lunes, 20 de enero de 2020

Bailar en la oscuridad



Nos propone el taller de escritura al que asisto los martes, una incursión en el mundo interior de una persona que, o bien es ciega de nacimiento o pierde la vista a lo largo de los años. Desde el primer momento no me pareció un tema fácil y procuré documentarme de diversos modos, hasta encontrar la deslumbrante película de Lars von Trier “Bailar en la oscuridad”. No estoy seguro de que lo que sigue obedezca plenamente a la tarea encomendada, pero mi tendencia libertaria antes que cualquier formalidad me impulsa, en este caso de manera entusiasta, a expresar el enorme impacto que esta película me ha producido. De entrada y casi concluyendo diré que nos encontramos ante una obra maestra del cine. Una película deslumbrante, conmovedora y tan hermosa como perturbadora. 

Selma (Björk) es una obrera, madre soltera e inmigrante checa en un pueblo del la América profunda. Trabaja hasta la extenuación, y ahorrando dólar a dólar, con el fin de que su hijo Gene sea intervenido quirúrgicamente y evitar la ceguera hereditaria que, de no ser tratada prontamente, sufriría como ella que ya se ha acostumbrado a un mundo de oscuridad. En ese mundo de sombras, von Trier y la maravillosa Björk componen un bellísimo musical en el que se desarrollan todas las ilusiones y sueños de nuestra protagonista; con cada sonido de una máquina, de unos zapatos, de un lápiz deslizándose en el papel, de un cristal, de las vías de un tren, del viento en los campos, se compone un espacio onírico subyugador que le permite sobrellevar, día a día, la poca luz que la acompaña y evadir la realidad del mundo que la rodea. Selma busca la música en la cotidianidad, donde se esconde y trata de sentirla. Todo termina por abrirse al mundo de la música. Todos los sentidos se reducen al auditivo, sentido que constituye, junto al bienestar de su hijo, su razón de ser. Todo lo que vemos ella lo siente a través de la música. Contrapuntos del sonido y la ceguera, son la bondad y la crueldad, la verdad y la mentira, la risa y el llanto.  Y son la fantasía de las canciones y números de baile de sus musicales favoritos los que la transportan a un mundo amable y bello “porque en los musicales nunca pasa nada malo”. 

Y, sin embargo, pocas historias más desgarradoras, durísimas, tristes y a la vez bellísimas nos ha regalado el cine como la de 'Bailar en la oscuridad' que, al tiempo, es un hermoso canto a la vida en su plenitud más gloriosa. Una concatenación de sucesos la conducen irremediablemente a un trágico final, evitable si accede a renunciar, incluso temporalmente, a la razón de su vida. Selma no atienda a ninguna lógica que no sea impedir que su hijo sufra su mismo mundo de sombras, y su trágico destino es consecuencia de su indolente actitud que da prioridad a sus emociones y valores por encima de su propia supervivencia. Pero es fácil comprender que el alma pura del personaje nos coloca ante una hipérbole trágica, un poema lírico, que enfrenta el egoísmo, la carencia ética, y la clara condena de la doble moral de la sociedad norteamericana. 

'Bailar en la oscuridad' es una delicia sensorial y un durísimo golpe en el alma. El final de la película hiela la sangre y agita tu corazón con unas imágenes desgarradoras y un silencio, ahora sí, ensordecedor. Y sin ser un bienintencionado y previsible alegato al uso, nos golpea con esas imágenes de la indignidad humana que supone la pena de muerte.
Todavía conmocionado.

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