/s320/Captura+de+pantalla+2020-11-14+a+las+15.21.47.png" width="320" /></a></div><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">“Llevo más tiempo con él que con mi mujer”, suelo comentar con una sonrisa y “tengo tanta o más sensación de fidelidad y lealtad”, añado. Desde el año 1967, con mis sufridos dieciséis años, me había fascinado -escuchado por la radio- su primer disco en catalán con su “Ara que tinc vint anys”, la maravillosa “La tieta”, “El drapaire” o la tierna “Canço de Bressol”, que abre con una copla en castellano. Dos años más tarde y con objeto de estar en condiciones de paliar la ruina económica de mi familia, adelanté el servicio militar -lo que conllevaba un compromiso de dos años- iniciando una de las etapas más duras de mi vida. Desde las ocho de la mañana hasta las tres en el cuartel de Artillería, a trabajar a las cuatro treinta hasta las veinte horas, estudiar, cenar y seguir estudiando hasta las dos de la mañana. Así acabé. Tres meses después de licenciarme, me detectaron unas infiltraciones pulmonares de tuberculosis e ingreso en el sanatorio de “El Cascajo” – nombre de terribles resonancias hace cincuenta años- y que hoy se llama Royo Villanova y es un hospital general. Pero no quiero adelantar acontecimientos. Durante esa dura etapa, apareció su primer disco en castellano titulado “La Paloma” y que musicaba un poema de Alberti entre maravillosas canciones como “El Titiritero”, “Poema de amor”,” Balada de otoño” o “Poco antes de que den las diez”. En esas noches de agotamiento, después de jornadas laborales y responsabilidades impropias de mi adolescencia, sus canciones, al acostarme y en mi pequeño tocadiscos y a mínimo volumen, fueron como un bálsamo ensoñador que me trasladaba a un mundo imaginario y hermoso y que me evadía de esa adversa realidad. Alguna lágrima de emoción recuerdo. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En el año 1968 se negó a participar en Eurovisión a no ser que fuera cantando en catalán. Por supuesto no fue admitido y causó un gran revuelo además de la censura en la cadenas y emisoras nacionales. Por aquél entonces yo no sabía mucho – más bien nada- de la multiculturalidad de este país y, por tanto, no comprendía demasiado su postura, absteniéndome de juicios precipitados. Massiel, con la misma canción ganó el festival y supuso una cierta afirmación nacionalista y un supuesto revés en su carrera.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Dos años más tarde, y superada para muchos esa etapa, Serrat llegó a Zaragoza. Presentaba un homenaje a Antonio Machado, un poeta del que el franquismo poco nos había enseñado excepto aquel poema infantil de “monotonía de lluvia tras los cristales”. El programa anunciaba una primera parte con sus canciones y una segunda dedicada a Machado. Bueno -me dije ignorante- si la segunda parte es un rollo disfrutaré con la primera. Ese día había estrenado una camisa, que me había regalado un proveedor italiano, de lino en color naranja, con una americana tostada y una corbata bien combinada. Con la premeditación y el gozo con el que uno se viste para un gran acontecimiento. Disfruté con la primera parte y después del descanso sonaron los acordes de “La saeta” y luego “Cantares” y el resto de las canciones que componían el disco. Me quedé sin respiración. Una mezcla de asombro y emoción me embargaron hasta lo más profundo. No solo había disfrutado del cantautor, sino que me había abierto la puerta a la obra de uno de los más grandes poetas españoles en castellano. Al día siguiente compré urgente el vinilo de portada roja, las espigas del campo y la imagen de Machado. Una joya que conservo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Serrat había formado parte de la “Nova cançó” y a raíz de la publicación de ese disco en castellano fue repudiado por los más puristas que exigían una sola lengua expresiva y, como es natural, tenía que ser el catalán. Se le rechazó en España por querer representarla en catalán y en muchos sectores de Catalunya por cantar en castellano.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pudo con todo. La calidad, coherencia e integridad fueron señas de identidad a lo largo de su carrera y en aquel momento crítico.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Dos años más tarde y después de su intimista disco de “Mi niñez”, estando de guardia en la batería del cuartel escuché por la radio que… “en la piel tengo el sabor amargo del llanto eterno, que han vertido en ti cien pueblos, de Algeciras a Estambul, para que pintes de azul sus largas noches de invierno”. Había nacido “Mediterráneo”, el disco al que había dado nombre la canción y que ha sido considerada la mejor de los últimos cincuenta años. Si ya de antes era notable mi devoción, con él nació la incondicionalidad que me ha acompañado hasta el momento en que escribo estas palabras. Me emocionó su “Penélope” que lo mira “con los ojos llenitos de ayer” -cómo se puede escribir algo tan hermoso- y todos los discos que han jalonado su carrera. Con satisfacción comprobé en la famosa librería Ateneo de Buenos Aires y delante de una imagen suya a tamaño natural como un dependiente me decía: “Serrat es Gardel”. Es el máximo elogio que allí se puede hacer a una persona.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Podría citar su densa trayectoria musical y artística pero no es el propósito de este escrito. Cualquiera puede comprobar su biografía, obra, premios, condecoraciones, homenajes y doctorados. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Lo que quiero destacar es que no me ha fallado nunca. Creo que ha sido la encarnación de la decencia, la honestidad, la bonhomía y la coherencia. Entre su vida artística, personal y pública nunca ha habido la menor fricción. Para mí y no soy el único, es un mito. Mi estantería está plena de colecciones de jazz, clásica y popular, al igual que vinilos. Solamente en un caso hay una separación entre dos piedras de ónix con todos sus Cd´s editados. Tengo múltiples grabaciones de artistas de otros países que han cantado sus temas como Mina o Noah entre otros. Y en mi librería reposan los cinco o seis libros que se han editado sobre su obra y persona, además del libro-estuche que se publicó con todas las letras de sus canciones y detalles de su vida y de los momentos vitales en que las compuso junto con un magnífico álbum fotográfico.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si me lo hubiera propuesto quizás hubiera tenido la ocasión de conocerlo en persona. Pero cuando uno tiene tal veneración, como es mi caso, la preserva de cualquier posible decepción. A estas alturas de la vida las certezas son escasas y hay que cuidarlas con mimo. He construido, a lo largo de cincuenta años, una urna transparente y luminosa que nos protege a los dos. En el año 2008 el cantante argentino Ignacio Copani escribió una canción en la que utilizaba títulos y versos del catalán para rendirle un emotivo homenaje y que concluía con un “qué va a ser de mí si estás lejos de casa”. Ese es mi sentimiento</div><div style="text-align: justify;"><br /></div> </span><p style="text-align: center;"><br /></p>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-34215677562099238692020-10-21T00:44:00.000-07:002020-10-21T00:44:35.618-07:00Callejón con bolardo y charco<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiNPRWhTxWMM4d9_etdKsgXLLGr94UAVa2SkqJWpvsPutUI6ONLFBSpcblb714RaF9jHLSY62hfUnQq-EpEkUeMF6mwVTCouaPjyWieGwKRNwBa2mZ4sMCR-JDflGn7fjTpJTAX1KFiR64/s2048/Callejo%25CC%2581n+y+bolardo.