domingo, 5 de julio de 2020

Confinamiento. Séptimo diario.


Miércoles, 29 de mayo.
A las ocho y quince minutos salimos de casa en dirección a la clínica que está muy cerca. Vacío absoluto en las calles. Las medidas de seguridad sanitaria en la entrada y resto del espacio son notables. Con nuestra mascarilla y guantes esperamos la llamada a Carmen que no se retrasa. A mí me llevan a la habitación donde reposará un rato después de la intervención. Se trata de una cirugía vascular en la pierna derecha en la que tiene unos hematomas y unas pequeñas varices. A pesar de ello, la sedación es total y la operación durará algo más de una hora. Me dedico a ver el correo en el móvil y las noticias de prensa. Al cabo de ese tiempo la traen totalmente despejada y en muy buen estado. Tiene algo de frío y le pongo una manta por encima. Tardará media hora en beber agua y otra media en ir al baño. Después, sube la doctora y ve que está bien, así que nos podemos marchar. Tema pendiente finalizado. ¡Ah! Y algo importante. Antes de la cirugía le han hecho la prueba del Covid19 con resultado negativo. Todo está bien.

Jueves, 30 de mayo.
Jornada de absoluta rutina ya relatada hasta la saciedad en este diario. Llevo varios días en los que no duermo mucho y sueño bastante. Me llama la atención que todos los sueños hacen referencia al pasado. O bien a hechos sucedidos o a otros en los que los protagonistas también figuran en ese pasado. No sueño con que estoy aquí sino en que estuve allí. Y con la mayor parte de las personas tuve una relación que se perdió con los años. Supongo que será cosa normal de la edad y que en el cerebro ocupa más espacio el pasado que el futuro. Como el disco duro de los ordenadores. No es una sensación que me agrade.

Viernes, 1 de mayo
Al final me decidí por la lectura de Invierno en Lisboa de Muñoz Molina. Me gusta mucho como escribe. Por momentos algo rebuscado, pero buena literatura. En las descripciones es brillante. Me viene bien este cambio de registro. Carmen está leyendo a Millás en La mujer loca. Está sonriendo permanentemente y me dice que le resulta muy divertido, original y pleno de ironía. Estamos los dos a gusto con nuestros libros. Al acabar igual los cambiamos. Pero no, tengo que recoger en Cálamo los tres libros encargados. Supongo que será la próxima semana. Terminamos una serie inglesa en Filmin titulada The Bay que resulta muy buena. Son mucho mejores que los americanos. Todo es más real y creíble y no aparece una pistola. En la última americana que vimos, Bosch, era un hartazgo de balas y pistolas y las intervenciones de asuntos internos. Todo previsible con los clásicos ingredientes y hecha en laboratorio. Me cansan.

Sábado, 2 de mayo.
Hoy es día de salida, pero no me van bien los horarios pues no estamos madrugando lo suficiente. Carmen sale al mercado por dos veces y aprovisiona la casa para varios días. Yo, aprovecho el soleado día para tomarlo a través de la gran ventana del dormitorio. Veremos si a las ocho de la tarde nos apetece salir. Intuyo que no mucho. Me temo que hasta que no desaparezca el confinamiento o el estado de alarma la rutina se nos ha apoderado. Por la tarde vemos una excelente película, Quien a hierro mata, protagonizada por Luis Tosar y con un excepcional secundario, Enric Auquer, que ya recibió el Goya por esta interpretación. Una película que nos habla de un narcotraficante ingresado por sus hijos en una residencia y atendido por un enfermero que sufrió en su familia el horror de la droga. Tal vez sea la venganza la única forma posible de perdonar y perdonarse a sí mismo. O quizá la manera más cruel de venganza sea el perdón. Al fin y al cabo, los dos actos son consecuencia de nuestra intransigencia para olvidar el daño. Una película meticulosa que es a la vez un drama familiar entre rías, narcos y cocaína. Quien a hierro mata cuenta el viaje de un hombre herido por la memoria; por el recuerdo de un hermano con las venas abiertas. Para no perdérsela.

