domingo, 7 de junio de 2020

Confinamiento. Segundo diario.


Me asomo a la ventana y veo la avenida vacía; a lo lejos una moto y un transeúnte paseando al perro. El estado de las cosas, pienso, es distópico. Nadie, hace pocos días, hubiera imaginado esta situación casi cinematográfica. De esas que nos cuentan un mundo inimaginable. Quizás, por primer día comienzo a estar muy preocupado. Observo con expresión seria. También compruebo que en estos momentos lo mejor y peor del ser humano se hace evidente. El contraste de los servicios públicos con las actitudes de determinados políticos mueve a la admiración y al asco. Me propongo -no puedo hacer nada- seguir con la rutina y forzar el mejor ánimo. Después de mis paseos caseros me pongo a leer. La lectura es un alivio en este estado de ánimo. Decía Michel Houellebecq que “no leer es conformarse con la vida”. Resistiré.

Pienso en mi compañera de taller, Elena, y su seria preocupación por el momento que vivimos. Uno de mis contertulios, médico, aunque alejado de la primera línea, me confirma la gravedad de la pandemia. Observo con estupor la enorme diferencia de actitudes y medidas en los diferentes países. Ignoro la transcendencia global que puede tener, pero a la vista de los resultados en aquellos que no han tomado medidas drásticas el desastre puede ser bíblico. Hoy, intentamos una tertulia telemática y la diferencia de dominio informático de algunos compañeros la hacen caótica. No sabemos si seguir con wasap, Google Duo, Zoom o Skype. En ello estamos. Tampoco es que tenga muchas ganas de hablar. Cambio de tema. Cada día soporto menos a la derecha de este país y sus medios afines. Muchas actitudes de la llamada “caverna mediática” me parecen repugnantes. No es una cuestión de diferencias de pensamiento político. Creo que, simplemente, es decencia. Me envía Elena un artículo de Muñoz Molina que reconforta. 

Ya estamos en viernes. Continuamos con la rutina, en la que hay variaciones de tiempos y momentos. Mi hija me confirma, por medio de un policía amigo, que van a multar a la gente que no haga una compra de cierta importancia. En definitiva, que no podemos salir todos los días a comprar el pan sino hacer una compra cada tres o cuatro días. Parece razonable. Este confinamiento reafirma el valor de las cosas básicas e importantes. La lectura, la música, el cine, el descanso, confirman que no es mucho lo que necesitamos; desde luego, es curioso detenerse en que estamos reducidos a lo básico y que, a mí, al menos, me está resultando placentero. Me altera pensar en un centro comercial o en grandes aglomeraciones. Lo único que nos falta es el otro. Las ausencias físicas, la falta de contacto. Cuando termine esta pesadilla, ¿volveremos a ser los mismos y a repetir los mismos hábitos y actitudes? ¿Aprenderemos algo o lo olvidaremos pronto? No lo sé. Carmen acaba de hacer dos mascarillas con pañuelos de algodón; no estoy muy seguro de su fiabilidad, pero para algo servirán. Sonrío al pensar en un amigo muy clasista que creo que se bordaría las iniciales. Un poco de humor ayuda.

Me levanto un poco tarde como corresponde a un supuesto sábado que se ha convertido en casi permanente. Cuesta abstraerse y escribir algo con lo que esta sucediendo. Hablo con mi hija Ana que está encerrada con mis nietos. Para ellos, en un piso de tamaño normal, es más duro. Pero tiene capacidad para asumir la situación. Me dedico un rato, unos cuarenta minutos a caminar por el pasillo que suponen algo más de dos kilómetros. Además del ejercicio físico va bien para tener esa abstracción, esa sensación de no hacer nada productivo e incluso de ridículo. Después de comer me quedo bastante rato dormido. Demasiado. Retomo la lectura que, conforme avanza, crece en interés. Comienzo una serie con dudas de su interés. No está mal, pero veremos. 

Domingo. Miro el correo y las redes y me encuentro con una frase, en mi opinión brillante, del famoso publicista Toni Segarra: “Ahora mismo hay que hacer lo más posible y decir lo menos posible”. Pero los políticos, los medios y las redes no hacen caso de semejante receta. Lástima. Me parece que voy a volver a ver “El Padrino”. Esta trilogía y su “making off” la disfruto todos los años. La habré visto unas veinte veces y como los grandes libros es inabarcable. Contiene todo. El poder, el amor, la corrupción, el crimen, la ambición, la maldad, la bondad, la fidelidad, la traición, la ingenuidad, el dolor…y la belleza. Una belleza arrebatadora. Es evidente que me apasiona. El gesto de Brando acariciando el gato o la mano de Dianne Keaton sobre el hombro de Al Pacino, valen que todo el cine que se hace en un año. Decididamente, la volveré a ver. Me hace sentir.

El lunes miro el correo y encuentro uno de mi hijo. En él me detalla las gestiones que ha hecho para salvar la situación que estamos viviendo en el plano económico. Me pasa los correos que ha mantenido con el gestor, con los bancos y con el propietario del local. Por teléfono me dice que no ha querido decirme nada para no preocuparnos. Me deja admirado de lo bien que ha hecho las gestiones y los logros que ha obtenido. Se me apodera un doble sentimiento. Uno de gran satisfacción y orgullo -como diría el emérito- y otro de una dulce nostalgia que conlleva la sensación de envejecimiento. La convicción de que hoy lo hace mejor de lo que la haría yo. Es su tiempo y no el mío. Me siento mayor, pero con una sonrisa. Me asomo a la ventana. La soledad es más evidente y el silencio más sonoro. Por la tarde, mi hija Estefanía me dice que si le puedo preparar una hoja de Excel -una especie de diario de caja con proyección a seis meses- para su despacho. La gestora les ha enviado una, pero en mi opinión no es lo más práctico para ellos. Me lleva el resto del día prepararla y a ella y a sus dos socios les gusta. La gestora les dice que, si quieren llevar la mía, le parece bien. Le digo, por grabación de voz, que lo que yo les envío es… la nota detallada…. ( y sigue todo un párrafo) que estudiaba en mis años jóvenes y que me sé de memoria. ¡Toma!, me dice orgullosa. El día termina bien.

Hoy martes es día de videoconferencias. La tertulia matutina que tenemos habitualmente, pero telemática. Bueno, un rato de charla agradable con polémica civilizada incluida. Seguidamente, caminata por el pasillo y a comer. Luego café, noticias dramáticas y me pongo a escribir estas líneas. Ahora lo dejo hasta las 19.00 h. que tendré mi taller de escritura. Me voy a leer.

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