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2048" data-original-width="1536" height="200" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiNPRWhTxWMM4d9_etdKsgXLLGr94UAVa2SkqJWpvsPutUI6ONLFBSpcblb714RaF9jHLSY62hfUnQq-EpEkUeMF6mwVTCouaPjyWieGwKRNwBa2mZ4sMCR-JDflGn7fjTpJTAX1KFiR64/w150-h200/Callejo%25CC%2581n+y+bolardo.JPG" width="150" /></a></div><p></p><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">El rellano de la escalera era el placentero escenario de los últimos escarceos amorosos hasta que desde el fondo -en aquel tiempo todo estaba al fondo- avisaban para cenar. El último beso daba inicio al descenso por las escaleras embaldosadas de barro rojizo y canteadas de madera envejecida. Al final del largo patio esperaba un portalón grande y pesado, con cierres de hierro y tirador, que daba acceso a la calle. Una calle amplia, de doble calzada adoquinada y que confluía con el comienzo de una gran avenida. Era el recorrido más cómodo, aunque algo más largo que serpentear por las estrechas callejas que le llevarían a las proximidades de su destino final. Siempre decidía caminar por ellas, angostas, mal pavimentadas y solo iluminadas por el algún comercio de ultramarinos, algún pequeño bar y las mortecinas luces de los pisos más bajos de viviendas. Semejaban costuras entre las calles paralelas y su recorrido irregular y caprichoso resultaba ameno. La última, concluía en un callejón con un bolardo de piedra, cilíndrico y con la parte superior redondeada semejando un símbolo fálico y que los niños habían dejado pulida de tanto saltar entrepiernas. Era la señal de que no se podía circular por allí, a excepción de alguna bicicleta o motocicleta de poca cilindrada. Los laterales del pavimento hacían una leve inclinación al centro, por donde discurrían las aguas de lluvia y de algún cubo vecinal, creando el efecto de una irregular cicatriz, hasta encontrarse con el bolardo al que rodeaban por ambos lados para llegar al desagüe. En un recodo de la calle, con el pavimento más quebrado, se había formado un pequeño charco al que la amarillenta luz de una tienda de objetos militares matizaba en tono sepia y reflejaba la torre de la Iglesia cercana, creando un entorno irreal que destacaba sobre el gris inalterable del entorno. Las casas y sus balcones, tan humildes como cercanos, hasta compartían tendedor de ropa en amable vecindad. El callejón terminaba en una calle algo más amplia y a la derecha se encontraba una sala de fiestas famosa en la ciudad. Atravesándola y olvidando la sala, desembocaba en una gran calle, recta, firme y rotunda llamada General Franco y que suponía casi una frontera entre dos mundos. En algunas ocasiones y casi llegando al final del callejón, escuchaba los insultos y gritos de alguna pelea o bronca que provenía de la sala, observaba a los vecinos asomarse a los balcones y, por prudencia, retrocedía sobre sus pasos en recorrido inverso. Al llegar de nuevo al bolardo, acariciaba su marmórea superficie enriquecida por los reflejos de la luna. Siempre lo mismo, le decía como si conversara con él. Dicen que es por una mujer y nunca es así. Es por los machos y sus rivalidades. Todos creen ser como tú.</span></div>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-66483549197575579032020-07-22T08:58:00.002-07:002020-07-22T08:58:43.716-07:00<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDk0GfzGyr565UV8GJjxoIkKeBZsb5w21xa7LlgW0e4ZA3-YCPyGyeQChcNY4d35-pZotfoVx-EFR8dFr6f-9Gmy5pesbUW2EZYsXjIt0mYpfnORS36-5vB0LqZkQ54C5wOgj5VuPRhZI/s1600/Lamento.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="141" data-original-width="126" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDk0GfzGyr565UV8GJjxoIkKeBZsb5w21xa7LlgW0e4ZA3-YCPyGyeQChcNY4d35-pZotfoVx-EFR8dFr6f-9Gmy5pesbUW2EZYsXjIt0mYpfnORS36-5vB0LqZkQ54C5wOgj5VuPRhZI/s1600/Lamento.png" /></a></div>
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<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif; font-size: large;"><div style="text-align: justify;">
Sueños rotos o inalcanzados. Ilusiones perdidas. Objetivos frustrados y, como es natural, también éxitos. Pero es frecuente advertir, especialmente en gente de mi edad, el lamento. Como es natural, no hago ninguna valoración de ese sentimiento pues es algo muy personal e íntimo. Pues ¿no es acaso el éxito un sentimiento personal? Los estudiosos definen la felicidad como el equilibrio entre las expectativas y los logros y satisfacciones. Pero, ¿no deben valorarse esos logros en función también de nuestras capacidades? ¿Pudieron sobrepasar nuestras expectativas a nuestras competencias? No lo sé. Lo que sí he aprendido en este tiempo es que la "verdad" puede ser muy simple. Y que, a partir de cierta edad, hay que buscar la paz.</div>
</span>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-25542637295327251682020-07-08T06:34:00.000-07:002020-07-08T06:34:23.122-07:00La salida...poco a poco.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNJaPIMy6eivH6OsvVjQcOaQvXRtwaFyd_-oGqIZhuiXCpJpg1n62EkBlziBUrwyzaPV-BUKpoPd8JTT7WJHiGMQqWPD_UbR1cAf5cltJxGts4VC_ihg0RlQ1J4Z0tl24QuEF_2LTx1Ek/s1600/La+salida.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="225" data-original-width="218" height="200" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNJaPIMy6eivH6OsvVjQcOaQvXRtwaFyd_-oGqIZhuiXCpJpg1n62EkBlziBUrwyzaPV-BUKpoPd8JTT7WJHiGMQqWPD_UbR1cAf5cltJxGts4VC_ihg0RlQ1J4Z0tl24QuEF_2LTx1Ek/s200/La+salida.png" width="193" /></a></div>
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<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt;">
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<span style="font-family: Calibri, sans-serif;"> </span></div>
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif; font-size: large;"><div style="text-align: justify;">