Domingo, 3 de mayo
Hoy no comienza un buen día. Hablo con Merche, la mujer de mi amigo Paco ingresado por coronavirus, y las noticias no son alentadoras. Después de un trasplante de médula durante las navidades, en un intento de detener ese cáncer que le persigue desde hace años, ha sido contagiado por el maldito virus y no está en UCI, pero sí en malas condiciones. Creo que ya son cuatro semanas y lleva los dos pulmones en mal estado. Ella me habla, incluso, de pensar en un futuro en el que, sin excluir la esperanza, él ya no esté. Descorazonador. La suerte es así. Arbitraria e injusta. O es, simplemente, la vida. A ver si no le da la espalda. 
A la noche terminamos de ver Qué fue de Jorge Sanz, dirigida por David Trueba en 2010. Se trata de una serie dividida en tres temporadas. La primera compuesta por seis capítulos de unos veinticinco o treinta minutos y la segunda y tercera de un solo capítulo que, en realidad, es casi una película. En ella el actor se interpreta a sí mismo en un mal momento profesional, económico y personal, basándose parcialmente en hechos reales. Intervienen, en los diversos capítulos, todas las celebridades del cine español. Lo mejor, la interpretación de Sanz y su representante y la exquisita sensibilidad de David Trueba que te mantiene con la sonrisa permanente. Me gusta mucho David Trueba. Tanto sus películas como sus libros. Todo ligero, amable, tierno e incapaz de hacer sangre. Muy recomendable.

Lunes, 4 de mayo
Una cierta confusión -me parece imposible que no la haya- en el comienzo de esta fase cero, que no deja de ser abrir leve y tímidamente una puerta a la normalidad. Una apertura parcial y temerosa y cuyo éxito está más en la responsabilidad de los ciudadanos que en la reglamentación de una casuística tan variada estructuralmente. El cumplimiento total de las normas es imposible, pero creo que, al menos, puede servir para concienciar al máximo a la ciudadanía. El día es soleado y casi una provocación y la ventana nos devuelve una sensación vital casi olvidada. Ojalé todo siga bien. Leo a Muñoz Molina que dice: al abrazarla notó en su cabello un olor que le era extraño. Se apartó para mirarla bien y lo que vio no fue el rostro que sus recuerdos le negaron durante tres años ni los ojos cuyo color tampoco ahora podía precisar, sino la pura certidumbre del tiempo: estaba mucho más delgada que entonces y la melena oscura y la fatigada palidez de los pómulos le afilaban los rasgos. La cara de uno es un vaticinio que siempre acaba por cumplirse.
A ver si al acabar el curso con Miguel Ángel consigo escribir así.

Martes, 5 de mayo.
Esta mañana, al finalizar la tertulia que cinco amigos tenemos los martes por me he quedado con una cierta inquietud algo molesta. Y he recordado este texto que escribí hace un tiempo y que resumo.
Me gustan los debates. Bien sean presenciales o virtuales. En definitiva, los primeros no dejan de ser las tertulias entre amigos o aquellos provocados por los medios de comunicación desde que existe la radio o la televisión y que convocan a personalidades de prestigio. Los virtuales no son otra cosa que una variante, con resonancias amplias, de lo que eran los intercambios epistolares de muchos intelectuales de tiempos pasados. Y todos tenemos experiencias y evidencias de lo enriquecedores que pueden llegar a ser. Y, al menos, en mi caso, lo han sido mucho. Qué duda cabe de que en ocasiones conllevan molestias, equívocos e incluso enfados. Me atrevo a decir que cuando esto sucede no nos encontramos en un verdadero debate sino ante una confrontación de opiniones, con discusiones incluidas, que conduce inevitablemente a la trivialidad, a la irritación y casi a la pelea. Y convierten algo placentero y enriquecedor, en aborrecible. 
Hace unos días, un querido amigo en las redes escribió:
“Todos establecemos nuestros principios debido a una educación o una experiencia que nos hace ser como somos y define en qué creemos”.
En mi opinión, le faltó algo para completar el cuadro. El razonamiento, la reflexión, el pensamiento crítico, el cuestionamiento permanente de nuestros postulados. Porque es precisamente eso lo que nos mejora y nos permite avanzar. La educación recibida, aún conteniendo muchísimas verdades, también está plena de adiposidades que con los años eliminamos. Las experiencias pueden interiorizarse de muchas formas y algunas pueden resultar patológicas. Pero el razonamiento, cuando se ejercita sin prejuicios y con el deseo limpio de buscar la verdad –aunque siempre sea esquiva- es lo que nos acerca a la lucidez y al placer y dolor que conlleva.
Y el debate es una de las herramientas positivas para la consecución de esos logros. Porque el verdadero debate no consiste en una confrontación de ideas, opiniones o principios sino en contrastar los razonamientos que las sustentan. A mi juicio, es como si diez cerebros se unieran al mío, no para concluir en un único pensamiento sino para aumentar la potencia de esa reflexión y afirmar su certeza o falsedad. Y eso es enormemente gozoso. Aunque tengo que reconocer, con profundo pesar, que no se produce con frecuencia. Hoy tengo una percepción negativa. Y me molesta mucho.

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