martes, 19 de enero de 2021

Monólogo interior.

 



Ya sabía que estas navidades me pasarían factura. Se ha empeñado en que me subiera a la báscula y le he dicho que no hacía falta. Estoy al tanto de mi físico y de los casi cuatro kilos de exceso. Sin obsesiones, pero quizás debido a lo presumido que soy, procuro controlar mi peso y, en la medida de lo posible, mi aspecto. Además, hoy, y después del cocido completo de ayer que devoré con glotonería, me encuentro algo pesado y siento que la ropa me ajusta más de lo debido. Por eso no necesito la báscula. Sé que me va a decir que son ochenta y dos kilos. Me equivoco en 100 gramos de menos y decido ponerle solución. Ese peso sobrante, afecta directamente a la ropa que me compro, entalladita y que no admite ninguna alteración notable. Por eso, últimamente llevo jersey de cisne y polos; porque es punto y no molesta. Pero entrando en primavera tendré que acudir a las camisas y americanas que protestarán acentuando lorzas en la cintura y apreturas de cuello. En esta edad mía, los excesos de peso se acumulan en los sitios más indeseables: la cintura y el cuello. Y no estoy dispuesto a renovar mi vestuario. Tanto por el dinero que vale como por lo que me gusta. Siempre he concedido a la ropa un valor mayor que el de uso y me agrada apreciarlo. En fin, que esta noche tomo cartas en el asunto. Una ensalada de endivias (diecisiete calorías) con un poco de aceite rico, dos huevos pasados por agua (ciento treinta calorías) y una manzana. Y a ver una serie sin comer pipas que son una bomba calórica. El primer kilo cae en cuatro días, pero el resto, y siendo riguroso, un mes. Ya tengo trabajo. Paso por una tienda llamada “La Natural” y compro unos yogures griegos que me gustan mucho y escasamente calóricos. 

Tomo animado mis auriculares y decido escuchar las variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach interpretadas por Glenn Gould. Echo mano al bolsillo y cojo mi iPod clasic de 16Gb. Y acude a mi mente el recuerdo de este primer aparato Mac que cayó en mis manos y que, con la mayor ilusión del mundo, me regalaron mis hijos en una Navidad. Habían tenido muchas dudas pues, hasta ese momento, apenas había utilizado la informática con fines lúdicos, culturales o formativos.

- ¿Le gustará?, ¿Lo usará?, se preguntaron acerca de un regalo que les había costado su buen dinero y esfuerzo.

Abrí el paquete y me maravilló la perfección tanto del envase como del objeto que allí se encontraba; era la sencillez como máxima expresión de elegancia, y nada más tenerlo en mis manos tuve la sensación de que aquello, a pesar de los millones de unidades vendidas, me trasladaba la emoción de un ejemplar único.

- Papá, a ti este aparato te encantará, me dijeron.,

Todo lo que pensaban se corroboró con su uso. Me descubrió un sinfín de posibilidades en el mundo de la música –una de mis debilidades- y que me ha aportado momentos de inmensa felicidad. Toda mi discografía dentro de ese maravilloso aparato, con un nivel de calidad y facilidad de manejo que hizo que, desde el primer momento, lo utilizara permanentemente. El conocimiento de la biblioteca de iTunes y la posibilidad de adquirir discos y temas de forma independiente, en muchos casos descatalogados, me facilitó un abanico de opciones de las que sigo disfrutando. Las mañanas de primavera en mi terraza, tumbado en la hamaca al sol y escuchando íntimamente “mi música” en “mi iPod” se convirtieron, desde entonces, en uno de mis momentos más plenos y satisfactorios.

No puedo evitar la caricia cuando lo tengo en mis manos. Su superficie nacarada con el circulo sensible al suave tacto, la pantalla rectangular en la que se pueden ver vídeos, sus cantos redondeados, componen una pieza que combina utilidad, perfección y belleza y consigue que el usuario la sienta como algo propio y digno de ser estimado. Sin dudar de los aspectos afectivos que rodean a “mi iPod”, si desgraciadamente lo perdiera, otro exactamente igual, no sería lo mismo. En eso consisten los sueños que pueden materializarse.

Ensoñación me suscitan los diálogos de Haruki Murakami con el director de orquesta Seiji Ozawa en el libro Música, solo música. Un derroche de sensibilidad para cualquiera y en especial a los que como yo somos neófitos. Qué destreza se precisa para causar una atención que te arrastra inevitablemente a lo largo de sus páginas. Qué admiración ante dos genios del arte que te hacer sentir que todas las cosas rutinarias carecen del menor interés cuando sienten algo por encima de todo. No sé la intención del libro, ni si obtendré más placer que esa admiración pura. Pero creo que más allá de la comprensión tiene la virtud de despertar mi interés. Sigo pensando que la música clásica es una de mis tantas asignaturas pendientes.

Paso por un restaurante pakistaní y reflexiono sobre cómo han cambiado los hábitos alimenticios (parece que el tema se me ha quedado en una fijación). Recuerdo que en mis años jóvenes sólo había un restaurante chino para comer el rollito primavera, el arroz tres delicias y la carne con soja y pimientos. Luego, de postre, y dependiendo del grado de sofisticación, tomabas unos lichis. Hoy, observo a mis hijos y a sus amigos y comen sashimi, sushi, makis, gyozas, niguiri, uramaki (todos japoneses) o bien ceviches peruanos o falafel, hummos y pan de pita, sirios. Y muchas más cosas ajenas a mis hábitos. La verdad es que las que he probado y no están nada mal. Cosas de la globalización.

Pienso en cuando mi hija se traslade, dentro de un mes, a una población costera de Barcelona. Desde la terraza de su ático contemplaré el mar, escucharé música en mi iPod y tomaré mi cervecita fresca con unas aceitunas. Pocas, porque tienen muchas calorías. Cerraré los ojos, sentiré los rayos del sol y me dejaré llevar por el placer….

2 comentarios:

  1. Buen monólogo, reflexiones para estar agradecido a la vida. Y el final mirando al mar... un verdadero lujo.

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