Esta semana hemos comenzado el desconfinamiento de forma muy paulatina. Una pequeña rendija, una puerta que se abre tímidamente y que, a pesar de todo, desborda las previsiones y se llenan la calles. Asombra la cantidad de gente que hace deporte y que, al menos hasta ahora, no había percibido. Mucha polémica con el civismo y el cumplimiento de las normas, que se aprecia claramente que se vulneran. Creo que la idealización de la actitud ciudadana ha sido excesiva. No es tan complejo ese confinamiento de dos meses cuando si sales sin justificar eres sujeto de una sanción. Eso es bastante fácil. El problema es cuando tienes un cierto grado de libertad y el control del cumplimiento de las recomendaciones está en tus manos. Ahí es cuando se evidencia la madurez, la responsabilidad y el sentido cívico. Después de lo que estamos viviendo -no olvidemos que estamos todavía en medio del problema- causa estupor la actitud y los comentarios de mucha gente. Tengo la impresión de que la gravedad de la situación no ha calado debidamente y que hay un cierto grado de frivolidad incluso en determinadas autoridades. Qué duda cabe que el quebranto económico es notable, pero hay que establecer claramente las prioridades. Nos encontramos ante un problema de salud, económico, social y, lamentablemente, político. Tanto lo económico como lo social tratan de forzar a lo político para que rebaje las defensas ante el problema sanitario. Y en esa actitud subyace el interés desmesurado de un sistema depredador. Deseo y confío en que estemos haciendo las cosas bien y que la epidemia haya entrado en un estado de cierto control. Por mi parte sigo con ese temor responsable que conlleva evitar todo riesgo que no sea imprescindible hasta que, como mínimo, no haya un tratamiento eficaz ante la pandemia. Y, por tanto, he salido poco. Los horarios, que no critico, tampoco me invitaban a ello. Por la mañana me hacían madrugar más de lo habitual y por la tarde la pereza se me apoderaba. De todas formas, he salido dos o tres días a la caída de la tarde y evitando espacios en los había mucha gente. Esa sensación de rebaño autorizado me gusta poco. No sé si el confinamiento se ha apoderado psicológicamente de mí, pero, al menos, de momento estoy mejor en casa que en la calle. Y eso que la calle y los paseos me gustan mucho. Pero la sensación de que son condicionados sobrevuela mentalmente y me incomoda. La próxima semana parece que habrá un cierto grado de normalidad pues la apertura de comercios y hostelería nos hará la calle más cercana. Pero sigo preocupado.</div>
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Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-31760364920597026732020-07-05T06:20:00.000-07:002020-07-05T06:20:52.303-07:00Confinamiento. Séptimo diario.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhYhgMqf1OOOTJlziXacaZDY2phItWEOT41NY3akvYSaNQGHSdVu2IRPyz8_oK4sqCqjCwsahD-EQ8DH-Jwdu4fBVoy1QJq5DmCDt-0lYfWRDtK84UcynVnjiotvoOYdI31CzFerv2UjrQ/s1600/Tertulia.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="168" data-original-width="300" height="112" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhYhgMqf1OOOTJlziXacaZDY2phItWEOT41NY3akvYSaNQGHSdVu2IRPyz8_oK4sqCqjCwsahD-EQ8DH-Jwdu4fBVoy1QJq5DmCDt-0lYfWRDtK84UcynVnjiotvoOYdI31CzFerv2UjrQ/s200/Tertulia.jpg" width="200" /></a></div>
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<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif; font-size: large;"><div style="text-align: justify;">
Miércoles, 29 de mayo.</div>
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A las ocho y quince minutos salimos de casa en dirección a la clínica que está muy cerca. Vacío absoluto en las calles. Las medidas de seguridad sanitaria en la entrada y resto del espacio son notables. Con nuestra mascarilla y guantes esperamos la llamada a Carmen que no se retrasa. A mí me llevan a la habitación donde reposará un rato después de la intervención. Se trata de una cirugía vascular en la pierna derecha en la que tiene unos hematomas y unas pequeñas varices. A pesar de ello, la sedación es total y la operación durará algo más de una hora. Me dedico a ver el correo en el móvil y las noticias de prensa. Al cabo de ese tiempo la traen totalmente despejada y en muy buen estado. Tiene algo de frío y le pongo una manta por encima. Tardará media hora en beber agua y otra media en ir al baño. Después, sube la doctora y ve que está bien, así que nos podemos marchar. Tema pendiente finalizado. ¡Ah! Y algo importante. Antes de la cirugía le han hecho la prueba del Covid19 con resultado negativo. Todo está bien.</div>
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Jueves, 30 de mayo.</div>
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Jornada de absoluta rutina ya relatada hasta la saciedad en este diario. Llevo varios días en los que no duermo mucho y sueño bastante. Me llama la atención que todos los sueños hacen referencia al pasado. O bien a hechos sucedidos o a otros en los que los protagonistas también figuran en ese pasado. No sueño con que estoy aquí sino en que estuve allí. Y con la mayor parte de las personas tuve una relación que se perdió con los años. Supongo que será cosa normal de la edad y que en el cerebro ocupa más espacio el pasado que el futuro. Como el disco duro de los ordenadores. No es una sensación que me agrade.</div>
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Viernes, 1 de mayo</div>
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Al final me decidí por la lectura de Invierno en Lisboa de Muñoz Molina. Me gusta mucho como escribe. Por momentos algo rebuscado, pero buena literatura. En las descripciones es brillante. Me viene bien este cambio de registro. Carmen está leyendo a Millás en La mujer loca. Está sonriendo permanentemente y me dice que le resulta muy divertido, original y pleno de ironía. Estamos los dos a gusto con nuestros libros. Al acabar igual los cambiamos. Pero no, tengo que recoger en Cálamo los tres libros encargados. Supongo que será la próxima semana. Terminamos una serie inglesa en Filmin titulada The Bay que resulta muy buena. Son mucho mejores que los americanos. Todo es más real y creíble y no aparece una pistola. En la última americana que vimos, Bosch, era un hartazgo de balas y pistolas y las intervenciones de asuntos internos. Todo previsible con los clásicos ingredientes y hecha en laboratorio. Me cansan.</div>
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Sábado, 2 de mayo.</div>
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Hoy es día de salida, pero no me van bien los horarios pues no estamos madrugando lo suficiente. Carmen sale al mercado por dos veces y aprovisiona la casa para varios días. Yo, aprovecho el soleado día para tomarlo a través de la gran ventana del dormitorio. Veremos si a las ocho de la tarde nos apetece salir. Intuyo que no mucho. Me temo que hasta que no desaparezca el confinamiento o el estado de alarma la rutina se nos ha apoderado. Por la tarde vemos una excelente película, Quien a hierro mata, protagonizada por Luis Tosar y con un excepcional secundario, Enric Auquer, que ya recibió el Goya por esta interpretación. Una película que nos habla de un narcotraficante ingresado por sus hijos en una residencia y atendido por un enfermero que sufrió en su familia el horror de la droga. Tal vez sea la venganza la única forma posible de perdonar y perdonarse a sí mismo. O quizá la manera más cruel de venganza sea el perdón. Al fin y al cabo, los dos actos son consecuencia de nuestra intransigencia para olvidar el daño. Una película meticulosa que es a la vez un drama familiar entre rías, narcos y cocaína. Quien a hierro mata cuenta el viaje de un hombre herido por la memoria; por el recuerdo de un hermano con las venas abiertas. Para no perdérsela.</div>
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Domingo, 3 de mayo</div>
