miércoles, 22 de agosto de 2018

Desórdenes



Cada día me resulta más fascinante lo que expresan las palabras más allá de sus diferentes acepciones. El análisis semántico de su carga conceptual resulta apasionante. Estos días, en las redes, he leído que en Barcelona había habido “desórdenes” y qué duda cabe que en la corrección de su aplicación hay una resonancia que resulta reveladora. Es un término que hoy ha sido sustituido por conflictos, enfrentamientos, algaradas, choques callejeros y otros que, no siendo literariamente mejores, evitan esa palabra que se asocia a tiempos pasados y que, desgraciadamente, se hacen presente con excesiva frecuencia. Desorden implica alterar el “orden”, concepto tan sublimado en el pasado y que con el adjetivo “público” llegó a tener un Tribunal específico. Y es que todavía estamos muchos. En España, alrededor de once millones y medio de personas superamos lo sesenta años; y algo más de ocho millones y medio los sesenta y cinco. Es decir, que los primeros fueron estudiantes de grado superior en los colegios del franquismo y buena parte de los segundos hicieron sus estudios universitarios en la misma etapa. Además, son personas que ostentan grandes cotas de poder o notables influencias y que suponen el veinticinco por ciento de la población. Y aunque la mayoría reniegue de la autarquía y se declaren demócratas, no pueden evitar –y determinadas palabras los delatan- deslices que revelan que buena parte de su estructura ideológica está impregnada de ese tiempo tan decisivo en la conformación de las ideas y personalidad. Eso explica las reacciones recientes ante la Ley de Memoria histórica, a la eliminación de símbolos de la dictadura, al cambio de nombre en las calles y, recientemente, a la exhumación de los restos del dictador del Valle de los Caídos. Esa anomalía moral, se ha perpetuado a lo largo de los años porque se conocía la reacción de muchos franquistas cuyo número era mayor. Pero aún así, todavía quedan bastantes que lo consideran innecesario y que forma parte de nuestra historia. Como si la indecencia pudiera ser objeto de veneración. No, no va a ser fácil sacar a Franco del Valle de los Caídos. Pero todavía más difícil sacarlo de la cabeza de muchos conciudadanos. Demasiado “desorden”.

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