viernes, 21 de septiembre de 2018

Los sentimientos no generan derechos





A lo largo del tiempo todos hemos conocido enemigos íntimos y declarados en cualquier parcela pública. La enemistad de Vargas Llosa con García Márquez; el odio de Fraga a Suárez -me sorprende el papel de hijo de este último en el actual PP- ; la inquina de Albert Boadella -a lo largo de los años la ha ido repartiendo- hacia Josep María Flotats; la de Felipe González a Pedro J. Ramírez o la de Juan Luis Cebrián y Luis María Ansón. En fin, que la lista es extensa y enumerarla no es el objetivo de este escrito. Pero queriendo destacar una, yo creo que sería la de Felipe González y José María Aznar -aunque pienso que mucho más por parte de este último-, que solo se han soportado en actos oficiales y que nunca han disimulado su odio sino que, más bien, han aprovechado cualquier circunstancia para hacerlo notorio. En mi opinión, Aznar siempre evidenció un notable complejo de inferioridad con González -si ese complejo es parte de su personalidad es otro asunto- ya que nunca tuvo el prestigio internacional del primero, ni esa especie de aura de hombre de estado, ni la consideración de los principales poderes económicos y sociales. Verlos juntos, en un cara a cara, parecía empresa imposible. La situación política, con el fin del bipartidismo, el cuestionamiento constitucional del 78 y el problema territorial lo ha hecho posible. Es decir, que la fractura de lo que ambos construyeron y el concepto de Estado los ha unido. Y me atrevo a decir que se han fundido dos odios en una sola dirección. Conocido por todos el que tienen hacia Iglesias – creo que ambos piensan que es controlable-, ese odio lo han canalizado hacia Catalunya y el proceso independentista. Difícilmente, en mi opinión, los dos expresidentes con más años de gobierno de la etapa democrática pueden hacerlo peor; si en este cara a cara pensaban en sus electores, se habrán repartido los beneficios; pero si en algún momento tenían presente al electorado independentista catalán, habrán de repartirse las culpas porque no han hecho sino reafirmarlo. Especialmente González, que de forma contundente ha afirmado que, “No se dan cuenta de que toda negociación se fundamenta cuando se cree que además de ganar algo se puede perder algo. Están más cerca de perder autonomía que de ganar independencia”. Tan amenazador como irresponsable. En cuanto a Aznar, ha actuado como lo hace desde que ha perdido hasta el respeto de muchos afines ideológicos. Tratar de epatar con frases tan altisonantes como faltas de fundamento. “Los sentimientos no generan derechos”, ha dicho convencido de lo trascendente de su aserto. Su elementalidad intelectual olvida que las naciones no son otra cosa que construcciones basadas en sentimientos y que estos generan deseos que conllevan expectativas o frustraciones. Solamente en “entornos” en los que esos sentimientos se ven satisfechos se puede hablar de integración, convivencia y respeto.
En definitiva, me pareció una exhibición de vanidad, soberbia y rencor.
Bien trajeados, bronceados y con buen aspecto. Pero los vi viejos…muy viejos.



viernes, 14 de septiembre de 2018

La Ilustración


Leía estos días, con fruición, ese magnífico libro de Editorial Akal titulado El libro de la Historia y que forma parte de una colección que remite también a la filosofía, arte, religión ciencia, etc.
Estando en la parte que corresponde a los enciclopedistas y que dio lugar a la Ilustración, el texto, como es natural, ponderaba la gran importancia que tuvo en el mundo. El primer volumen de la Enciclopedia se publicó en 1751, y la obra, completada 21 años después, consistió en 17 volúmenes de texto y 11 de ilustraciones. Los textos y artículos de la obra destilaban los pensamientos de escritores y filósofos como Montesquieu, Rousseau, Voltaire, D´Alambert y el citado Diderot. La Ilustración cambió la visión del mundo y el  orden social e influyó de forma decisiva en la futura evolución de Occidente. La Constitución de EE.UU. tiene como base esa afirmación –subversiva en ese momento- de que  “todos los hombres son creados iguales” y que los gobiernos debían ser consecuencia del “consentimiento de los gobernados” como propugnó Thomas Jefferson. El mundo moderno tuvo su origen en ese primer volumen de 1751.
Doscientos años más tarde hubo otro acontecimiento de verdadera importancia, al menos para mí, que fue mi nacimiento. Y unos trece o catorce años después, durante el bachillerato y en el Colegio de los Escolapios, me enseñaban sobre los enciclopedistas que eran “filósofos malditos” de ideas subversivas y enemigos de la Iglesia. Sus obras y enseñanzas no eran lecturas recomendables cuando no muy peligrosas. De Voltaire, Rousseau, Diderot y D´Alambert, -recuerdo perfectamente el orden del libro de texto- había que huir como de la peste.
Y como decía Labordeta… “así nací, así viví y así crecí.
Con mucho esfuerzo y a pesar de ellos.