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Hoy no comienza un buen día. Hablo con Merche, la mujer de mi amigo Paco ingresado por coronavirus, y las noticias no son alentadoras. Después de un trasplante de médula durante las navidades, en un intento de detener ese cáncer que le persigue desde hace años, ha sido contagiado por el maldito virus y no está en UCI, pero sí en malas condiciones. Creo que ya son cuatro semanas y lleva los dos pulmones en mal estado. Ella me habla, incluso, de pensar en un futuro en el que, sin excluir la esperanza, él ya no esté. Descorazonador. La suerte es así. Arbitraria e injusta. O es, simplemente, la vida. A ver si no le da la espalda. </div>
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A la noche terminamos de ver Qué fue de Jorge Sanz, dirigida por David Trueba en 2010. Se trata de una serie dividida en tres temporadas. La primera compuesta por seis capítulos de unos veinticinco o treinta minutos y la segunda y tercera de un solo capítulo que, en realidad, es casi una película. En ella el actor se interpreta a sí mismo en un mal momento profesional, económico y personal, basándose parcialmente en hechos reales. Intervienen, en los diversos capítulos, todas las celebridades del cine español. Lo mejor, la interpretación de Sanz y su representante y la exquisita sensibilidad de David Trueba que te mantiene con la sonrisa permanente. Me gusta mucho David Trueba. Tanto sus películas como sus libros. Todo ligero, amable, tierno e incapaz de hacer sangre. Muy recomendable.</div>
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Lunes, 4 de mayo</div>
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Una cierta confusión -me parece imposible que no la haya- en el comienzo de esta fase cero, que no deja de ser abrir leve y tímidamente una puerta a la normalidad. Una apertura parcial y temerosa y cuyo éxito está más en la responsabilidad de los ciudadanos que en la reglamentación de una casuística tan variada estructuralmente. El cumplimiento total de las normas es imposible, pero creo que, al menos, puede servir para concienciar al máximo a la ciudadanía. El día es soleado y casi una provocación y la ventana nos devuelve una sensación vital casi olvidada. Ojalé todo siga bien. Leo a Muñoz Molina que dice: al abrazarla notó en su cabello un olor que le era extraño. Se apartó para mirarla bien y lo que vio no fue el rostro que sus recuerdos le negaron durante tres años ni los ojos cuyo color tampoco ahora podía precisar, sino la pura certidumbre del tiempo: estaba mucho más delgada que entonces y la melena oscura y la fatigada palidez de los pómulos le afilaban los rasgos. La cara de uno es un vaticinio que siempre acaba por cumplirse.</div>
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A ver si al acabar el curso con Miguel Ángel consigo escribir así.</div>
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Martes, 5 de mayo.</div>
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Esta mañana, al finalizar la tertulia que cinco amigos tenemos los martes por me he quedado con una cierta inquietud algo molesta. Y he recordado este texto que escribí hace un tiempo y que resumo.</div>
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Me gustan los debates. Bien sean presenciales o virtuales. En definitiva, los primeros no dejan de ser las tertulias entre amigos o aquellos provocados por los medios de comunicación desde que existe la radio o la televisión y que convocan a personalidades de prestigio. Los virtuales no son otra cosa que una variante, con resonancias amplias, de lo que eran los intercambios epistolares de muchos intelectuales de tiempos pasados. Y todos tenemos experiencias y evidencias de lo enriquecedores que pueden llegar a ser. Y, al menos, en mi caso, lo han sido mucho. Qué duda cabe de que en ocasiones conllevan molestias, equívocos e incluso enfados. Me atrevo a decir que cuando esto sucede no nos encontramos en un verdadero debate sino ante una confrontación de opiniones, con discusiones incluidas, que conduce inevitablemente a la trivialidad, a la irritación y casi a la pelea. Y convierten algo placentero y enriquecedor, en aborrecible. </div>
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Hace unos días, un querido amigo en las redes escribió:</div>
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“Todos establecemos nuestros principios debido a una educación o una experiencia que nos hace ser como somos y define en qué creemos”.</div>
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En mi opinión, le faltó algo para completar el cuadro. El razonamiento, la reflexión, el pensamiento crítico, el cuestionamiento permanente de nuestros postulados. Porque es precisamente eso lo que nos mejora y nos permite avanzar. La educación recibida, aún conteniendo muchísimas verdades, también está plena de adiposidades que con los años eliminamos. Las experiencias pueden interiorizarse de muchas formas y algunas pueden resultar patológicas. Pero el razonamiento, cuando se ejercita sin prejuicios y con el deseo limpio de buscar la verdad –aunque siempre sea esquiva- es lo que nos acerca a la lucidez y al placer y dolor que conlleva.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y el debate es una de las herramientas positivas para la consecución de esos logros. Porque el verdadero debate no consiste en una confrontación de ideas, opiniones o principios sino en contrastar los razonamientos que las sustentan. A mi juicio, es como si diez cerebros se unieran al mío, no para concluir en un único pensamiento sino para aumentar la potencia de esa reflexión y afirmar su certeza o falsedad. Y eso es enormemente gozoso. Aunque tengo que reconocer, con profundo pesar, que no se produce con frecuencia. Hoy tengo una percepción negativa. Y me molesta mucho.</div>
</span><br /> Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-89261768334559244112020-06-26T06:47:00.000-07:002020-06-26T06:47:13.640-07:00Confinamiento. Sexto diario<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgfc246IL1bCUvOv65Nq8eN01IRcdrCsRM_JdqtdXZAdjNNhoiC7rPc1x4iPj8FvTTYjit01szMq8or8hf-tdHg3iS-sr235ijBCkPxxndyraem9MxVOCvlobEHqbtTzX6OkCCx8EK2V0I/s1600/Claveles+Portugal.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="181" data-original-width="279" height="129" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgfc246IL1bCUvOv65Nq8eN01IRcdrCsRM_JdqtdXZAdjNNhoiC7rPc1x4iPj8FvTTYjit01szMq8or8hf-tdHg3iS-sr235ijBCkPxxndyraem9MxVOCvlobEHqbtTzX6OkCCx8EK2V0I/s200/Claveles+Portugal.jpg" width="200" /></a></div>
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<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif; font-size: large;"><div style="text-align: justify;">
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Miércoles, 22 de abril</div>
