Es propio de los jóvenes cachorros de los partidos políticos el afán de esperar su momento para alcanzar el poder y sustituir a los viejos líderes. Podríamos colegir que es una actitud casi con sustento antropológico. Y tienen que medir bien los tiempos y postulados pues en esa misión tienen que vencer resistencias y competencias, algo que les lleva a intentar que sus declaraciones tengan la mayor resonancia y notoriedad. Es lo que le ha sucedido a Pablo Casado, a cuya desfachatez e incontinencia conocida se une ahora la ansiedad por lograr cuanto antes asentar un liderazgo que se ve ensombrecido por sus problemas académicos y que le ha hecho afirmar, sin el menor rubor, que “la ética la marcan las leyes”. Semejante aserto, dirigido a las masas afines y que no practican un pensamiento crítico, haría palidecer a cualquier estudiante de primero de Derecho y a cualquier persona mínimamente reflexiva. Me ha llevado a recordar al Juez Lerga, que se hizo famoso en la transición y que tuvo un papel destacado y brillante en diferentes procesos legales como el caso Rumasa. Siempre recordaré sus palabras. “Pobre de una sociedad cuya única referencia ética en su comportamiento sea el cumplimiento de las leyes”.