miércoles, 9 de enero de 2019

Creencias y certezas

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Recuerdo que en los años de mi rabiosa juventud –ese tiempo de curiosidad permanente- me apunté a un curso de meditación trascendental –el adjetivo era motivador- pues respondía a casi todas las preguntas que me podía hacer en la época. Consistía en unos ejercicios de meditación basados en el control respiratorio, relajación profunda y repetición de un mantra en tu mente con objeto de lograr un estado de paz y bienestar con todo lo que me rodeaba hasta el punto de que con años y entrenamiento podía llegar a levitar, cosa que nunca pretendí. Ese mantra, que era individual y secreto, en mi caso era “Siri”, como el algoritmo de Apple –desconozco si proviene de la estancia de Steve Jobs en la India- cosa que pasados los años llamó mi atención. Esos ejercicios tenía que hacerlos dos veces al día y a los largo de veinte o treinta minutos. Tengo que reconocer que fue una experiencia curiosa y que me duró dos o tres meses y que funcionaba muy bien como relajación; pero llegaba tan en paz, bondadoso y comprensivo al visitar a mis clientes que ante cualquier objeción a mis propuestas me rendía de inmediato. Y claro, mis ventas se resintieron. Y mi fe en la eficacia del método decayó como le sucedió a la mayor parte de los que asistimos. Porque una de la bases del éxito del método era la creencia, la convicción de que mi participación mejoraría mi vida y la del mundo que me rodeaba. Ahí es nada. He de añadir, que también por la época había renunciado a las creencias religiosas a las que tantos años y esfuerzo habían invertido en mí la familia, el colegio y los curas. Y comencé a desconfiar de las creencias.

Sin embargo, simplemente hechos de carácter médico –abundantes en mi familia- y su solución terapéutica, tal y como pronosticaban, hicieron depositar toda mi confianza en las certezas; es decir, todo aquello soportado por la demostración empírica. Un cierto interés en los hechos y avances científicos, más allá de la pobre enseñanza escolar, confirmó mi adscripción a lo que hoy entendemos por cientifismo y que no es otra cosa que aquello que confirma el conocimiento tanto teórico como práctico de las cosas. Aquello ampliamente demostrado por la experimentación al punto de constituir una evidencia.

Pues bien, observo que cada día aumenta el número de personas, al menos en mi entorno de amistades e incluso en prensa, artículos y libros, sensibles a un cierto crecimiento de “creencias” de todo tipo; espirituales, médicas, religiosas, esotéricas, etc., con evidente asombro. -Yo “creo” que me ayuda desde al más allá. -¿Tú no “crees” en la energía positiva que transmiten sus manos? –Pues yo sí que “creo” en la homeopatía. – ¡Ojo! Con los fármacos que tomas. –Yo “creo” en los productos naturales…. Y también la elevación a categoría científica de cosas que nuestros antepasados conocían desde la antigüedad y que ahora se llaman biodinámica agrícola o convertir variantes de yoga en eso tan moderno que se llama “mindfulness”. Y lo extraordinariamente favorecida que se ha visto la creencia con el exponencial aumento de licenciados en medicina general que nos ha proporcionado internet. Con razón me decía una entrañable y excelente doctora que su gremio está harto de escuchar estupideces. 

Parece que las personas desdeñaran la certeza –enfrentar la evidencia- y depositara su esperanza en la creencia, en aquello que escapa a la realidad, que supone un sueño, que reconforta. En verdad, una forma de religión. Como dijo Proust, “Los hechos no penetran en el mundo donde viven nuestras creencias, y como no les dieron vida no las pueden matar; pueden estar desmintiéndolas constantemente sin debilitarlas, y una avalancha de desgracias o enfermedades que tras otra padece una familia no le hace dudar de la bondad de su Dios ni de la pericia de su médico”.

A mí, cada día que pasa me ocurre lo contrario y aumenta mi confianza en la ciencia, creo que con evidentes certezas, y me quedo perplejo ante las creencias.

La diferencia entre ambas me ha hecho recordar una anécdota con un querido amigo y excompañero de trabajo. Hace muchos años, cuando surgió el grave problema del Sida, una ministra nos previno y aconsejó que “no hiciéramos el amor sin preservativo excepto con parejas de confianza”. -¿Y cómo sé yo que es de confianza?, me dijo mi amigo. –Hombre, supongo que quiere decir con tu mujer. Insisto, me contestó. ¿Y cómo sé yo que es de confianza? Lo dicho. Una creencia.

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