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Desayuno con la radio puesta y a punto de la intervención del presidente del Gobierno en el Congreso. Seguidamente, y mientras miro el correo, le escucho y seguido al líder de la oposición. Cuando interviene el representante de Vox la apago, ya que la tendencia al vómito es irrefrenable. Hay algo en la derecha de este país que integra su identidad política y es el sentido patrimonial y casi dinástico que tienen del gobierno. Creo que piensan que, por razones de clase o estirpe, les pertenece. Que otros usurpan un lugar que no les corresponde. Es difícil entenderse bajo esos presupuestos. Entro en las redes y mi estupor aumenta. Es evidente que el gobierno en la gestión de la pandemia -única en el mundo y de la que casi nada se sabe y pocos estaban preparados- ha cometido errores y por tanto la crítica es legítima. Pero la total descalificación y el linchamiento generalizado es brutal. Leo y me entero del efecto Dunning-Kruger, el estudio de dos psicólogos americanos acerca de la relación entre conocimiento y afirmaciones de las personas. A mayor desconocimiento mayor es la firmeza de la aseveración y a mayor conocimiento aumenta la duda. En definitiva, nada que no recoja nuestro rico refranero: la ignorancia es compañera de la osadía. </div>
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Jueves, 23 de abril</div>
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Festivo, patrón de Aragón y, sobre todo, Día del Libro. A las diez de la mañana hay una videoconferencia muy interesante que convoca la librería Cálamo con cinco editores locales. El motivo es el libro y la actual situación y que deriva en tres reflexiones que, aunque relacionadas, en mi opinión, son diferentes. Una es el confinamiento y la afectación de los libreros y editores, otro es el futuro del libro en papel y las librerías y otra el libro físico versus el libro digital. La limitación de tiempo -una hora y veinte minutos de charla- hace que se mezclen los temas y apenas haya oportunidad de intervenir. Para cuando vuelvan abrir las librerías ya me encargado tres libros. El peso del mundo de Peter Handke, Los diarios de Emilio Renzi de Ricardo Piglia y El libro del desasosiego de Fernando Pessoa. Me los regalo yo. Más tarde tengo una pequeña tertulia telemática con mis amigos. Por la tarde comienzo a leer un libro de Raymond Carver, Tres rosas amarillas, que me resulta muy interesante. Creo que representa muy bien a esa literatura que tan bien simboliza a la América profunda y pleno de un realismo descarnado. Se trata de un libro dividido en seis narraciones a cuál mejor.</div>
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Viernes, 24 de abril</div>
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Día con las rutinas habituales y que no merecen reseña. Es una pena que libros como el de Carver tengan defectos tan evidentes de traducción o corrección. Tengo que reconocer que cada día son más frecuentes en el habla y escritura de mucha gente que confunde el condicional perfecto con el pluscuamperfecto de subjuntivo en sus dos formas. Utilizar habría en lugar de hubiera o hubiese. Me molesta mucho. Pero lo que ya es terrible y de difícil arreglo es el mal uso y tremendo abuso del adverbio relativo de lugar donde. Sirve para todo y sustituye -economía perversa del lenguaje – a las expresiones en el que y en la que. Ejemplo: fue un partido donde no hubo prórroga. Un partido no es un lugar sino un encuentro y por tanto lo correcto es decir fue un partido en el que no hubo prórroga. Os invito a escuchar radio, ver televisión y leer prensa y veréis la cantidad de veces que se utiliza mal. Hasta el punto, repito, de que lo considero irreversible y veremos si pronto la RAE lo acepta. Perdón por este despliegue de purismo. Pero me gusta Carver. Mucho. Por cierto, he comenzado a escribir ese “me gusta” y “no me gusta” propuesto. No sé si es la forma solicitada. Lo veremos.</div>
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Sábado, 25 de abril</div>
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Hoy no puedo evitar un recuerdo a la revolución más hermosa de la historia. La Revolución de los claveles en Portugal. Me vais a perdonar por esta inserción directa de Wikipedia pero me emociona el recuerdo de haber visto los lugares en los que se produjeron los mejores momentos de esa aventura del país fraterno y vecino con el que siempre hemos convivido de espaldas. La revolución comenzó a las 22:55 horas del <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/24_de_abril">24 de abril</a>, con la conocida canción <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/E_depois_do_Adeus">E depois do Adeus</a> de <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Paulo_de_Carvalho">Paulo de Carvalho</a>, que había representado a Portugal en el <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Festival_de_Eurovisi%C3%B3n">Festival de Eurovisión</a> unos días atrás, transmitida por el periodista João Paulo Diniz de la Rádio Emissores Associados de Lisboa, que era el primer aviso para que las tropas se prepararan en sus puestos y sincronizaran relojes. A las 00:25 horas del <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/25_de_abril">25 de abril</a>, la <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/R%C3%A1dio_Renascen%C3%A7a">Rádio Renascença</a> transmitió «<a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Gr%C3%A2ndola,_Vila_Morena">Grândola, Vila Morena</a>», una canción revolucionaria de <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Afonso">José Afonso</a>, prohibida por el régimen. Era la segunda señal pactada por el MFA para ocupar los puntos estratégicos del país fijadas por el puesto de mando del mayor Otelo Saraiva de Carvalho. Uno de los hitos de aquellas concentraciones fue la marcha de las flores en <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Lisboa">Lisboa</a>, caracterizada por una multitud pertrechada de <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Clavel">claveles</a>, la flor de temporada. Una camarera, <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Celeste_Caeiro">Celeste Caeiro</a>, que regresaba a casa cargada con las flores retiradas de los adornos de un banquete suspendido por la situación, no pudo dar el cigarrillo que un aterido soldado le pedía desde un <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Tanque">tanque</a> en la plaza del <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Rossio">Rossio</a>, justo al inicio del Largo do Carmo, donde los tanques de los sublevados aguardaban nuevas órdenes en una tensa espera desde la madrugada. Como la joven sólo llevaba los manojos de claveles, le dio uno. El soldado lo puso en su cañón y los compañeros repitieron el gesto colocándolos en sus <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Fusil">fusiles</a>, como símbolo de que no deseaban disparar sus armas, extendiéndose la acción por toda la ciudad y generando el nombre con el que la revuelta pasaría a la historia. </div>
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Hoy, no he sabido escribir nada más hermoso.</div>
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Domingo, 26 de abril.</div>
