martes, 30 de octubre de 2018

El debate






Esta mañana, al finalizar la tertulia que cinco amigos tenemos los martes por la mañana, llegando a casa me han preguntado ¿qué tal la tertulia? Muy agradable, les he contestado. Y he recordado este texto que escribí hace un tiempo.
Me gustan los debates. Les estoy muy agradecido por todo lo que he aprendido en el curso de los diferentes que he tenido a lo largo del tiempo, bien hayan sido presenciales o virtuales. En definitiva, los primeros no dejan de ser las tertulias entre amigos o aquellos provocados por los medios de comunicación desde que existe la radio o la televisión y que convocan a personalidades de prestigio. Los virtuales no son otra cosa que una variante, con resonancias amplias, de lo que eran los intercambios epistolares de muchos intelectuales de tiempos pasados. Y todos tenemos experiencias y evidencias de lo enriquecedores que pueden llegar a ser. Y, al menos, en mi caso, lo han sido mucho. Qué duda cabe de que en ocasiones conllevan molestias, equívocos e incluso enfados. Me atrevo a decir que cuando esto sucede no nos encontramos en un verdadero debate sino ante una confrontación de opiniones, con discusiones incluidas, que conduce inevitablemente a la trivialidad, a la irritación y casi a la pelea. Y convierten algo placentero y enriquecedor, en aborrecible. 
Hace unos días, un querido amigo en las redes escribió:
“Todos establecemos nuestros principios debido a una educación o una experiencia que nos hace ser como somos y define en qué creemos”.
En mi opinión, le faltó algo para completar el cuadro. El razonamiento, la reflexión, el pensamiento crítico, el cuestionamiento permanente de nuestros postulados. Porque es precisamente eso lo que nos mejora y nos permite avanzar. La educación recibida, aún conteniendo muchísimas verdades, también está plena de adiposidades que con los años eliminamos. Las experiencias pueden interiorizarse de muchas formas y algunas pueden resultar patológicas. Pero el razonamiento, cuando se ejercita sin prejuicios y con el deseo limpio de buscar la verdad –aunque siempre sea esquiva- es lo que nos acerca a la lucidez y al placer y dolor que conlleva.
Y el debate es una de las herramientas positivas para la consecución de esos logros. Porque el verdadero debate no consiste en una confrontación de ideas, opiniones o principios sino en contrastar los razonamientos que las sustentan. A mi juicio, es como si diez cerebros se unieran al mío, no para concluir en un único pensamiento sino para aumentar la potencia de esa reflexión y afirmar su certeza o falsedad. Y eso es enormemente gozoso. Aunque tengo que reconocer, con profundo pesar, que no se produce con frecuencia. 



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