domingo, 11 de enero de 2015

Je suis Charlie Hebdo






Una de las consecuencias derivadas de los trágicos sucesos de París ha sido la división de la prensa, los intelectuales y, en definitiva, la opinión pública en dos grupos de criterios que pueden responder a las etiquetas de “Je suis Charlie Hebdo” y “Je ne sui pas Charlie Hebdo”.
Los primeros se solidarizan con la línea editorial de la revista y repudian cualquier censura a su libertad de expresión, mientras que los segundos entienden que, de alguna forma, ésta debería limitarse con objeto de evitar ofensas que pueden concluir de la forma trágica que acabamos de sufrir. Cabe destacar que en el primer grupo hay vehementes defensores de esa libertad cuando, como en este caso, se ofende a creencias ajenas y que no lo serían tanto si fuesen ellos los aludidos. En el segundo también los hay que con su postura y preventivamente, establecen barreras para las suyas propias y otros que, sobrecogidos por el horror, consideran innecesaria la sátira , burla o escarnio de la revista y coligen una causa efecto directa con la que, de alguna manera, culpan al medio de su propia tragedia. 
Mi opinión personal es que me alineo intelectualmente y de forma vehemente con los primeros y que mi comportamiento, sin más censura que mi voluntad personal, se corresponde con los segundos. En las diversas tertulias y foros sociales en los que participo, algunos de mis amables compañeros han destacado el exquisito cuidado con el que me expreso para tratar de no ofender a nadie –a veces no es fácil- y, qué duda cabe, que es algo que me agrada escuchar o leer. Pero ésta es una postura personal que considero recomendable pero no exigible. Entre otras cosas porque es muy difícil –creo que imposible- establecer la barrera en la que la opinión se convierte en ofensa, pues para que esto suceda se necesitan al menos dos actores: el ofensor y el ofendido. ¿Y qué consideran ambos una ofensa? Obviamente, el asunto alcanza inauditas dimensiones cuando se trata de temas sublimados por todas las culturas como la religión –a la cabeza- , el sexo, la política o los colectivos sociales. 
En el caso que nos ocupa, se trata, además, de una revista satírica y de humor –qué sería de nuestras sociedades sin esos bufones- cuya esencia consiste fundamentalmente en lo que algunos le reprochan: despojarlo todo del aura sacralizada con la que poderes e intereses diversos adornan las creencias para su propio provecho. Y son los ciudadanos los que deben aprobar con su lectura o rechazar las publicaciones de esta línea. Nunca una ley y mucho menos un arma. 
No, no hay ninguna postura, pensamiento, idea o credo que sea respetable en sí mismo. Ni que merezca un tratamiento predeterminado. Lo único respetable son las personas, su integridad y su honor. El resto se corresponde con una actitud personal que cada uno es libre de adoptar y también, por mucho que moleste, soportar. 

Creo que en algunas personas que han sentido flaquear sus principios por estos sucesos influye el miedo. 
Y esa sensación, es lo más pernicioso que puede aquejar a una sociedad. 

Enero del 2015



8 comentarios:


  1. Muy buen artículo, como siempre Antonio, leerlo me ha dado la oportunidad de pensar en ello un poco más despacio. Saludos.

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  2. Bien Antonio, como siempre bastante claro en tu manera de expresarte, sobre todo en este tema en que como bien indicas ambas partes tienen argumentos que defender. En mi opinión es unos de los retos que se presentan a resolver en un futuro muy próximo, y que puede marcar muy significativamente nuestro futuro inmediato. Para esto necesitamos de políticos y estadistas de talla, de lo que creo que por el momento estamos en mi opinión un poco escasos. Saludos

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  3. Muy bien expresado. Yo si me tengo que alinear en algún grupo..., elijo siempre el tuyo ;)

    Javi

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  4. Excelente, Antonio.

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  5. Me gusta tu alusión al miedo. Este sentimiento que tantas veces nos condiciona en las decisiones y actitudes de nuestra vida va unido generalmente a otro...la cobardía. Lamentable.
    Un abrazo,
    Eusebio

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