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Amanece esperanzador el día con la perspectiva de la salida de los niños a las calles. Verlos con sus patines, patinetes, correr, saltar o caminar simplemente de las manos de los padres, rompe la distopía que estamos viviendo y todo es más humano. Desde mi ventana, saludo a mi hija mayor y mis dos nietos. El mayor, aún es consciente del correcto uso de la mascarilla y camina tranquilo. El pequeño, inquieto como corresponde a su edad, se la toca, baja, estira, se toca la cara hasta que su madre decide quitársela. El contacto es en la distancia y la conversación telefónica. Los veo hasta el cruce de Goya – Gran Vía y desaparecen dirección a la plaza de San Francisco. He comenzado la lectura de los Dichos de Luder, también de Julio Ramón Ribeyro, que me está resultando tan atractivo como el anterior. Estoy viendo una serie de indudable éxito -seis temporadas- y que no ofrece más que tópicos clásicos de las series policiales. Pero está bien hecha y entretiene, algo que tampoco va mal en estos días. </div>
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Lunes, 27 de abril.</div>
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Pongo la radio y escucho la palabreja de marras. Priorizar. No la soporto. Esa fiebre que nos ha entrado, influidos por expresiones anglófonas, de verbalizar los sustantivos, es una plaga que limita y envilece nuestra lengua. Expresión que se introdujo desde los foros económicos y de marketing y que se ha impuesto de forma definitiva arrinconando a la hermosa forma de dar prioridad. Priorizar, además de fonéticamente fea, es una voz con resonancias radicales, de orden, autoridad, firmeza y casi marcial, sustituye a dar prioridad, que significa conferir a algo importancia, pero desde actitudes amables, suaves, que otorga o dispensa consideración. Priorizar es norma y dar prioridad es concesión. ¿Acaso es los mismo priorizar que los ancianos tengan asiento en el tranvía que dar prioridad de asiento a los mismos? ¿No contiene una cierta bondad, serenidad y es fonéticamente más hermoso dar prioridad? Pues hoy se prioriza todo. Será el signo de los tiempos que vivimos. Yo, desde luego, seguiré dando prioridad. Y con una sonrisa.</div>
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Martes, 28 de abril.</div>
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Por la mañana, escucho cosas que cada día me asombran más. Para algunos, el Ministro de Sanidad es un “pobre hombre” y Manuel Castells, probablemente el curriculum más brillante de toda la historia de la democracia -Derecho, Económicas, Filosofía y Sociología, el profesor más joven de la Universidad de Paris y profesor en diez universidades americanas – es un “friqui”. Enmudezco. No sé si leer algo de Millás que me relaje, el Invierno en Lisboa de Muñoz Molina o La trilogía de Auschtwitz de Primo Levy. Señor, qué paciencia.</div>
</span><br /> Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-16313999321066351892020-06-21T02:38:00.000-07:002020-06-21T02:40:23.894-07:00Confinamiento. Quinto diario.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTxKf8XN3GSaydEKcX19lzwV_pJz5xx5GTfTRxRm3XnAC93BFkao8ITIyydDyPiN-b3hw-bM-Rac6M5e25L-DkJbh6p018ZuW7-GRi3kP2cjXGpoO0n378OJxl3aJKZOuL6DWRUgPx3l8/s1600/rejillas.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="183" data-original-width="275" height="133" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTxKf8XN3GSaydEKcX19lzwV_pJz5xx5GTfTRxRm3XnAC93BFkao8ITIyydDyPiN-b3hw-bM-Rac6M5e25L-DkJbh6p018ZuW7-GRi3kP2cjXGpoO0n378OJxl3aJKZOuL6DWRUgPx3l8/s200/rejillas.jpg" width="200" /></a></div>
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<span style="font-family: "calibri" , sans-serif;"> </span></div>
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Miércoles,15 de abril</div>
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La mirada a mis ventanas exteriores me devuelve una foto fija de la vida, como si se hubiera detenido. Me rebelo ante esa irrealidad y me propongo la actividad permanente y la alegría de realizarla. Estoy solo y pendiente del final del programa de la lavadora que lo anuncia con su pitido. Saco la ropa y me encuentro a la vecina de enfrente y los dos en el tendedor. Imprevisto, establecemos un divertido reto de cuelgue. Ella braguita, yo calzoncillo. Ella braguita, yo calzoncillo. Así unas seis veces hasta que un albornoz y unas mallas rompen ese envite en el que hemos evitado, después del saludo, mirarnos. Ahora sí. Hablamos de tiempo y del encierro con una sonrisa. Sonrisa, no hay que perderte. Escribo un tuit que me inspira la figura de Aznar y que dice: “Hay personajes, en todos los ámbitos, que evidencian una disfunción psíquica. José María Aznar es un ejemplo. Pero no tanto por sus ideas, legítimas, como por su forma expresiva, su actitud y comunicación gestual. Creo que precisa tratamiento”. Me propongo una “desinfoxicación”, palabra que he aprendido del taller de escritura de Facebook. Se trata de disminuir la intoxicación informativa. Hago algo de ejercicio y después de comer y de una breve siesta reparadora, continúo con las “Prosas apátridas”. Había comenzado a subrayar fragmentos de texto, pero desisto. Es un libro para subrayar entero. Entre final de tarde y noche vemos dos capítulos de una nueva serie nórdica. Darkness es su título y al igual que la novela negra tiene registros diferentes a las series de otros países. Entornos sórdidos, frialdad en la comunicación y estéticas oscuras. Y psicópatas brutales. Está bien realizada y tiene un ritmo que atrapa.</div>
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Jueves, 16 de abril</div>
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Continúa la rutina. Lectura, capítulos de la serie y ejercicio físico. A las ocho de la tarde salida al balcón y aplausos. Veo pasar un coche de la policía nacional con una bandera saliendo de la ventanilla. La gente, en general, aplaude con reconocimiento y un punto festivo. En un balcón cercano a la Gran Vía observo a un ciudadano que no conforme con tener la bandera colgada la coloca sobre un mástil y la ondea, de derecha a izquierda, al viento. Me gustaría saber qué quiere decir con esa exhibición. En fin, como dijo el torero, estamos de tó. Recuerdo a Jorge Drexler cuando cantaba perdonen que no me aliste/bajo ninguna bandera/ vale más cualquier quimera/ que un trozo de tela triste. Obviamente es un día más y un día menos. Pero creo que no hemos superado la barrera esperanzadora de poder percibir ese día menos. De momento, creo que el cansancio suma y no resta.</div>
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Viernes, 17 de abril</div>
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He finalizado el taller de Escritura creativa en Facebook y me acompaña la decepción. En el fondo, poco más que una tertulia y unos textos comentados. Y nada menos que once horas, sí, divertidas, amables, pero nada más. Nos cuenta el profesor que hay algunos escritores –no sé si entrecomillar – que escriben cosas y tienen muchos seguidores. Desconoce que eso también se está dando en Instagram y que solo tiene el interés editorial de que pueden tener más facilidades para publicar, pues existe una cierta garantía de ventas. Son, en cierta medida, como los youtubers. Pero desde luego, el curso está muy alejado de las expectativas que me motivaron. Aún así, y como siempre procuro sacar algo positivo en todo lo que hago y como ya os comenté, he conocido a una editora independiente que me puede parecer de interés. Tengo un segundo libro en marcha, de estructura muy diferente al anterior, e intentaré alguna gestión para su posible publicación. He entrado en la web y es posible que me dirija a ella. El día no da para mucho más. Y las previsiones de confinamiento siguen siendo poco esperanzadoras.</div>
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Sábado, 18 de abril</div>
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Amanece un maravilloso día de primavera que proclama la vida, aunque por ahí hay unos bichos amenazadores. Abro las ventanas y aspiro algo más que aire. Un sentimiento, una sensación, un estímulo. La calle se ofrece como una tentación irresistible, aunque la prudencia y el sentido cívico se acaban imponiendo. Pero anima y alegra el día. Como soy insistente y poco conformista me meto en otro taller Fuentetaja titulado “Edición para escritores”, aunque esta vez he sido más prudente. Este solo dura cinco horas que, por lo que he comenzado a ver, son excesivas. Pero bueno, si algo sobra es tiempo, aunque haya que utilizarlo bien. Se trata, a grandes rasgos, de instruir en la forma de dirigirnos a un editor cuando tengamos interés en publicar algún texto. Carta de presentación, datos personales y breve biografía, sinopsis de la obra y manuscrito o parte del mismo. Insisto, cinco horas para esto que puedes encontrar en la página de escritores.org me parece tedioso y excesivo. Lo dirige el editor de Salto de Página que tampoco es un brillante comunicador. Según comenta, se publican en España unos 70.000 libros anuales, contando autores locales e internacionales, y de los cuales el uno por ciento de los manuscritos que llegan a las editoriales ven la luz. Anima tanto como el confinamiento. Bueno, de todas formas, terminaré el taller. ¡Ah! Me olvidaba de comentar que estoy durmiendo mejor.</div>
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Domingo, 19 de abril</div>
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“Si solo hablaran de cada tema los especialistas y expertos, el silencio sería más común y escuchar un hábito saludable”, ha sido el último tuit que he publicado en mi cuenta. Cada día me asombra más la insolencia de la ignorancia. Comprendo el agotamiento que nos puede producir este confinamiento, pero ¿no es suficiente la información de la gravedad de esta pandemia para que seamos prudentes y reflexivos? Yo no soy epidemiólogo, pero en mi opinión… y a partir de ahí se vierten una serie de comentarios acerca de la duración, procedencia, cuanto más, cuánto menos, formas, colectivos… Me asombra tanta estulticia.</div>
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Lunes, 20 de abril</div>
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Comienza la quinta semana de confinamiento y sigue mi asombro por lo que estamos viviendo. No sé, quizás hay momentos, fuera de la amable y privilegiada rutina, en los que las noticias y tus propias reflexiones te abruman. Estoy viviendo la situación más grave, colectivamente, de mi vida. Creo que nunca hubiéramos pensado en lo que está sucediendo salvo en libros y películas de ciencia ficción. Pero es real. Y dramático. Por primera vez, salvo la natural prevención, se adentra en mí un cierto miedo. Formo parte del grupo de personas más afectado y de más riesgo. Incluso el deseo de salir está perdiendo intensidad ante la necesidad de protección. Aquí estoy cómodo y me siento seguro y el exterior es una amenaza. Me propongo que no se apodere de mí ninguna y tristeza sino, por el contrario, disfrutar de lo que tengo que es más de lo que necesito. Solamente estoy privado de una parte de libertad. Que no es la fundamental. </div>
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Martes, 21 de abril</div>
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Hoy, como todos los martes, tengo tertulia telemática y luego el taller de escritura. La tertulia se me está haciendo algo incómoda. Todos somos bastante diferentes y esa ha sido, en cierta medida, una cualidad. Pero cada vez se polariza más y eso me desagrada. Y el que sea en línea no favorece. Se carece de los matices de la presencia física y, además, en muchos momentos, hacen su aparición las dificultades técnicas. Hace tiempo, escribí un blog acerca de lo que yo entiendo que debe ser un debate. Quizás os lo lea si no tengo nada mejor que contaros. Sigo leyendo a Ribeyro y encuentro que dice que la felicidad completa no existe y ni el dinero nos la puede proporcionar pues, hay tres cosas que no da: la salud, la cultura y el amor. La salud porque es incontrolable, la cultura porque no se compra, sino que se adquiere con esfuerzo, y el amor porque se puede comprar un cuerpo, pero no el afecto ni la pasión. Sin embargo, yo creo que la felicidad, -si bien la salud es premisa indispensable- no sólo depende del bienestar y la posesión, sino que es, en buena medida, una consecuencia de la voluntad. Porque, en definitiva, la felicidad es un sentimiento íntimo. La reflexión sobre nosotros y nuestra vida influye en los sentimientos. Como decía Sandor Marai refiriéndose al amor no alcanzado, la razón ni inicia ni puede detener los sentimientos, pero puede domesticarlos. Creo que, al igual que puede domesticarlos puede potenciarlos. Pero se necesita esfuerzo. Y no es fácil.</div>
</span>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-718139201373953102.post-16339574377490319252020-06-15T05:55:00.000-07:002020-06-15T05:55:19.778-07:00Confinamiento. Cuarto diario<div style="text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjrYSH21em6LQozB1kMJDQOLqWqSz-iwtUfuIWen9I0yHDzuNomed7SZUkZzJ_-NfJhOXUxkxmOWehYtR3j4YzIBHpj1IhoFRBkCIIv_Lp9N2MFCWK072ynXMQo6haDv5WOpSevJDgr65I/s1600/ventanuco.jpg" imageanchor="1"><img border="0" height="194" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjrYSH21em6LQozB1kMJDQOLqWqSz-iwtUfuIWen9I0yHDzuNomed7SZUkZzJ_-NfJhOXUxkxmOWehYtR3j4YzIBHpj1IhoFRBkCIIv_Lp9N2MFCWK072ynXMQo6haDv5WOpSevJDgr65I/s200/ventanuco.jpg" width="200" /></a> </div>
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Miércoles, 8 de abril.</div>
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¿Qué escribir? Me encuentro delante de la página en blanco sin saber de qué. Siempre la pugna entre el deseo de contar, de cumplir lo prometido y la dificultad de hacerlo sobre algo que tenga interés. Además, hoy ha sido un día plano. Atrapado en la rutina de un confinamiento que no nos permite salir a vivir. Inmersos en un silencio opaco. Recuerdo otro silencio. El que viví en pequeñas poblaciones de Euskadi en los años de plomo. Era un silencio expectativo. La convicción de que en cualquier momento podía romperse con estruendo. Ahora, no. Silencio de recelo, incierto y angustioso. Vacío.</div>
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Jueves, 9 de abril.</div>
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Duermo mal. Me despierto muy temprano totalmente despejado e inquieto. No sé a qué achacarlo. Además, me duele el brazo. Debe ser alguna contractura que me impide un movimiento y me provoca molestias. Doy unas vueltas y decido levantarme. Son las seis de la mañana y comienzo a leer en el sofá, escondido en una manta, las Prosas apátridas de Ribeyro. Después del culebrón de Yo, Julia me reencuentro con la literatura. Me parece un libro excelente y me hace disfrutar. Un par de horas más tarde, desayuno y a seguir la rutina. Camino por el pasillo de casa unos cuarenta y cinco minutos que suponen unos tres kilómetros. Miro el correo, leo la prensa -solo la gente que me interesa- y descubro que me faltan unas pastillas. Y son las que me ayudan a dormir. Me dejo el pantalón de chándal, cojo una cazadora y me pongo unas deportivas. Al salir siento que camino como si diera saltos -muchos días seguidos con zapatillas de casa- y es una sensación extraña. En la farmacia, a distancia, como si me tuviera miedo, el farmacéutico me dice los medicamentos que según la receta me puede dar. Decido llevármelos todos. Detrás de mí, alejadas, dos personas esperan a que termine. Todo con mucho cuidado, observando las recomendaciones. Me vuelvo dando saltos y al llegar a casa pienso en el pomo del patio, del ascensor, el botón de la luz. Entro, dejo las zapatillas y la cazadora y me lavo bien las manos. ¿Estaré limpio? </div>
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Viernes, 10 de abril.</div>
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Me está mellando, por primera vez, esta situación. No sé porqué me levanto triste. Es Viernes Santo y sin embargo un día más. Desde mi agnosticismo siempre he contemplado con simpatía el bullicio de las gentes disfrazadas, con tambores, trompetas y carraclas. Me señala el corrector que esta palabra no la recoge el Diccionario de la Real Academia. La Wikipedia me dice que es una expresión de Aragón e incluso me proporciona imágenes del instrumento musical. Eso sí, bastante primario. No la borro. La Real Academia cada día me defrauda más. No recoger una palabra que, al menos, en una zona del país se usa habitualmente desde hace sesenta años y quitarle la tilde a solo en su acepción cuantitativa me parece un desatino. Veo que sí admite matraca. Resulta curioso porque esta expresión tiene múltiples acepciones y la primera se refiere al instrumento de sonido idiófono. Bueno, no quiero dar más la matraca. O la carracla.</div>
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Sábado, 11 de abril.</div>
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Tampoco he descansado bien y sigo con la lectura de Prosas apátridas. El hecho de no descansar satisfactoriamente hace que me duerma a ratos. O que dormite. Observo que me sucede algo muy curioso y que no sé si es habitual. Cuando me duermo en medio de una narración mi subconsciente sigue con ella y cuando despierto trato de encontrar el final de lo soñado y me doy cuenta de que no existe. Que he sido yo el que ha creado la continuidad del texto. Lo peor es que me gusta más lo soñado que lo que está escrito. Podría estar bien escribir dormido. Cosas de la mente. Después de comer, una siesta reparadora me deja como nuevo. Decido entrar en los videos de Fuentetaja y me encuentro con uno de “Escritura en Facebook” que me parece interesante. Lo dirige un tal Sergio C. Fanjul, un tipo divertido. Cada día hay más gente que escribe en ese medio y también en Instagram. Especialmente poesía. Escucho la presentación de los alumnos y aprecio un buen nivel. Hasta hay una editora. La verdad es que me pasa rápido la hora y media de la primera lección. Lo voy a seguir. A las ocho salimos al balcón a aplaudir. La ovación se convierte en una forma de empatía entre la gente. Se saludan y sonríen. Sonrisas en la distancia. Todo es distancia. </div>
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Domingo, 12 de abril.</div>
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He descansado bastante mejor que estos días y lo aprecio física y psicológicamente. Afronto el día con mejor aptitud. Mañana, lunes, debo mirar a ver si me hacen una prueba médica. Un ecodoppler TSA de seguimiento pues tengo visita para el viernes con la neuróloga. Dudo que me lo hagan y además me apetece poco salir. Las noticias siguen siendo alarmantes. Continúo con la lectura, a ratos, y también con el taller en línea que por momentos me gusta más. Me divierte, sobre todo, el lenguaje y la sonrisa de la gente joven. Esas expresiones de machirulo, situación petarda, texto bastante pedorro, etc., en ellos, me resultan tiernos. Supongo que a Javier Marías le haría entrar en pánico. Reflexiono sobre la cantidad de gente que se ha equivocado de siglo y actúa con valores y maneras fuera del tiempo. Supongo que es algo generacional, pero de lo que me excluyo. Cada día tengo menos que ver con la gente de mi edad y eso me genera algunos conflictos. Como decía Aute…el pensamiento no puede tomar asiento, el pensamiento es estar siempre de paso. Hay mucha gente que dejó de caminar y, en mi opinión, es una forma de dejar de vivir. A la noche, finalizamos una serie de cuatro capítulos inglesa titulada La Víctima, de muy buena factura. Los ingleses hacen bien las series. Tan intrigante e interesante que nos lleva tarde a la cama.</div>
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Lunes, 13 de abril.</div>
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Como me temía, me dicen en Sanitas que la consulta será por teléfono y que les envíe un correo la foto de los resultados del ecodoppler. Me decido a salir para darles tiempo de hacerlo y recibir los resultados antes del viernes. Pues no. Debido a la situación actual han suspendido la realización de esas pruebas. No le doy más vueltas y como es un tema de seguimiento, y no urgente, lo pospongo hasta el mes de mayo. Me pongo a caminar por la pista atlética de mi pasillo unos tres cuartos de hora. Tres kilómetros. Después, comida mientras veo el informativo. Aparece un señor apercibiendo a otro de que no lleva mascarilla. -Caballero, caballero, le dice. No lo soporto. Esa expresión con reminiscencias hosteleras o de guardia civil me subleva. Tengo siempre la sensación de que me van a multar o servir unos calamares. Los italianos tienen el signore, los ingleses el sir, los franceses el muy usado monsieur, y nosotros una palabra tan bella, serena y respetuosa como señor. ¿A qué viene esa tontería de caballero? Además, siendo en apariencia una muestra de respeto nos es más que un intento de equiparación, de situar en el mismo plano. En ningún caso responde a la segunda acepción que le da la Academia de hombre distinguido, noble o cortés sino a la primera que es, simplemente, hombre adulto. No, yo no soy un caballero. Yo soy un señor.</div>
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Martes, 14 de abril.</div>
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Hoy he descansado bien y lo celebro. Ha sido el despertador quien me ha rescatado del sueño y hace días que no sucedía. Ducha larga disfrutando. Cuando me seco la barba y el poco pelo de la cabeza pienso el dejármelo en ambas zonas largo. Una pinta un poco rara. Rostro de confinamiento. Veremos. Luego de desayunar, videotertulia con mis colegas de los martes. Después, caminar y algo de ejercicio antes de comer. Un poco de lectura y aquí os espero.</div>
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</span>Antonio Aragüés Giménezhttp://www.blogger.com/profile/00902596862801972944noreply@blogger.com0